Feliz Navidad
...con un poco de lagrimita... ♫ ♬ ♪ ♩ ♭ ♪
Si
con seis añitos te han probado varios pantalones, hasta que una voz
experta finiquita la tarea, administrando su pericia y afirmando que
los de goma espuma azul marino son los más indicados porque están
casi para tirar, y que parcheándolos harán los pantalones
pintiparados de un pastorcito de Belén. Si el sombrerito de paja,
que para dar con él se ha hecho esperar hasta última hora, no
sabiéndose si el niño irá tocado en la cabeza o tocado del ala
por no irlo de la testa. Si el gusto por las camisas de franela a
cuadros perdura aunque tu mujer te repita hasta hacerte sonreír... que
de esa guisa ella no va contigo ni a recoger una herencia. Si siendo
pastorcillo en el Belén de Santa Isabel, justo antes que el
fotógrafo gritara gratuitamente a un grupo infantil estatuario:
¡Niños, quietos por favor!; si hay alguien a quien todo lo
anterior, o circunstancias análogas vividas, aún le remueve la
emoción y la parte alta del estómago, se hará cargo entonces de que la semilla de la Navidad
fuese abriéndose camino en una tierra joven, fértil y con tempero
para arraigar. Y si la representación fue sobre una tarima colocada
en una de las cuatro esquinas de la galería porticada de mi primer
colegio..., entonces, soy yo quien debe explicar algo más
detalladamente la Navidad, mi Navidad.
Me
imagino que el Maestro Chesterton se referiría también a
situaciones como ésta cuando nos cautiva diciendo: <<Una religión
no es la iglesia a la que uno va, sino el universo en el que uno
vive>>. La Navidad es…, fue un Mundo donde todo me cuadró. El
círculo se cerró, y en el coso se cocieron cosas que fundaron, que
fundamentaron. Pretendían explicarme la santidad de Madre e Hijo, y
yo simultáneamente lo traducía y lo asimilaba de forma instantánea viéndonos a mi madre y a mí... Me hablaron de épocas de frío, de
Dioses Padres y Dioses Hijos, de cuevas con ganado; y aquel niño, con bufanda
y guantes de lana, iba acomodando las representaciones y las ideas a su vivo imaginario. Y en mi todavía corta existencia no notaba
grandes chirridos entre el mensaje, y las imágenes que me llegaban, y la experiencia
vivida bajo el tejado de mi casa.
Allí, en aquella mesa de comedor arrinconada que se me desdibuja en el tiempo, nacieron mi optimismo y mi alegría con fundamento, que siguen rigiendo mi vida; y entre tantas casas del pueblo, mi abrigado hogar acogía y celebraba la Sagrada Familia en ese establo desvencijado. Y ahora, en este preciso instante, creo entender y desentrañar mi manía por envolver las cosas de mediano valor para arriba entre dos o tres bolsas consecutivas; y me gusta recrearme con la siguiente visión, como si en una especie de juego de muñecas rusas estuviese inmerso el discurrir de todo lo que sucede en Navidad..., hasta llegar a la Célula Madre...: Me topo con la primera muñeca, y abriéndola, tengo una visión aérea y general del pueblo, con la totalidad de sus casas defendidas por las torres de sus iglesias; destapo la segunda muñeca, y surcando no se sabe cómo un raso y enlucernado cielo nocturno me adentro por el soberao de mi casa; y al final, descubriendo la tercera, veo a unos niños –delante de la más bella paradoja chestertoniana que jamás podrá ser enunciada: <<que las manos que habían hecho el sol y las estrellas eran demasiado pequeñas para alcanzar a tocar las enormes cabezas de las bestias del Portal>>–..., veo a unos niños que sólo quieren que sus padres dejen el comedor a media luz y les enchufen las intermitencias de luces y campanitas..., las cuales les hacen mirar en cada destello: una vez al Portal, otra a sus padres, una vez al Portal, otra a sus padres…
Recordándome arreguinchado en una amplia mesa de un vasto comedor, con las manitas sobre los corchos que hacían de linde entre el universo del Belén y lo demás que poco importaba, veo ahora con estos ojos miopes en la frontera del medio siglo que todo el espectáculo y la parafernalia pergeñada y montada por mi madre fundó en sus hijos un mundo con la esperanza cimentada en una religión, donde la Fuerza Suprema y Todopoderosa se había encarnado en un Niño como nosotros hacía 196… años.
Allí, en aquella mesa de comedor arrinconada que se me desdibuja en el tiempo, nacieron mi optimismo y mi alegría con fundamento, que siguen rigiendo mi vida; y entre tantas casas del pueblo, mi abrigado hogar acogía y celebraba la Sagrada Familia en ese establo desvencijado. Y ahora, en este preciso instante, creo entender y desentrañar mi manía por envolver las cosas de mediano valor para arriba entre dos o tres bolsas consecutivas; y me gusta recrearme con la siguiente visión, como si en una especie de juego de muñecas rusas estuviese inmerso el discurrir de todo lo que sucede en Navidad..., hasta llegar a la Célula Madre...: Me topo con la primera muñeca, y abriéndola, tengo una visión aérea y general del pueblo, con la totalidad de sus casas defendidas por las torres de sus iglesias; destapo la segunda muñeca, y surcando no se sabe cómo un raso y enlucernado cielo nocturno me adentro por el soberao de mi casa; y al final, descubriendo la tercera, veo a unos niños –delante de la más bella paradoja chestertoniana que jamás podrá ser enunciada: <<que las manos que habían hecho el sol y las estrellas eran demasiado pequeñas para alcanzar a tocar las enormes cabezas de las bestias del Portal>>–..., veo a unos niños que sólo quieren que sus padres dejen el comedor a media luz y les enchufen las intermitencias de luces y campanitas..., las cuales les hacen mirar en cada destello: una vez al Portal, otra a sus padres, una vez al Portal, otra a sus padres…
Hoy
me recreo imaginando desde la esquina opuesta de aquel comedor un hogar
que ya nunca volverá... Y veo a hurtadillas a aquellos niños
hipnotizados con luces intermitentes y vapores de serrín. Hoy
penetro en el lógico y lento discurrir de las cosas, de los
aconteceres; y disfruto con el doble y simultáneo milagro del Niño
nacido Dios –con un mensaje revolucionario bajo el brazo– y de La Estrella que corrobora asimismo su divinidad... no cayendo sobre
La Cabeza de la cristiandad.
Mirando
hoy El Portal, me explico por qué en occidente (no hay) no había
apenas ateos en las trincheras, y por qué éstos, ni tan siquiera en
lo más rabioso del nihilismo, no han sido capaces de demoler
iglesias de forma fría, masiva y calculada; sintiéndose sólo embriagados
gallitos contra indefensas personas y símbolos ligeros; pero lo que
es la mole, el universo, el edificio…, lo más, sólo quemarlos o
arañarlos como histéricos. La Semilla es profunda; el Símbolo
incrustado les apabulla. Siempre les asalta la imagen sagrada de una
madre y su hijo; un hombre crucificado injustamente tal vez como
ellos. Respetan en lo más hondo de sus almas a la madre, a su hijo
recién nacido y luego crucificado, al universo de piedra y ladrillo
que los rodea, y que no es otro que el Templo que los sobrepasa...,
que los supera. Y sólo como infantes enrabietados tirando lo que hay
encima de la mesa, ellos patalean queriendo romper y quemar todo lo
que a mano encuentran. Pero si han conocido el calor del pecho de su
amada madre, el candor de su mano, y han asimilado el estrépito
silencioso de las estrellas que no se caen sobre sus cabezas,
entonces, en occidente seguirá brillando y reinando la opción más
revolucionaria que jamás saldrá de nuestras almas: la divinidad
del hombre.
- sobre los textos
© Rafael Domínguez Fraile
diciembre de 2015
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