viernes, 12 de septiembre de 2014

Las bicicletas son para el verano...












El Cocinero le explicó a la amiga de su mujer lo del erial a pastos: “generalmente, bastísimo terreno que por no ser productivo agrícolamente, y como consecuencia de ello, se trata de darle alguna salida económica con la incorporación de ganado”. Lo que deseaba resaltar era la idea de unas tierras agrestes abocadas a unos márgenes de maniobra estrechísimos... Esta era la gran diferencia que se empeñaba en recalcar con respecto a La Marina Alta.


  • Aquí, el hombre del siglo XXI, hecho de historia, empapado de naturaleza y circunstancias miles, se encuentra ante un terreno polivalente y escriturado a cachos de no más de una hectárea -un académico no habría estado más convencido que él.
  • ¿Cuánto ocupa una hectárea, Lalo?
  • ¿Pero tú no eres maestra; qué pasa con el sistema métrico decimal, eh?
  • Sí, de inglés, ¡qué pasa!
  • Perdona, perdona…, ya sé que tú te manejas en yardas y pies… Pues..., más o menos lo que ocupa la yerba de un campo de fútbol: cien por cien.
  • ¿Así son los terrenos aquí?
  • Unos con otros, sí –y continuó.


Competir con explotaciones medias de veinte hectáreas, sólo un poco más al sur de donde estamos, es harto complicado. Pero la magia de este sitio incluye su minifundio; y esta es la base para que la comarca se renueve una vez más a lo largo de su historia. Estos caminos por los que tan a gusto vamos en bici los soporta una tierra caliza que pide a gritos sus olivos, sus vides y sus almendros. Alguien vendrá que sepa sacarle punta a todo esto. Seguro, segurísimo”.

Mientras se aproximaban cada vez más a las rampitas en zigzag, que terminarían enlazando con la carretera de Jesús Pobre -abrazada y sombreada al atardecer por la molicie del Montgó-, Lalo avistó una parcela de viñas en espaldera. Dejaron las bicis a pie de vereda, sobre el improvisado parking de juncos, y se adentraron entre dos líneas de alambres. Allí, pisando terrones ocres más rojizos que el albero, que se desmoronaban por su oreo y tempero de recientes tormentas, Lalo, entusiasmado, le explicó a la maestra amiga la pericia y el gusto por la naturaleza puestos a disposición de tan antiquísimo cultivo.



El trechito que restaba hasta la carretera lo hicieron andando; asiendo sus bicis por el entronque del manillar. Belma se rindió contagiada por la vehemencia del Cocinero.



  • Es increíble Lalo, qué cantidad de racimos colgando de los alambres, perdón…, de la espaldera.
  • Y sin goteo a pie de viña.
  • ¿Por qué no me has dejado probarla? -inquiría ella.
  • Porque creo que no hay nada en el mundo que joda más al llauraor que le piquen la viña, además, no está madura del todo -sí lo estaba, en esto la engañó-; y tiene al menos restos de azufre del último tratamiento. ¿No te has dado cuenta del tonito blanquecino de la uva y de algunas hojas?
  • Podíamos haberla lavado con un poco de agua de los bidones…
  • Claro, y luego bebemos Mirinda de naranja... ¿No?
  • Oye..., ¿tú no conoces a nadie en el Ayuntamiento para explicarle todo lo que hoy estoy escuchando? A propósito, ¿a ti también te pedían una Mirinda para dos?...
  • Pero, ¿tú crees que te estoy descubriendo el misterio del asesinato de Kennedy?...
  • Pues a mí me parecen visionarios algunos aspectos que me explicas…
  • Ellos están pendientes del ochenta y seis por ciento que le da vida en la actualidad a todo este conjunto.
  • ¿De Maese ladrillo?
  • ¡Claro!..., pero aquí con muchos matices. No debe ser fácil resistirse al canto de sirenas generado por la marca Jávea-Xàbia.
  • Cuando te da por hablar para ti mismo, haces que me pierda…
  • A la vuelta, si no es muy tarde, nos recorreremos los seis kilómetros de playa; iremos desde la Cala del Pope a Cala Blanca; urbanísticamente es el cogollo de la ensenada, y observarás que todas las líneas de construcción paralelas a la costa no están edificadas a más de tres alturas en su conjunto. Eso es un milagro
  • ¡Oye!, que algún pirulí hay por ahí suelto, ¡eh, Lalo!
  • Ya…, pero...esos que tú dices son los brotes del descoque del final del franquismo. Aquí, en aquellos momentos, alguien tuvo visión de futuro… Eso no cuajó.
  • Me estás diciendo que no lo hacen del todo mal...
  • ¡Uy!, date un paseíto hacia el sur. Éstos, comparados con otras zonas turísticas..., son los Salomones del urbanismo.
  • Entonces… ¿Quién tiene que acabar de ver el atractivo y el potencial de todo lo que me estás mostrando esta tarde?... Y que tan en el aire parece estar.
  • Mujer, ya lo ha visto mucha gente. Esto no es un bloque de apartamentos que se coloca, en todos los sentidos, casi sin calentamiento de mollera allí donde se calcula será más rentable. Es un proceso mucho más lento, de decantación; te lo matizo un pelín mejor que hace un ratito.

Y prosiguió: “Todo esto que estamos viendo y pisando siempre estará aquí al servicio de los que tengan el placer de cuidarlo; de los que sepan valorar el entorno exclusivo en el que se asienta; de los que, en último término, no tengan que estar ya mirando de reojo todo el día el mercado de la uva y de la almendra, porque sepan darle valor añadido. Y me repito: si a cincuenta o a ciento cincuenta kilómetros de Jávea se cría uva de forma más rentable, habrá que vender la de aquí en un pack inseparable donde vaya la uva, los atardeceres del Montgó, las amanecidas sobre la bahía desde el Cabo de San Antonio, el pescaito en la cantina de la lonja, El Plá en mayo -cosido por sus caminos y recorrido en bici-, el centro histórico del Pueblo y...la mueca-sonrisa del inglés que se te cruza”…

  • … ¡¡¡En serio…, pásate por el Ayuntamiento, tío!!!…

Continuaron callados. Lalo no sabía si estaba del todo convencido sobre lo extensamente comentado con su amiga, o si lo que había hecho era más bien un ejercicio posibilista, y había trabajado más su buena voluntad para dar luz sobre los problemas de la comarca. Ella, por su parte, parecía asimilar tanto tema para un simple día de playa...





  • Me has engañado –le dijo Belma, ahora sí, más centrada en la clase agropecuaria.
  • ¿Mande?... –lo descolocó por completo.
  • No son pocas las parcelas que hemos visto abandonadas.
  • ¡Ahhh!..., ¡ya! -volvió Lalo a su "pantalla" Cicerone como Dios manda.
  • Son muchas las que estamos viendo por aquí... ¡¡Que voy aprendiendo, chaval!!
  • Pero a ti se te está quedando la visión más reciente que vas teniendo en tu retina. Hemos ido pasando de mejores terrenos con buena capacidad para ser regados, a parcelas más altas, más fraccionadas y de secano. Aquí es donde quiero ver yo a los registradores de la propiedad, a los carniceros y fontaneros venidos a más.
  • ¡Qué manía con los pobres Registradores!, ¿no?
  • ¡Coño, pobres! ¡¡Aquí..., aquí tienen que enterrar sus ahorritos!! No olvidarse de que sus Yayos les dieron sus carreras acarreando naranjas a los mayoristas de Burriana...y almendras para Jijona. Acordarse de la tierra; olvidarse un poco de los yates.
  • ¡Oye, tú! ¿Por qué tantísimo cartelito en ingles y en alemán?
  • Los xabieros están hermanados con los gabachos de Thiviers para despistar; es parte de su humor inglés. Para quienes los conocemos en el fondo de verdad, debieran estarlo con Londres o Edimburgo. Ni alemanes, ni holandeses, ni suizos, ni españoles; nada de nada, a ellos dales British, ¡¡mucho British!!
  • ¡Qué pasa!, ¿que los de aquí sólo pegan hebra con los ingleses, son almas gemelas, se confunden con la mirada?...
  • Son isleños...
  • ¿Isleños los de Jávea?... a ti la nostalgia de la Mirinda te está afectando, tío.
  • ¿No te has fijado al venir que, bien por la general o por la AP-7, tienes que morir en el desvío de ocho kilómetros que te trae hasta aquí?... ¡Y sólo hasta aquí!
  • …¡¿Y eso qué tiene que ver?! No te entiendo ahora, Lalo.
  • Esos ocho kilómetros, diez u once hasta la playa del arenal, son los que han forjado el carácter javiense. Esta tira de tierra a modo de córner, fuera de todo camino y travesía, es su particular Canal de La Mancha.
  • Y entonces..., los madrileños, los valencianos, los vascos que venís por aquí…
  • Nada, nada de nada; “soterrat de segona, ¡ché!”, veraneantes, gente que viene a ver el cambio de guardia, el Big Ben y se acabó ¡¡No más, créeme!!
  • Pero eso pasa en muchos lugares del mundo; es una actitud común, es...parte de la condición humana.
  • Sí y no... Aquí el que se asienta de verdad, quiere compromiso total con la causa. Sí, como lo oyes..., con la causa xabienc. Es...como una comunión entre el lugar que todo lo da y la persona agradecida de por vida con ello. Es un pacto secreto.
  • En serio Lalo, si estaba toda la comida muy buena; ahora te devuelvo yo la pregunta: ¿qué es lo que te ha sentado hoy mal?...
  • ¿Eres boba o qué?, la modorra, la hora de la siesta ya pasó; llevas muchos kilómetros para no despabilarte. ¿Tú crees que es lo mismo asentarse en Almonte que en Jávea?
  • ¿Mnnnm? -paró la bici de Lalo asiéndola por el sillín, y de forma estrábica le miró.
  • ¡A ver, a ver!... Enraízas en las Marismas... Te levantas por la mañana, abres la puerta de tu casa, y...qué.
  • ¡Qué de Qué!, Lalo Monje.
  • Pues que sales, y el horizonte no te lo rompe nada. Marisma, flamencos de todo pelaje y la primera línea…, la vanguardia del pinar. Se acabó, no atisbas más. Por otro lado, no pensarás que es lo mismo equidistar de Huelva y Sevilla que hacerlo de Valencia y Alicante.
  • Estás hablando en sentido figurado, Lalo... ¡No puedes estar tan abducido!
  • También estoy hablando en sentido figurado. Y estarlo no es tan malo. ¡Bip,bip!
  • Oye tío, refunda aquí el Patronato de Turismo… -y se morían de la risa en llegando al final del camino de grava.
  • ¡Mira!, el Stop del cruce. Si los de aquí y los que cruzaron el Canal de la Mancha para quedarse descubrieron el Universo xabiero, creyendo en él más que en la Libra esterlina; yo, y aunque sea a última hora de este día de agosto, te lo voy a mostrar. ¿Te quedan ganas y fuerzas para subir al Faro del Cabo de San Antonio?



El tramito por la carretera de Jesús Pobre lo hicieron en pertinente fila india. Dejó el cocinero que la maestra de inglés marcara el ritmo yendo ella la primera; cerró el pelotón de dos, y mientras que con un ojo admiraba la molicie del Montgó y con el otro la otra…; pensó...: que a ver por qué el capullito de Borges no había podido aguantar a una mujer tan buena y tan mala como todas las mujeres del mundo. Y que así como el cuchillo cebollero harto de trocear cebolla acaba romo y busca desesperadamente al afilador para continuar su misma faena, no entendía cómo -Borges- no había sido capaz de buscar, de inventar una historia que le afiliase su vida junto a Belma y sus tres Hijas.

Ella por su parte comprobaba cómo era cierto lo que su amigo le había asegurado justo antes de comenzar el paseo. “Aquí hay conciencia de bicicleta; todos se apartan más de un metro al adelantarte, a lo peor alguno del reparto con prisas…, pero en general, fíjate, ya verás”. Se sonrió a treinta y...siete kilómetros por hora, recordando la anécdota contada con el gracejo del Cocinero a cuento de lo anterior. “Pues no que un día el acompañante de una furgona se asoma por la ventanilla y me espeta con tonito cheli: os tenían que prohibir a vosotros y a vuestras bicisss” Y la respuesta sobre la marcha de Lalo “¡Los malos polvos, los malos polvos, son los que tenían que prohibir para que tú no estuvieras hoy aquí!”. Esta mínima minoría maleducada entre los del reparto, tenía -según su amigo- la misma percepción del metro y medio de distancia de seguridad en los adelantamientos...que de los pretendidos dieciocho centímetros de su propio… Recordó -sonriéndose- al hilo, también, lo que cruzando la urdimbre del Plá, antes de embocar el camino Cabanes, le había dicho sobre los equipos profesionales de ciclismo, y la elección de su stage invernal aquí en la comarca.

En su repaso acelerado sobre este fantástico paseo sólo le dio tiempo ya, antes de llegar a la Villa, de rememorar el momento en que pasaron por el barranc de Lluca, con sus muretes de tosca, sus cañaverales cobijando al camino y sus bancales de naranjos y de viñas. Y la pregunta que le hizo a su amigo “¿A qué me recuerda todo esto, Lalo?” Y la respuesta de él: “Pues a las películas que has visto de La Toscana o de la Provenza, ¡Niña!”. Llegaron a Jávea en un santiamén en cuestecita abajo. Dejaron las bicicletas muy cerca de la olivera, no se sabía cuantas veces centenaria. Y en el primer bar que se terció compraron litro y medio de agua -las Mirindas hacía tiempo que no se las servían- para completar los bidones…, y el resto al gañote.

  • Ve tú delante; no te asustes por este primer repecho hasta la primera rotonda, es engañoso; el resto nos lo comemos con papas, ¡¡Quilla!!
  • ¿Ponemos plato pequeño y piñón grande?
  • Muy bien, haciendo molinillo hasta La Ermita; allí cruzamos con precaución, echamos un último trago y nos hacemos del tirón los dos kilómetros hasta arriba.
  • ¿Sólo dos?...
  • Tchssshh... Aquí en Jávea es todo favorablemente...engañoso.

Belma coronó entusiasmada el altiplano. Los paseitos en bici por los jardines del cauce del nuevo Turia o las excursiones a las playas del Saler no tenían nada que ver con esto. Estaba dulcemente cansada; y la endorfina transmitía..., para que mujer, máquina y asfalto se retroalimentaran. Lalo en la cima impuso el ¡¡sooo!! Llanearon con alivio por la lengua estribada de Les Planes: esa larga prolongación oriental del Montgó a la que habían escalado -a modo de estrechita meseta e interminable corredor; y donde erguido, encopetado, resplandeciente y blanqueado de día, luminoso y cadencioso de noche, seguro, soberbio y muy por encima de todos, nos espera siempre impertérrito un amigo de la navegación...-. Antes de llegar al mirador del Faro se desviaron hacia el de Los Molinos. Lalo quería que su amiga se llevase desde la misma meseta una doble visión de la comarca. Asomados sobre las terrazas naturales le relató la historia de estos gigantes molineros -que en estos momentos a sus pies tenían- propulsados por el llebeig -aquella brisa endémica del suroeste milagrosamente refrescante-, y su relación con el pasado cerealístico de Jávea. Parecía que estuviesen en el pueblo de Sarita Montiel pero con unas impresionantes vistas al mediterráneo. Allí arriba se sintieron henchidos de todo; como las velas de antaño que ahora como hechizados admiraban.



  • Mira allá al fondo, en la linde del Plá. ¿Ves aquella parcela casi cuadrada que parece de oro? –continuó, didáctico, el Cuiner.
  • ¿Aquello no es un campo de futbol?
  • ¡Qué va, qué va!, si fuese eso lo veríamos desde aquí, tan altos como estamos y tan lejos como queda, muchísimo más pequeño. Es prácticamente el único cuadro de cereal que resta por los alrededores; lo bordeamos al principio del paseo por el Plá. En su día lo medí con la bici por curiosidad, y tiene aproximadamente entre cuatro y cinco hectáreas.
  • Entonces no. Ahí cabrían varios campos de futbol..., ¿verdad?
  • Claro…, para encontrarlo, tendríamos que buscar un cuadrado cuatro o cinco veces más pequeño que ese barbecho –puntualizó, proporcionalmente, Lalo.




Belma, a vista de gaviota, comenzó a entender muchos retazos de la entusiasmada perorata de su amigo durante la tarde. Lalo, lo último que dijo aquí en el mirador de Los Molinos, fue, que seguramente el dueño de esa parcela debería ser un castellanote con mucha morriña de trigo, que sí no, ¡de qué! El resto de la contemplación fue en silencio. Y hasta que Belma dijo: “¡Qué bonito, sigamos!”, a él le dio tiempo de rememorar las originales impresiones que tuvo...cuando por primera vez todo esto le fue revelado…

Los eternos, profundos y saturados Verdes del pinar de La Granadella y de los naranjos del Plá, lo transportaron, en su día, a la verdina -rebañada con maestría- del Belén de su infancia. El resto del envolvente paisaje, donde se inventariaban casas, iglesias, ermitas, espigones de puerto, montañas venidas desde muy lejos..., acercándose poco a poco en suaves planos sin estrépito y muriendo sin quejas donde todo nacía: en el mar; todo esto, ¿a qué se le pudo antojar a Lalo en su primigenia y bautismal visión, sino a los corchos del Nacimiento magistralmente dispuestos por aquellas blancas y hermosísimas manos de su madre? Si hubiese sido…, si hubiese ocurrido sólo esto en el principio de su Jávea, puede que ésta no le hubiese agarrado por dónde lo hizo para no soltarlo nunca jamás; pero no fue así. Al cocinero le fue desvelado todo. Desde arriba a vista de pájaro, desde abajo con ojos de labrador, a cotas intermedias, desde donde fuese. Allí donde le colocaran ese Universo, siempre acudía a su ánimo la misma cantinela:

Visión controlada del entorno con un simple golpe de vista.

Todos los horizontes abiertos y cercanamente referenciados, sin que se te echase nada encima -excepción hecha del Padre Montgo-; no haciéndote perder en lontananzas indescifrables –excepción hecha de que te embobases en la orilla frente al mar.

Tutela del Montgó a modo de revelación, como un intermediario entre el Misterio y nosotros; como Padre al que siempre se puede acudir con el único requisito y condición paternal desde la alborada de los tiempos: si yo te he mostrado el camino hacia el mundo, devuélveme esa forma productiva de cariño con el reconocimiento que yo me merezco.

Necesidad tan imperiosa como irracional de no querer ver ni desear ningún otro entorno más en tu vida. Emerson entendió a la perfección al Cuiner cuando escribió: “No tengo ninguna objeción grosera que oponer a la circunnavegación del globo, con fines de arte, de estudio y de benevolencia, siempre que el hombre se haya hecho primero casero y no vaya con la esperanza de encontrar en el Extranjero algo más grande que lo que conoce. El que viaja para entretenerse o para conseguir algo que no lleva consigo, viaja de sí mismo y se envejece, aunque sea joven, entre cosas viejas. En Tebas, en Palmira, su voluntad y su mente han envejecido y se han dilapidado como ellas. Él lleva ruinas a las ruinas”…

Y la inefable y derivada alegría de todo lo anterior, plasmada en el hecho de vivir entre las separadas mecedoras, o cunas, de la Granadella y Les Planes.

Y la última sensación, si cabe, provocada en él por Xàbia, y que le gustaba definir aún más gráficamente; era aquella, en la que encontrándose en cualquier punto de la ensenada cercano a la orilla del mar, tenía la impresión de que todos los amables paisajes de la contornada, que en suaves planos inclinados se le aproximaban -y viéndolos a él maravillarse por el espectáculo que le mostraban-, se ponían a aplaudirle. Más gráfico todavía: aseguraba sentirse en medio del escenario, al aire libre, de un anfiteatro con suaves gradas y vacío de público, y de pronto todo lo que le rodeaba, es decir: el escenario donde se hallaba, las accesibles gradas, los pasillos de éstas, los vomitorios y el mismo cielo; todos juntos se ponían a jalear y a vitorearlo… Muchos a quienes intentó explicarles todas estas sensaciones...le llegaron a decir que si estaba fumao, a lo que él siempre contestaba que no, que “pa qué”…, si ya estoy en Jávea...

  • ¡Qué bonito, sigamos!




Las últimas pedaladas por la calzada de Les Planes dieron paso a la visión paulatina del torreón del Faro -con su cámara de servicio en la copa-, frente por frente, en el mismísimo punto de mira del manillar con la carretera. No hacía falta llegar hasta él; la terraza definitiva, el mirador del Faro de San Antonio, se encontraba unos metros antes que la señal marítima y sus dependencias; hoy deshabitadas, otrora vividas por los fareros y sus familias.

Abandonaron las bicis en un gesto entre parsimonioso y derrengado.

  • ¿Así…, no pasa nada?...
  • Aquí tampoco roban; tenemos Cuartel de La Guardia Civil.
  • ¡Jo con tu Jávea!... Tú debes estar pagado por alguien de aquí... ¡Vamos!
  • Desde que nuestras narices están por encima del metro cincuenta del suelo, el instinto de territorialidad se lo tenemos diferido a nuestros perros. Los que aposentamos aquí nuestro culo somos tremendamente sensibles con el instinto de ubicuidad... Ocupamos un lugar, y presumimos de haber llegado antes de que otro nos lo quite…


No dio tiempo para más duelo de ocurrencias. A la otra punta del altiplano, unas nubes a modo de montera, más bien de boinas superpuestas en la cima del Montgó, les hicieron de improvisada sombrilla en el declinar de la tarde. El sol, cansado de toda la jornada, empopaba a la bahía. Belma pretendía asomarse sin más; Lalo se lo impidió. Antes le mostraría la vertiente Norte de la lengua de granito; quería que notase el contraste, la paradoja encerrada entre las dos caras. A tramontana sólo era visible Nuestro Mar; no era poca la bastedad de la imagen a ciento sesenta metros y medio sobre las olas, con acantilados sobrecogedores, desplomados, imposibles; responsables de la batalla de titanes que suponía combatir los temporales del Norte... Al otro lado el Mediodía, el Sur que siempre invita con desparpajo. Por aquí, la caída era tan bondadosa como la misma ensenada. Ahora Sí. Belma se asomó…

Desde allí, y ahora de forma definitiva, fue testigo de todo lo que con palabras su amigo le había intentado explicar durante esa tarde de agosto; a veces con vehemencias; entre bromas y chanzas -que suelen ser en estas ocasiones buenas maestras- la mayor parte del tiempo. El marco del Universo Xabienc le fue desvelado; Lalo, aunque de ascendencia andaluza, por una vez en su vida no ejerció la exageración.



No había discontinuidades; nada que hiriese al paisaje. La observación podía hacerse tanto desde el mar hacia las montañas, como desde las más alejadas crestas de otras sierras al Mediterráneo; y en uno y otro caso, el tránsito en cualquier cambio de decorado o diferencia de cota se nos antojaba siempre amable, sin estridencias, asequible y relajante para nuestra mirada. Allá al fondo, la otra punta de la ensenada..., el Cabo de San Martín; todo lo recogía el cuadro con una belleza demoledora, salvaje y sin par.

En este momento Belma comprendió, desde la pesadez del marido de Mau...hasta el por qué unos cruzaron El Canal viniendo desde tan lejos, y otros se negaban a vadearlo estando y teniéndolo tan cerca…

  • ¿Está tocado por los Dioses el rincón?..., ¿¡o no, Belma!?

            sobre los textos

     ©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)

         setiembre de 2014