sábado, 22 de febrero de 2014

La conCIENCIA..., ese extraño reflejo.




Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer mismo, ¡vaya!...


Fue el segundo sábado de agosto de dos mil diez, cuando el Casio de pulsera, con las patillas rotas, recompensado por sus servicios y jubilado sobre la mesita de noche --de railite sin parecerlo-- de mi amigo, tuvo que esperar bastantes minutos más que los primeros sábados del verano para avisar que el sol había salido ya. Muy pocas veces el negro y mutilado reloj de esfera gris panza de burra tuvo la satisfacción de avisar a su dueño y señor, pues era siempre espectador de excepción de que el despertador que mejor funcionaba, en este caso, era de carne, hueso y espíritu inquieto.

Habíamos quedado de forma singular y tempranito en la salida del aparcamiento de su casa, cafeinados y despejados ya, para resolver en Valencia City uno de esos asuntos mal nombrados personal... Quien manejase el auto en el trayecto no viene ahora al caso..., quizás al final.


Los días seguían siendo largos --de hasta veinticuatro horas--, pero las horas de luz que reinaban sobre nuestras vidas desde que Dios nos implantó retinas comenzaban a declinar --como azafatas en mostrador de facturación antes de prejubilarse-- en esta segunda quincena de tan Augusto mes. El catorce de agosto, el llamado corazón del verano da sus últimas bocanadas, y como agotado después de treinta días ininterrumpidos ganándose tal reputación, tiene un receso, para ir desembocando poco a poco en el último tercio del estío; éste, ya más manso, recatado, desigual, y, sobre todo y vocacionalmente, menos caluroso. Esta serie de días corrían cuando muy de mañana un coche con matrícula aún de provincias enfiló esa última torrentera hoy asfaltada, urbanizada y nominada Vía Augusta, para abandonar la Villa de Xàbia y hacer fin de trayecto unos sesenta y nueve minutos más tarde en la Capital del Guadalaviar, Dios y pericia del conductor mediante. En su cuidado interior íbamos con suficiente antelación; y mientras el que guiaba se despabilaba y engranaba marchas, observó la cara de satisfacción de una cuadrilla de barrenderos --“limpiadores urbanos”-- que se le cruzó en la travesía de la población; alegría fundada por el aguacero caído la tarde noche del viernes, y que había dado un baldeo general, a modo de zafarrancho, a las calles de tan barrancosa y torrentera localidad de la Marina Alta alicantina. Cuando marchábamos sobre el llanito que desemboca en Gata de Gorgos, las viñas a pie de carretera nos ofrecieron un panorama muy similar al que pudo observar cualquier arriero cientos de años atrás. A la derecha y al fondo, el protector del microclima de la comarca --qué suerte que todas las comarcas del mundo cuenten con un microclima…-- , el primo de Zumosol, al cambio: El Montgó. La tierra caliza y anaranjada, que a duras penas se dejaba atisbar debido al gran fronde de las cepas, se intuía chorreando y esponjosa: setenta litros de agua, regalo del cielo en cada cuadro de a metro, albergaba.





Antes de levantarse la barrera del peaje, la mente de mi mejor amigo, siempre indignada al mejor…, peor estilo de Spinoza --“… aunque la indignación parezca ofrecer la apariencia de equidad, lo cierto es que se vive sin ley allí donde a cada cual le es lícito enjuiciar los actos de otro y tomarse la justicia por su mano.”--, y en ese gesto impaciente, y por extensión Donquijotesco, arremetió contra la Santa Inquisición de los noticieros meteorológicos vistos por él la noche del viernes. Según la fauna de la información del tiempo, de cualquier cadena, episodios pasajeros de tormentas veraniegas estaban íntimamente ligados a la retahíla de efectos del cambio climático provocado por ese Gran Lobo: El Hombre. Mostrarnos un gráfico con la secuencia de temperaturas máximas a ras atmosférico habidas durante los últimos veranos y endilgar a continuación las imágenes devastadoras de una inundación era práctica --además de habitual-- informativamente torcida y calenturienta. El amigo Maldonado no hubiese nunca consentido el haber mencionado el término “episodio de gota fría” para una señora tormenta de verano. A mediados de agosto, la “bomba” del Mediterráneo no estaba presta todavía, pues, si bien, su masa de agua evaporada era ya considerable, no lo era aún la baja temperatura que debería tener la atmósfera para condensarla brutalmente, como ocurría muy a finales de setiembre y durante cualquier día de la lotería de octubre. La diferencia entre el bueno, cabal, templado y perito Maldonado y la actual y calentóloga fauna meteorológica era justo la que había entre el hombre del tiempo y el hombre del saco. Uno nos informaba sobre si se nos mojaría la tortilla de patatas en el pinar de nuestro pueblo, el otro nos intentaba sumir en un fondo obscuro y apocalíptico. Mi amigo y acompañante se sonrió al recordar la pequeña y testimonial higa que el meteorólogo cordobés le hizo a Al Gore, al declinar la invitación de aquel encuentro ecolojeta a orillas del, por otra parte, más limpio Betis de la historia reciente. Buena parte de estos Señores del Tiempo postmoderno le recordaban al conductor la estrategia de El Corte Inglés para anunciarnos la llegada de la primavera: comenzaba a correr la tercera semana de febrero..., y mientras aún nos helábamos de frío ya era primavera en… Ellos igual: tormentazo en el Mediterráneo durante la Virgen de Agosto, y ya estaba la gota fría instalada y haciendo de las suyas. Y si la noticia era complementada con las imágenes de un huracán en el antiguo imperio Austro-Húngaro --va por ti, Berlanga-- y las de unas inundaciones de la temporada pasada del monzón..., bueno, bueno, entonces la información era desasosegante y garantía de consumo de sales de fruta durante la tarde --va por ti, Eno.


Si nos moríamos de frío en invierno: cambio climático provocado por las pérfidas calefacciones humanas; asaditos vuelta y vuelta en verano: calentamiento global debido al insolidario y contaminante occidente. El tufito de fondo, y final de todo telediario que se preciara, había de ser: vosotros los chiquitos occidentales debéis sentiros culpables de algo, mejor... de todo; vuestras vidas están cimentadas sobre el sufrimiento del resto mayoritario de la humanidad, y por consiguiente tenéis que aguantar una caterva de noticias horrendas. La táctica de mi amigo para con la tele en ese momento era la misma que la utilizada con su mujer: mirada fija al fondo negro de la pantalla --en este caso-- una vez apagada, y circunspección. “No me cuentes penas, cuéntame alegrías”, les recriminaba a una y a otra, según el caso... “Pero…, ¿qué le he hecho yo al clima?... ¿Qué le debo yo a los negritos de Somalia..., en exclusiva y solamente durante quince días en Navidad?”... Tales eran en esta ocasión las eternas y consoladoras --a ratos-- preguntas de mi amigo... Parecía ser.



Si le daba vueltas al asunto, reconocía que las mujeres y hombres del tiempo eran al final unas víctimas más, pues su sección, por decirlo de algún modo, debía beber de la misma fuente que el resto del noticiario: el efectismo y el tremendismo... Pasó como una ráfaga ante su sesera..., y se imaginó el posible tratamiento que hubiese suscitado en todos los medios de comunicación el descomunal episodio de gota fría durante los días 1, 2 y 3 de octubre de 1957..., pero trasladados a la actualidad. Y es que ocurrieron cosas por aquellos ya lejanos años sin que nadie las encuadrara en ningún cambio climático, y menos aún le endilgara la culpa de los acontecimientos al trasquilado género humano.



Don Manuel Pacheco Fernández, Jefe del semáforo (faro) del Cabo de San Antonio, durante la tarde del primero de octubre de 1957 ya lo tenía claro: “viento frescachón, viento frescachón”, se dijo a sí mismo y lo plasmó por escrito para que no cupiese duda. Se ve..., que la frescura del viento vespertino, más lo que barruntó que se avecinaba, hizo que la lectura --a última hora de la tarde, del pluviómetro de hierro galvanizado-- correspondiente al uno de octubre la dejase para el dos. El dos de octubre se organizó la del dos de mayo. El pluviómetro se le desbordaba cada doscientos litros caídos; así que donde rezan en el estadillo histórico 878 l/m2..., debió poner al menos 1000; resultado del agua monzónica de aquel ensayo de diluvio universal. Sumados a los trescientos del día 15 de octubre, nos da un mes pluviométrico de auténtico récord.






Lo que el bueno de D. Manuel Pacheco, aquella tarde de 1957 que estrenaba mes no supo explicar nunca, y que al día siguiente le tuvo vaciando pluviómetros como lechera vendiendo a cazos el contenido de su cántara, fue lo siguiente: una depresión aislada --Borrasca (la cursi Dana de hoy)-- en niveles altos de la atmósfera, a unos cinco kilómetros y medio aproximadamente de altitud, con núcleo frío inferior a veinte grados bajo cero, sobre el oeste de la península ibérica, observó --la mencionada Borrasca-- a vista de pájaro --mejor de satélite--, cómo, en superficie --al nivel del mar--, un potente Anticiclón sobre Irlanda hacía girar su masa de aire relativamente frío en el sentido de las agujas de un reloj y la canalizaba así hacia el pasillo mediterráneo; ayudado, además, por un “perro pastor” en forma también de borrasca situado al norte de África, y que hacía a la vez girar sus vientos en el sentido contrario a las agujas del mismo reloj. Así la cosa, y metidos todos en la Túrmix meteorológica, resultó: que irlandeses y africanos formaron un episodio de gota fría del carajo. En definitiva y en román paladino: Durante aquellos ya lejanos días, al pasillo mediterráneo fue invitada una masa de aire frío procedente de Europa, ayudada a embocar por las bajas presiones sobre el Norte de África; y que durante su cadencioso paseo se recargó de la humedad del Mare Nostrum, se inestabilizó y se apalancó a modo de espaldera sobre el espinazo montañoso que corre paralelo a la costa. Jávea sacó su número; y le tocó el gordo, el segundo, tercero, cuarto y quinto premios, todas las terminaciones, y decir la pedrea sería mucho exagerar, pues granizar parece que no granizó, ni falta que hizo.


A mi ensimismado amigo, como parte de esa ráfaga recordatoria, le vinieron otros sucesos muy similares al de 1957 en este recoleto rinconcito de la Marina Alta. El quince de octubre del mismo año, la capital del Turia sufrió los efectos de un episodio menor que el de Xàbia, pero que informativamente eclipsó a éste; el veinte de octubre de 1982, a la comarca de La Ribera le hubiese encantado declinar el honor de haber recogido otros 1000 l/m2 en veinticuatro horas; y treinta años después de las tribulaciones de D. Manuel en su precioso enclave farero del Cabo de San Antonio, en los albores de la época calentita, y a punto de ser bautizado ya como efecto del cambio climático provocado por El Hombre, en La Safor se volvieron a abrir los cielos a principios del otoño.

Unos momentos antes de enfilar la autopista, que le daría la mano y el abrazo con el asunto a tratar, observó las torrenteras --ahora en holganza-- que alimentaban al Río Gorgos. Pensó, sobre la marcha, en la socarronería del carácter javiense, “cediendo” de forma graciosa, educada, humilde y --sobre todo-- recalificada la parte del pueblo que una vez urbanizada no parecía en absoluto la desembocadura natural de todo aquel precioso córner de España. Y quiso vislumbrar e imaginar en un otero --antes de meter quinta--, detrás de un maldito matojo importado de yerba de la pampa, a un grupito de mujeres, hombres y niños en taparrabos, los cuales corrían..., y gritaban balbucientes y cacofónicas palabras contemporáneas de antes de Adán, para poner a salvo sus muy peludos culos de lo que les dejaría aquel cielo amenazante de aquel mes que aún tardaría miles de años en llamarse… Octubre.


Trasladado, por ejemplo, el diluvio de 1957 a nuestros días, habría sufrido el más monacal silencio la “anécdota” de que dicho año fue uno de la serie de años consecutivos tras la segunda guerra mundial con tendencia a la bajada de temperaturas --la serie de años bajando el mercurio se prolongó durante las décadas de los 40, 50, 60 y parte de los 70--. El marco lo habrían silenciado de igual manera, y no era otro que el de la presencia masiva de gases de efecto invernadero, cuya procedencia era de la borrachera industrial tras la Gran Guerra. La causa y el efecto fueron, entonces, contrarios a sus tesis actuales; pues a grandes emisiones de gases durante el frenesí fabril, le deberían de haber correspondido tendencias claras de subida de temperaturas..., y no fue así... Y nadie hoy se digna a recordarlo..., rememoraba él.

Cuando volvamos a tener un verano tórrido como el del dos mil tres o el de 2015, en el que toda persona que pasó y que volvió de las Baleares tuvo que tratarse los golondrinos de sus sobacos, pues los poros sufrieron un destajo estajanovista nunca visto, nadie se acordará --cuando esto vuelva a ocurrir-- de sus visitas al boticario suplicando la cremita que abre los poritos; y si todo lo anteriormente referido está prácticamente olvidado y demuestra la barbilla de cristal que poseen los asuntos del tiempo para ser recordados, entonces: ¿qué esperamos evocar y que nos rememoren de lo acontecido en materia del tiempo medio siglo ha? ¿Pretendemos acaso que los actuales calentólogos y su cohorte tendente al infinito hagan una conversión súbita a enfriólogos, para explicarnos que hace más de medio siglo la atmósfera se enfriaba mientras la atiborraban de gases de efecto invernadero, cuando según ellos debió hacer justo lo contrario? ¿Queremos que nos recuerden episodios brutales de gota fría como los de hoy pero multiplicados por cinco; pertenecientes a una época donde ellos aún no tenían el copyright del cambio climático?... "No, ¡verdad!... Va a ser que no", me espetó el tío machacón...



Poner el foco sobre aquellos acontecimientos ocurridos en el mismo preciso y precioso camino que ahora transitabamos, suponía para él un acto de desenmascaramiento hacia los cachondos que de un tormentazo veraniego actual recreaban poco menos que el fin del mundo. Parecía que dejar sin resuello al televidente, al final del martirizante noticiero, era garantía para asegurarse su fidelidad.


El pellizco de mala conciencia fomentado por la información en general, era la vaselina que nos hacía rodar sin muchos chirríos y estridencias hacia el próximo telediario, y además era cuota ramplona y suficiente para hacernos sentir mal el ratito justo y preceptivo... antes de despedirnos de la emoción molesta que causa el infortunio ajeno. El pellizquito, en exacción convertido, entretenía y acongojaba al alimón al personal para que no ahondase más allá de la manipulación de los medios. Mi amigo, en su mente reducida, no asimilaba, por un poner, la compatibilidad simultánea de comer boquerones fritos y ser espectador --durante los telediarios-- de carnicerías entre tribus del África de los Grandes Lagos. Tras hacer la digestión de los boquerones, aceptaría que alguien le explicase las fratricidas luchas entre africanos; y él, prestarse a hacer cualquier tipo de reflexión. Lo que nadie conseguiría de él, en este caso, sería que se sintiese mal o culpable. Si las guerras y las hambrunas de África las sintiera de corazón como cosa suya, nadie tendría que indicarle, y menos recomendarle, actitudes con la causa: la haría suya, las haría suyas...; si no, su corazón no se impacientaba demasiado. Así la cosa: que telediarios más boquerones fritos quedasen al mismo nivel y a la misma hora, como que no… Los primeros luchaban tenazmente por su malestar general y por hacer riquitos a los de Eno; mientras que los segundos querían hacerle partícipe del goce de lo que nos afirma, alimenta y definitivamente nos hace fuertes. Lo demás para el embebido conductor era la exaltación de lo banal, o burdas lagrimitas de cocodrilo a las tres y a las nueve.


Esta postura podría parecer cimentada sobre un corazón de granito, pero mil veces explicada a quien no pusiera oídos sordos, no le importaba repetirla una vez más. A él, sin embargo, se le antojaba fundada sobre sentimientos sinceros, razones nobles y con voluntad de remover conciencias bien pensantes, de toda la vida y abotargadas por la caridad del todo a cien. Al Cocinero de Jávea le reventaban el cráneo cuando se hacía apología de cierta mala educación emocional y se difundían mensajes tales como: “el hambre en la India podría ser atajada, e innumerables Ciudades de la Alegría ser construidas, sólo con el gasto en cosmética de los norteamericanos.” Este enfoque de la vida tenía para Lalo una lectura infernal, y significaba en último término que la conciencia podía ser cualquier cosa para nosotros menos un bálsamo. En otras palabras: la conciencia de cada uno de nosotros se convertiría en una gigantesca bota a modo de presta espada de Damocles que repatearía siempre a su dueño y señor, antes que hacerlo con alguien o algún asunto en cualquier momento. ¿Qué significaba todo esto, coño?: ¿que al yankee de turno se le tenía que indigestar el aftershave de todas las mañanas de su vida?, o que si bien hacía oídos a las consignas al uso, y en un ataque de generosidad el importe anual de su loción lo enviaba al subcontinente..., ¿tendría que seguir oyendo la misma letanía pero esta vez por ejemplo para el hambre en Somaliland o en Etiopía? ¿Y así hasta cuándo, hasta dónde?; ¿hasta que no quedase culo americano que repatear?, ¿hasta agotar los países del mapamundi que salvar?... Silencio... No hay respuesta.

Quería verse sorprendido algún mediodía por un enfoque menos maniqueo --de buenos bonísimos y malos malísimos--, menos discriminatorio sobre el tema del hambre, ya fuese en África o en la India; tratando por ejemplo sin tanto remilgo a industriales hindúes del highparade del Forbes ; o sin ir más lejos, y relacionado con la falta de pan en el mundo: cómo disfrutaría viendo abrir un telediario con la imagen del indio Karuturi y sus repetidas y delatoras palabras “¡oro verde, oro verde!”; y a continuación cualquier periodista, se llamara Pepa, Fran, Ana, Lorenzo o incluso Angels o Matías, criticando de forma acerada-inoxidable la postura del gobierno etíope, al arrendarle al avispado indio la friolera de cuatrocientas mil hectáreas --¡400.000 estadios de fútbol!--, con un contrato..., que el de cualquier plaza de garaje de andóbal habría sido un dechado de prolijidad y de cláusulas, comparado con el firmado por la parejita de piel atezada… ¿Qué noticiario había abierto, o simplemente informado a lo largo de él, con la primicia de que la producción de estos regalados y feraces campos etíopes iría a parar íntegra a los puertos del cercano golfo de Adén, para abastecer y jugar en los mercados de materias primas?... ¿Seguiría ahí el rey de las flores con sus tractores, cuando el maíz o el aceite de palma cotizasen en el sacrosanto mercado a mitad de precio?... ¿Quién coño abría un telediario denunciando este expolio de corte neo colonialista del siglo XXI?...


Cuando el amigo Vasile --creo, a esta altura del viaje, que el café matutino no le sentó bien del todo a mi amigo--... Cuando el amigo Vasile, decía, dejara de vacilarnos tanto, con sus amigos Jorge Javier y Belén --y nos eximiese de los reflejos de sus espejos puestos en nuestros mejores muladares--; y se llevara con viento fresco allende los Apeninos comentarios tales como “[...]la reputación de una empresa está en la cuenta de resultados. El espectador nos ve si quiere, nadie le obliga, y somos líderes de audiencia. En cualquier caso, nosotros trabajamos por el éxito, no por la gloria”…; y abriese a las tres o a las dos y media todo el equipo de sus informativos aplaudiendo a rabiar a la población de Madagascar por levantarse contra su Presidente Ravalomanana --con ese nombre recordando la canción del verano de 1978, no era nada de extrañar--, debido al intento por parte de éste, de regalarle a la Daewoo Logistics media nación cultivable --el equivalente a un millón trescientos mil campos de fútbol, ¡coño!--, durante un periodo de un siglo...,  entonces, cuando esto sucediera, se denunciara aunque sólo fuese de pasada, y NO nos mostrara Tele5 con tanto denuedo al yankee rasurado y perfumado como a diablo emplumado…, llegado este momento --ínclito Vasile--..., a mi amigo Lalo se le encogería el corazón al ver al negrito lleno de moscas, a las tres o a las nueve… Si en agosto habían decidido que prácticamente no pasaba nada en el mundo, entonces él había resuelto que todo el año era informativamente hablando agosto...

Enseguida recorrimos el tramo final del trayecto...

    
    - ¿Qué está pasando, señor?... ¿Le ocurre a usted algo?...

Lalo tenía puesto el "piloto automático" desde que embocó la A7. De forma especial, desde su reflexión cebada... ya no sabía exactamente por qué... Ahora se encontraba absorto y sin reaccionar junto a la batería de garitas en la salida de la autopista..., y delante de la barrera, que no se abría porque le restaba por resolver la minucia de pagar el peaje.


    - Siete cincuenta por favor..., muchas gracias y buen viaje.


Desfilamos de refilón por la Ford y la Albufera, y entramos de cañón por Ausiàs March hasta el fondo de Valencia..., hasta Blasco Ibáñez. Aparcamos de cine.         




Miró Lalo hacia el asiento del copiloto y estaba completamente vacío...


... Viendo cómo se acercaba mi hijo por el bulevar de Blasco Ibáñez hacia la zona azul, para echarme una mano con algúnos enseres de cocina que me harían falta ese día, le arrojé al retrovisor una cómplice, amistosa y última mirada.









  • ¿Qué pasa Papá, te vas a quedar ahí sentado y pensativo lo que resta de día?...
  • Perdona, Lucero, ya sabes que a veces me embobo.


  • Eso te pasa por pasar tanto tiempo solo en Jávea... ¡ Vamos!, que ya te tengo todo preparado en la cocina tal y como me has indicado.         

  • Vete subiendo las cosas del maletero, que yo mientras le compro la tarta a la Yaya.

  • ¡Oye, Cuiner?... ¿Cómo viajas casi siempre solo y sin música?

  • Ya te lo he explicado mil veces, Lucero... ¡Dímelo Tú!

  • ¡Ay Dios, Papá!, a desempolvar a tu querido tocayo de nuevo... "Música, vas demasiado aprisa, demasiado segura, demasiado alegre para que yo te entienda"

  • ¡¡Pues eso, Chaval!!... ¡¡Vámonos!!


                              










 



sobre los textos © Rafael D. Fraile  (ana casaenrama)
de interés:














En un lugar de Marchena...


**Fotografía realizada por mi Tío Juan Fraile Torres, y revelada en mayo de 1968: al fondo la Iglesia de Santa María de la Mota; en plano intermedio abajo a la derecha la Casa de "El Parque".**


             

        "La literatura es la infancia al fin recuperada"
                                     (Georges BATAILLE)

                           
               "No creáis que el destino sea otra cosa que la plenitud de la infancia"
                                                                                      (R.M. RILKE)


  "Pongo una fábrica de sombreritos..., y nacen los niños sin cabeza"
                                                                (Mariano Fraile Torres)





 ..., de cuyo nombre no quiero olvidarme, sí ha mucho tiempo que vivió una enorme persona...



¿Y queda algún retal suelto por ahí?... Lo de “El Parque” no puede ser un retazo, no. Es una pieza de tela entera que me vestirá para el resto de mi vida…

El niño en el campo quiere encontrar una tierra de encanto, de duendes, de hadas; y no hay más remedio que satisfacer ese tipo de capricho o frustrarlo.” No tengo noticias de que mis padres hubiesen disfrutado con Chesterton, ni que por supuesto hubiesen tenido intención consciente de frustrarnos en nada. Fuese por lo que fuese, el caso es que yo pasé temporadas entre pajares de oro; despertándome en agosto al amanecer con el sonido de una empacadora manual, donde se comprimía a base de bíceps el lecho y buena parte del sustento invernal de las bestias.


El Parque”. Éste queda fuera del cinturón de mis primeros recuerdos; fue más bien banderín de enganche con el pueblo que dejaba con aún no cumplidos los ocho añitos. Pero, ¿quién fue El Parque?


Como todo lugar habitado por humanos, tuvo vida propia, pulso y personalidad. Las tres generaciones que lo vieron nacer y morir animaron su espíritu, su tierra, sus tapias, sus albercas y su casa. Él por su parte, insufló en las personas que lo disfrutaron ese calor y seguridad que se sabe nace de lo que está afirmado, afincado y perfectamente establecido..., bueno, en este caso, no tan perfectamente establecido.

Fue una finquita rústica abrazada al pueblo..., casi pared con pared. El lienzo de muralla primero romana y luego árabe, cercano a la Iglesia de Santa María de la Mota, charlaba animosamente carreterita de por medio, y de tú a tú, con la hermosa tapia blanqueada que le daba acceso a su interior. Desde su entrada por aquí, hasta los llanos de la linde con la vía del tren, había un desnivel que en algunos de sus tramos arrebataba. Los terrenos llanos y acondicionados suelen dar personas melancólicas, predecibles y, por qué no decirlo, aburridas por no tener nada que salvar.




Y El Parque tenía mucho que salvar... La entrada en coche, por el portalón de la tapia, hasta la casa, era una cuesta abajo en zig-zag más bien mal empedrada que merecía la atención del conductor de un Renault 6 o un 850 sin frenos de discos, claro. Recorrer la escalinata de peldaños desahogados e irregulares en su cadencia desde la cancela de entrada, también abierta en la misma oronda tapia, hasta la misma casa era una prueba de resistencia para rodillas y piernas incluso de niños, en tiempos en los que no se estilaba mucho lo del “personal training”.

Inventariar: cochera aislada; casillas desperdigadas; pajares y locales improvisados como pajares, cada uno de su padre y de su madre, y en diferentes cotas de nivel; gallineros separados, y también unos arriba y más arriba, y otros abajo, con inquilinos de profesiones diferentes, pues mientras unas ponían otros engordaban; dos albercas: una descomunal junto a la casa, reminiscencia de una antigua fábrica de jabones o de lo que fuese, otra abajo, ésta operativa y testigo de baños alegres de niños, sin cloro, ni algicidas, ni leches; vaquería abajo; cochiqueras estabuladas abajo, pero cuevas conformando pocilgas a nivel intermedio; parcelas de tierras salpicadas, desperdigadas; lianas de yedra que confunden a los árboles, hasta no saber si son árboles con yedra o la enredadera les presta ya su existencia y soporte.



Pues como decía, inventariar hoy El Parque en mis recuerdos, o haberlo hecho durante la vida de él, es complicado y difícil de salvar..., tanto, como entender en la actualidad que allí hubiese tanto trajín, tan poco especializado y que llegase a ser rentable.

Este salto continuo y nada figurado de pollitas de puesta que vienen de Utrera, pollitos de engorde con ecijano pedigrí, unas que van arriba, otros que abajo; vacas hambrientas que mugen por aquí –<<La hora de ordeñar y se ha ido la luz, ¡Leche!>>; pacas que vienen de arriba porque el pajar de abajo se ha quedado vacío; recogida manual de huevos, arriba y más arriba todavía; cambio de cama a los pollos de abajo… Todo este ajetreo diario trepidante, y el tenerlo que enjaretar, dio una casta de personas nada aburridas y con aceptables redaños. El Parque, moviendo a los suyos por amenos e intrincados desniveles, les dio la chispa necesaria para saltar de un problema a otro sin solución de continuidad. Estar en la era junto a la vía y que te llamasen allá arriba se convertía en un ejercicio ímprobo y casi titánico.

Conjugar: Familia numerosísima, pollitos multifunciones, vacas de diferente índole, cerdos estabulados y charranes gorrinos encovados, huerta y parcelas desperdigadas de tierra calma; todo esto y a un tiempo..., fue tarea de Titanes. Pero había que contar con el Tío Mariano. Él y la Tía Manoli fueron la generación intermedia en la totalidad de tres. El tándem que formaron hizo que lograran tocar el pico máximo de lo que a aquello se le podía sacar. Como todo matrimonio que se precie de saber lo que se trae entre manos, éste también era paradójico y contradictorio. Él, siempre con la carta de presentación de su candor, su desgaire a menudo doblemente afectado y su bonhomía derivada, entre otras cualidades, de su peso; el Tío Mariano infundió en sus hijos la alegría que supone “simplemente” vivir, la dulce indolencia que suele acompañar al gordo, la Caridad cristiana, la obligación de comerse por Navidad una caja de cinco kilos de polvorones de Estepa y el gusto por bañarse durante el verano en una alberca con verdina, llena de tapaculos y ranos.
Ella, la Tía Manoli, disciplinada como una Ama de llaves parisina, y celosa de su principal pollada. Aunque nadie me ha desmentido que no pudiesen cambiarse a veces los roles.

El Tío Mariano y El Parque, como suele ocurrir siempre con los mejores, murieron jóvenes; ésto hizo que en ambos casos nacieran sus mitos, los cuales anidan y endulzan nuestros recuerdos. Todavía existe un medallero o un extraño e idealizado cuadro de honor en el pueblo, donde se registran aquellos que presentan evidencias sobre cómo El Gordo del Parque les disparó en una o más ocasiones con su escopeta de sal, al intentar éstos saltar las tapias de la finca; cuando todos sabemos..., que el pobre Tío Mariano toda la sal gorda que gastaba se la ponía a los huevos fritos que entre gran pecho y espalda se metía.

Mark Twain estuvo en El Parque..., si no, cómo se explica que numerosísimos episodios los encuadrara allí: Escenas de campo, niños conversando en un pajar, el zagal desaliñado con tirachinas adosado. La cueva de Joe El Indio tenía su entrada por la bocamina detrás de los transparentes, éso lo sabe todo el mundo… Y si por lo que fuese, el bueno de Mark no anduvo por allí, seguro que se crió en un lugar con su mismo encanto; eso sí, con un río algo más caudaloso que el Corbones...

El tan renombrado Ulises, retornó de su periplo por el basto mundo... al Parque; sí, sí, como suena: si no, por qué la conversación entre Odiseo y su querido y fiel porquero Eumeo tuvo lugar en todo lo alto de las cuevas con cochiqueras... ¡Sé que fue aquí y así!

Y por último, y esto sí que es más seguro... Ése de nombre tan largo y apellido tan corto, sí, sí, gabacho él… Eiffel, eso es, ¡hombre! Este señor estuvo en El Parque… ¿Os reís? ¡A ver, a ver!: no pudo nadie que no tuviese el ingenio y la pericia del francés, calzarle esa estructura metálica de columnas zancudas, como de cigarrón, a esa casa tan desnivelada como encantadora. ¡¡EE o no EE!!...

La Finquita “El Parque” nació llena de esperanzas en tiempos de mis abuelos maternos; la desarrollaron con toda su problemática mis queridos Tíos; y murió con la dignidad que da el cerrar puertas y persianas, cancelas y portones que se sabe cierto que ya no tienen más vistas y alegrías que mostrarnos, por parte de seis Hermanos entre ellos el Curiaqui, y a la de tres… Y la disfrutamos todos los que por allí pasamos. Algunos vivieron en un manso y recatado lago, otros vivisteis en un alegre, vigoroso, ruidoso y audaz arroyo.

¡Salud al Parque!

Por estos pagos, y entre ellos, me fundieron; por aquí y bajo estas circunstancias se fundaron los cimientos de lo que buenamente y a duras penas hoy me deja ser...


¡¡AH!!... Felizmente el Tío Mariano dio al mármol su célebre frase con posterioridad al nacimiento de Queca..., consiguiendo así tener media docena de Hijos con cabeza y gran corazón.-



                  ... Unos telediarios más tarde...







 ... Y unas cajas de polvorones, más unas docenitas de TORTASMANTECA, después...





... ;)   :)

sobre los textos
©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)




domingo, 16 de febrero de 2014

El Cambio Emblemático.






 En clave de Rumor...



Tiempo ha, sucedió en la vecina Calpe un hecho que con el devenir continuado de amaneceres y declinados ocasos concurrió en algo más que un hecho, pues sólo por lo esperpéntico y desquiciante que resultó al final ser, elevó súbito de categoría, entronizándose en el universo definitivo de lo posible: o sea, en Rumor... Qué bella palabra..., pues qué es todo sino Rumor... Pretérito Rumor de la ola que expelió para siempre jamás a aquellos parientes mamíferos muy anteriores a los de “before Adán”, los cuales perseguían salir definitivamente del medio acuático, vivir para siempre en la tierra de la Tierra, dejar de tener a todas horas los pies -o lo que en aquellos entonces fueran sus pinreles- mojados, abandonar para siempre el Fungusol y el Canestén prehistóricos... Futuro Rumor de la Gigante Roja en el momento de engullirse el Planeta Azul, cuando Lorenzo, hinchado y hastiado de tanto vivir, diga: "hasta aquí hemos llegado"...

Este es el breve relato de una conversión; una más en la historia de la humanidad; una SanPablada sin caballo -que nunca lo hubo, por cierto-, o una SanAgustiniada sin tanto descoque previo... Es una narración forjada -en su cosmogonía- en la estival y calurosa madrugada de una onanista, solitaria y lujosa habitación de hotel... ¡Ah!, otros verán en todo lo que sigue una traición; el relato de un monumental cambiazo... Rumores... para todos los gustos.

Estamos inmersos en una noche con luna de Alicante, sábado, avanzadas horas de las sombras, previa al chupinazo final -durante la mañana dominical- del acto de clausura del Congreso sobre el cambio climático de origen antropogénico, organizado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático IPCC... Durante las dos jornadas anteriores, calentólogos de todo el orbe han debatido en esta convención, y teniendo como acogedor escenario para sus endogámicos argumentos el principal salón de actos del hotelazo, han debatido -como comentábamos-... sobre la letanía ecológica, la cual explicada aquí en confianza como estamos la podríamos resumir asín: el bochornoso y horroroso calor que hace durante el verano en cada uno de los hemisferios -de forma alternativa, claro-; el frío que pela en invierno; y lo "raritas" que parecen tener viso de ser la primavera y el otoño... ¡Ah!, disculpen... Y lo "¡malo, malo y malo!" que resultaba ser El Hombre para el planeta azul...

Empero..., como lo que aquí en definitiva se va ha escribir es el desenlace de un cuento sin mucha presentación y un nudo más bien corredizo, lo mejor para todos, pues, será calcar..., fusilar la deferencia de aquellas juveniles y veraniegas novelas de Agatha Christie, en las que acudíamos a la relación de los personajes -en las guardas delanteras- para saber quién era quién.

Ponente T. Delparque [Curiaqui en su familia]
Protagonista de nuestra historia. Ponente de la legación española y elegido responsable para la lectura del estelar discurso de clausura del Congreso. Es político profesional desde que cobrara siendo mozo unas treinta y tres mil pesetas por encolar y emporcar los muros y tapias de su pueblo con los carteles electorales donde no aparecían Fraga ni Suárez... Persona solvente y decidida en todos los ámbitos; su tono vital pasa por un momento delicado: el del cincuentón con motor Mercedez-Benz adecuadamente rodado y disfrutado, pero con la sensación de hartazgo que da ese abrumador porcentaje de seguridad y fiabilidad sin tregua. Tanta disciplina y regularidad en tantas campos le hacen desempolvar su vida de hace un cuartillo de siglo...
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...El Curiaqui, gracias a su padre, derivó -hasta rozar los veinticinco- hacia gustos campestres; y merced a modas entero ambientales y oportunismo político aterrizó, finalmente, en la concejalía del ramo de cualquier ayuntamiento del sur de España. Antes de hacerse apóstol del carguito y forofo calentólogo -y viceversa- , pastoreó muchas tardes de primavera a su rebaño de vacas suizas por los pastos de cebada forrajera; limpió toneladas de gallinaza de sus diez mil ponedoras, a las que recogió y clasificó sus miles de huevos diarios. Hasta que se hartó de discutir los créditos con el director del Banco Bilbao de su pueblo para renovar a las gallinas, y se cansó, además, de que las vacas se comieran más de lo que le pagaban por la leche y la carne juntas. Así el panorama, y por muy bucólico que pareciese todo, trabajar para el diablo no era la idea del laburo que él tenía. Mandó todo lo agropecuario a tomar por la retaguardia, y el Museo de arte y costumbres populares de la capital... se lo agradeció. Con la entrada en la Comunidad Económica Europea surgieron milagros tales como: que la leche entera francesa era casi superior a un vaso de agua con exceso de calcio; que los huevos gallegos se vendían en Andalucía -y viceversa- en aras de la frescura; y que las carnes inglesas y holandesas tenían la propiedad de poder reblandecer nuestros sesos. La entrada en el Mercado Común fue la lesshhe. Avispado como era el Curiaqui por su condición de benjamín, pronto dilucidó que traía más cuenta discutir sobre el CO2 de la atmósfera que sobre el precio de un kilo de pienso.
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No se rían, no se rían..., que en unos instantes lo  tenemos en el escritorio de su habitación [6-69] muy muy compungido, intentando hayar (de la LOGSE) un punto de apoyo donde colocar la palanca que le dé un renovado vuelco a su desaborida vida..., según su más íntimo sentir.

John Capirote
Responsable último y coordinador general del Congreso del IPCC. Hacedor y pergeñador del pretencioso discurso de clausura que leerá Delparque el domingo por la mañana -documento pastelero y lacrimógeno, de parte del África profunda hacia y para sus benefactores..., que somos nosotros: "el primer mundo"-; así como "padre" -John Capirote- de la ñoña e ilusoria figura de Niara Kdongo. Hombre con desmedida ambición; tan cálido como un viaje en moto sin carena durante un aperreao día  de enero... Y en último término, calculador y por primera derivada manipulador.

Niara Kdongo 
Invitada-Invisibe-Imaginada de Honor pero convidada de piedra... Protagonista ilusoria en el alegato de clausura del Congreso... En su holografía discursiva, se nos muestra como amantísima, y por ende afanada madre africana, la cual, siguiendo el hilo de una lúdica y espartana transmisión vía correo electrónico -vía satélite-, se deshará en parabienes hacia el IPCC, por su encomiable labor en la titánica lucha contra la fiereza de ese depravado depredador del CLIMA: El Hombre... Es la mujer de paja, la tonta útil explicándose mediante una docena de folios representados por boca del ponente T. Delparque, el altavoz africano que clama a los cuatro vientos su gratitud con el sacrosanto IPCC.

¡¡EA!!, aquí que volvemos al Big-Beng de este cuento... Tenemos el domingo de madrugada a Delparque sentado delante del frío escritorio de la 669, inhalando el aroma regalado por un puñado de jazmines abiertos esa misma noche y esparcidos sobre la mesa; a los teclados de su portátil órgano informático, silenciosa y cómplice impresora de andar por casa incluida... En una mano el "discurso original de mañana domingo" pergeñado por la cúpula del Intergubernamental, en la otra, un taquito in albis de folios, timbrados sin más con los relieves del Programa de las Naciones Unidas: son los elegidos, el arma del "delito"... Como testigos de la tropelía en ciernes y remoloneando por el escritorio: "de rerum natura" y "el ecologista escéptico", queriendo ser espectadores excepcionales -de ayer y de hoy- del  sin más dilación premeditado cambiazo.

  • ¿Recepción!... ¿Mariví, eres tú!... Por favor, que me suban una jarra con café, limón y una cubitera. ¡Gracias!


A las cinco y cuarto de la mañana, los despertadores made in Calpe, con plumas, pico y espolones más bien inquietantes -y sin pilas-, comenzaron a funcionar. El Curiaqui, a la sexta hora de este recién estrenado domingo, ya estaba dando un paseo por los alrededores del hotel. 

Cuando el Señor Delparque entró en el Salón “Peñón de Ifach” -después de haber pasado por su habitación y de reubicarse un poco-, emperifollado local y lugar donde se estaba desarrollando las jornadas del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, al señor Capirote, responsable y coordinador general del Congreso, se le abrieron los siete cielos ecológicos y se le aparecieron todos los santones medio y enteroambientales. A primera hora de la mañana había intentado ponerse en contacto con el Edil Ponente pero su celular no daba señales de estar encendido. Cuando preguntó en recepción por él, la señorita Mariví le comunicó el mensaje dejado por el señor Delparque al amanecer: necesitaba un aparte consigo mismo para poderlo dar todo; estaría puntualmente en los previos de la convención. Nada más verlo entrar, lo asió por el perfectamente cincelado hombro del Curiaqui y no lo soltó hasta haber embocado bien la escalinata del escenario. Momentos antes de dar comienzo el acto y el discurso de clausura, y estando Capirote y Delparque en un aparte, sobre el mayúsculo entarimado en el que se ubicaba el atril y la fabulosa mesa corrida, en la que se cobijaban tanto organizadores como técnicos responsables del multimedia, le preguntó el notable y áspero calentólogo al templado y un poco turbado concejal:

  • ¿Todo OK, Delparque?
  • Todo controlado, John. Absolutamente nada de lo que preocuparse.
  • Recuerda que hoy es el día de tu espaldarazo; hasta en las quinielas menos favorables aparece tu nombre como parte del recambio generacional. ¡¡Y Tú Lo sabes!!

Aquello le sonó al Curiaqui como muy enlatado, poco natural, y bastante impostado; no era posible que un tipo que no dominaba el español se desmarcase con tales términos. Además; espaldarazo, espaldazo, jardazo… Todo le sonaba muy confuso, momentos antes de erigirse ante miles, millones de ojos. La jornada -con los años más bien sería recordada como Función- de clausura comenzó. Los responsables de Comunicación hicieron tal despliegue de medios y posibilidades, que el acto de los Oscar, de haber sido comparado con ésta, se habría convertido en la polvorienta promoción del crecepelos hecha por el señor calvo de levita desde lo alto de su carromato en el Far West. - ¡Qué munificencia, Dios mío! -se dijo para sus adentros el en breve ponente.

Mientras el acto discurría sincronizado como una sesión de trileros por el Gurú John Capirote, Delparque se abstrajo unos segundos. Necesitaba ver las correcciones perpetradas... Comenzó a leer el documento realizado en el mismo papel oficial del IPCC; formato idéntico, tipo y tamaño de letra calcados. En apariencia todo pintaba bien... Iba recorriendo con la mirada el primer folio, y conforme despachaba frases, fue recuperando una indescifrable liviana sonrisa. En el momento en que se disponía a repasar la segunda página, Capirote anunciaba como si de la presentación de Diego Armando se tratara: “Con todos ustedes, y formando parte de la prestigiosa Delegación española: ¡El Señor T. Delparque!”...



CARTA DE AGRADECIMIENTO DE NIARA KDONGO A LOS SEÑORES DEL PANEL INTERGUBERNAMENTAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO


Estimados Señores:

He de ser breve, muy breve. Puedo intuir el dolor que sobre los hombros han de sentir todos los que desde latitudes septentrionales han acudido a la convención sobre el Cambio Climático de Origen Antropogénico, durante estas tres largas y agotadoras jornadas, ahí en las bellas costas mediterráneas españolas. Sé, que todos los miembros Nórdicos, a los que ahora aprovecho para saludar fríamente y referirme, no habrán tenido la precaución necesaria para proteger sus lechosas espaldas de ese bendito Sol español. Sé, que sus camisas -hoy especialmente almidonadas para abrir con blanco nuclear todos los telediarios de la Madre Tierra- acarician sin rubor sus maltrechos hombros. Sé de buena tinta -y por otro lado- que numerosos miembros de las delegaciones provenientes del Hemisferio Sur no están menos deseosos que los Nórdicos de que esta convención concluya en breves instantes; sus razones no son de menor peso, pues de pronto los sacaron de su acogedor y mullido invierno para trasladarlos -charco de por medio- a cuadras más caldeadas y húmedas -¡vaya por Dios!-. Eso sí, que ni a unos ni a otros se les ocurra decir ni pío a propósito del hotelazo que los ha tenido hospedados, sus comodidades, lujos, excesos energéticos y, sobre todo -y ahora sin una brizna de ironía, se lo suplico-, el carácter acogedor de todo el personal español.


Pero no es la prisa de sus señorías la que me atosiga. La que me acucia, está afectada más que nada porque yo sea precisa, porque esta servidora sea breve. Siendo concisa en mi discurso conseguiré dos cosas. La primera, que ustedes me atiendan, y la segunda, que este correo electrónico que les envío desde el corazón de África les pueda llegar. Es complicado coordinar las telecomunicaciones aquí en medio de la Sabana. Mientras yo tecleo el texto, mi hijo Daren no debe dejar de pedalear en la dinamo de la comunidad; el enchufe de red eléctrica convencional -entre ustedes, claro- más cercano... creo que está a seiscientos sesenta y seis kilómetros y medio de distancia -eso dicen algunos-. Daren a los pedales, una servidora a los teclados, y aún falta la última pata del taburete -recuerden siempre que con tres patas aquí en África nunca se cojea-. Mi querido hijo Ajani ha de orientar hacia el este, lo mejor que sabe y -sobre todo- que puede, la parabólica. Todo esto no sería nada meritorio si no tuviésemos -además- que supervisar que mi pequeña Kendi no se nos asfixie dentro de la cabaña mientras se acaba de cocinar el ñame, calentado en el fogón a base de los excrementos de ñu. Problemillas logísticos aparte..., que se solucionan con el ingenio africano, yo, Niara Kdongo, LES ACUSO.

                                       
                                

Les acuso de poner palos entre los radios de las ruedas del carro africano. Les acuso de no dejar prosperar a un pico muy considerable -de cigüeña más que de gorrión- de la humanidad gracias a sus políticas egoístas, temerosas e irracionales.

Cuando a finales del siglo XV el Papa de Roma Inocencio VIII -inmerso el clima europeo y mundial en aquella “pequeña edad de hielo”, que transitaría con vertiginosos altibajos meteorológicos entre lo siglos XIV y XIX-... Cuando a finales del siglo XV el Papa publicó una Bula para defender a la población, de brujas y herejes hermanados con el mismísimo Diablo, y cuyas finalidades, según la mentalidad de la época, eran trastocar el clima provocando todo tipo de calamidades; pues como les decía honorables congresistas, cuando su Santidad tuvo a bien ante tamaño descontento y cambios meteorológicos feroces, inexplicables y fulminantes, meter mano a tanto delegado y delegada satánicos, al menos tuvo la gallardía de emparentar a los malandrines terrenales con fuerzas tan potentes -aunque de signo contrario- como las que Él representaba. Dentro de la tremenda ignorancia e inopia científica, y del obscurantismo en el que el mundo aún estaba inmerso, había cierta lógica en la posición Papal. Sí.

Conocedor Él, de los buenos diezmos cobrados por sus antecesores sobre cultivos y ganaderías en latitudes muy al Norte. Bebedores de buenos caldos como fueron sus Santidades, durante los benignos últimos siglos del primer milenio y los cálidos primeros del segundo -y antes y después también, of course-, y estando informado Inocencio del cuantioso montante, así como de su septentrional procedencia, no tenía más remedio que argumentar... que la causa de tanto transmutar a peor no podía ser atribuible más que al Maligno y su cohorte de representantes en la Tierra. Fue un drama humano originado por el miedo y la ignorancia. Se acusó a unos pocos-muchos débiles para poder dar salida a la argumentación teológica de la época… Si se ha trabucado el clima, después de tan benignos siglos, tiene que haber sido Belcebú y sus acólitos. Si yo no declaro y me reafirmo en lo dicho, y además lo combato al menos tan ferozmente como se manifiestan las hambrunas y las enfermedades, estoy dando pábulo a que las fuerzas del Averno son superiores a las Celestiales… A los ojos de hoy, son razones supersticiosas contra hechos totalmente inexplicables de forma científica en aquella época, y si me apuran, señorías..., incluso en ésta. Nadie arremetió contra medio mundo y lo intentó lapidar. Inocencio no perdió el respeto a sí mismo. Fue consecuente con el estrecho margen de su realidad: “venimos de numerosos y feraces siglos con la ayuda del Santísimo; construimos todas las Catedrales durante una primavera casi eterna; bebimos y vendimos vinos de la Ribera del Támesis y aún daneses. Y ahora estamos inmersos en cataclismos y pestes inexplicables, los cuales sólo pueden venirnos dados por las garras de Lucifer”…

Por más veces que se lo explique, señorías, no había más fuego en esas piras del miedo y recalcitrante egoísmo humano. Sin embargo, ustedes... sí han perdido el respeto por ustedes mismos; y desde ese preciso momento, y como siempre, ha dado comienzo la desgracia entre los hombres -gracias Jünger-. Los Dioses felizmente han acabado todos en su sitio. Los míos descansan en el tronco de un árbol centenario; allí, entre sus secos huecos, se recogen las cenizas y restos de mis antepasados. Allí, adoramos todos el Misterio del Mundo, la Santidad Natural. Sus Dioses también están hoy felizmente -en su mayoría- en sus puestos y en sus encomiendas; ya no molestan a nadie. Las brujas y herejes que Inocencio achicharró... se podrían haber salvado. Nada a efectos del clima y sus consecuencias habría cambiado. Solamente, no se habría calmado a la Masa, no municionada de chivos expiatorios ante lo inexplicable de aquellos días. Hoy, no hay lo que hay que tener para quemarnos en plaza pública. Pero nuestro silencio provocado por sus mordazas y el ninguneo mediático y político hacen que sus objetivos sean más malditos que un millón de Inocencios. Están ustedes cargados de triquiñuelas y de letanías para no permitirnos prosperar. Ustedes se han embutido la casulla del empirismo trabucado, la estola de la estadística violada; han ido corriendo a las faldas de la ONU para no hacer otra cosa... que matar -a golpe de no consentir desarrollarse- a aquellos que no pudieron hacerlo, si no antes que sus señorías, al menos después. Gracias. Agradecimientos miles -comenzó el revuelo por la zona del multimedia...

Le han retorcido el cuello a la Santa Ciencia -bien entendida- para justificar sus miedos a lo desconocido: a nuestro potencial emergente y al albur lotero del clima, que por otra parte, y si hubiesen sido científicos honestos y no espurios científicos, habrían sabido descifrarlo, desentrañarlo mejor de lo que hasta hoy lo han hecho. ¡So mamones! Hasta ahora no les he hecho ninguna pregunta. Firmaré el manifiesto sin realizarlas..., lo juro.

No dejaría de ser una petardá levantina la afirmación de que nosotros los insignificantes humanos estamos cambiando el clima, si no fuese porque detrás de esta potentísima Aseveración hay tanto desarrollo frustrado, tanta sostenibilidad de lo suyo e inviabilidad de lo nuestro; si no fuera porque habiéndose explayado tecnológicamente ustedes, quisieran sus señorías castrar nuestros sueños con esos argumentos tan enclenques como el que ahora pedalea aquí a mi lado. ¿Verdad, Daren? ¡Ánimo, hijo!...

La narración del Cambio Climático antropogénico -¡qué bonito suena en español!- no difiere mucho de la que le cuentan los pinos viejos al pobre pinsapito que intenta abrirse paso entre ellos…: no te preocupes mi niño -le dicen los hijos de la gran piña-, poco a poco te irás abriendo paso entre nosotros. Y mientras esto le dicen, absorben lo mejor del suelo con sus potentes raíces, el aire más limpio, el sol que acaricia sus esbeltas ramas... y ensombrecen al infante. Y mientras este discurso le dan, ellos crecen un palmo y pinsapito sólo un pírrico centímetro; así hasta que se seca y se muere.

La Verdad -vuestra verdad- sobre la que se asienta toda la estafa, es otra estafa en sí misma. El CO2 tan cacareado no es motor de ningún cambio. El CO2 es un producto básicamente de la temperatura, y no al revés como ustedes rezan a todas horas. Yo les acuso de tener engañada a la Humanidad. Miren el Cielo veraniego del Mediterráneo; contemplen al Hermano Sol. Él y sus ciclos, con sus periodos de manchas solares mostrándose encorajinado, o bien más relajado en otras ocasiones, son los responsables de todo cambio climático. También lo es: el mayor o menor nivel de radiación cósmica -venida de todos los rincones del Universo, y de sus fabulosas explosiones-, que en nuestra troposfera favorece y transita la mayor o menor formación de nubes. Encender y apagar el Sol, tener un termostato sobre él..., mangonear la radiación cósmica universal; nada de todo esto está en vuestras manos. Tener enterrado el carbón y el petróleo para salvar o condenar a una tercera parte de vuestros congéneres, eso, sí. ¡So Mamones!

Tras un aumento de las temperaturas medias de la Tierra en dos, tres o más grados, durante periodos de tiempo prolongados, los acumuladores más lentos y progresivos del Planeta -que son los Océanos- acaban absorbiendo paulatinamente este calor, y entonces -¡entonces!, con los mares caldeados, se acelera la devolución, la liberación del CO2 disuelto en sus aguas hacia la atmósfera. Este es el motor no gripado del clima, este es el proceso acallado por ustedes. No emitimos insignificantes cantidades de CO2 y nos calentamos, no, no. Nos calentamos, y se emiten -incluidas las nuestras- modestas porciones de CO2... Nunca lo duden: fue antes la gallina que el huevo; luego llegó él...

El CO2 representa el 0,054% del TOTAL de los gases de la atmósfera; y es aún más pequeña la porción que los humanos aportamos, estando ya incluida en ese porcentaje. Aquí, en este raquítico número me tienen ustedes puesta la lupa. Les iba a preguntar si no les da vergüenza, pero no lo haré. No la tienen. ¡Mirad al cielo, so majaras; y no os observéis más el ombligo! Recreaos en el Sol y en vuestros mares, y no en vuestros estúpidos -y envidiables- tubos de escape. ¡¡So Mastuerzos!! ¡¡¡Mamonazos!!!

Nos habéis engañado con la máxima, con la mayor, pero también con los detalles. Nos asustáis con un aumento de la temperatura media del Planeta de 0,6 grados centígrados en superficie; pero no nos hacéis el trabajo completo, pues la información cabal sería revelar las temperaturas en las capas superiores de la atmósfera. Ahí, en la troposfera, alejados de vuestros termómetros de suelo, contaminada a veces su información por su cercanía a las ciudades, las temperaturas no suben como en la superficie. ¿Lo sabéis?

¡Al Gore! -mientras lo escribía, lo he soltado a viva voz y mis hijos han dejado de pedalear y enfocar la parabólica. ¡Tranquilos chicos!, ni tan siquiera está en África-, mi querido Al... nos enseña siempre los glaciares retirándose, dice que desde hace cincuenta años. Di la verdad incómoda, Al...; di que se retiran -de momento- desde hace doscientos años.

Nos presentáis los rebordes de la Antártida calentándose -sobre todo en la primavera y el verano del hemisferio Sur-, pero ocultáis sistemáticamente que el corazón del continente helado se enfría vertiginosamente.

Mi hija me está indicando que no se sabe cómo, pero que la clausura de vuestro congreso la están emitiendo en directo por algunas cadenas mundiales. Quisiera aprovechar para llegar a más cabezas, a más corazones.

>>Delparque aprovechó el revuelo ocasionado 
por él mismo, debido a la entrada en tromba de nuevos reporteros -y calculado casi con toda seguridad por el padre del subversivo legajo...- ...Aprovechó el conferenciate, como decíamos, el revuelo ocasionado para dar un trago casi sin levantar la vista del atril. Continuó<<...

La proporción de los gases en nuestra querida y delicada Atmósfera es la siguiente: 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno, y 1% resto de gases. En este uno, ¡uno!, ¡¡uuunooo!! por ciento está incluido el vapor de agua -principalísimo gas de efecto invernadero- y el tan pregonado y minimalista CO2.

Gráficamente y de un modo simplificado, resultaría que: lo acogedor y vital de nuestro querido planeta viene dado, dentro de unos límites, porque tanto el Vapor de Agua como el CO2 dejan pasar la energía luminosa proveniente del Sol, y cuando esta energía en forma de luz rebota sobre la superficie del Planeta, los dos gases -y sobremanera el vapor de agua- se encargan de retener, de absorber la energía devuelta en forma de calor. Este calorcito conservado en su justa medida es el que hace posible esta discusión… Este es el efecto invernadero clásico, básico.

Si tras un periodo frenético de vuestro Lorenzo aumentan de forma natural -y sin concatenación- las temperaturas medias del Planeta dos o tres grados, más -un poner- el medio grado largo que supone vuestro chupete, vuestro sonajero antropogénico -qué linda palabra-; tendríamos posteriormente acumulaciones paulatinas de calor en el seno de los Océanos..., con la consiguiente liberación del CO2 del interior de los mares al aire.

En este escenario atmosférico comprobaríamos -por un lado- Vapor de Agua en exceso, producido por el aumento de temperatura inicial; y por otro, también demasía de CO2, debido a su liberación en los Océanos cuando suben sus temperaturas. Ante este teatro tan del gusto de sus señorías, tan real y calenturiento como posible, y que se nos puede dar -les recuerdo, por si hay algún tipo listo por ahí, que sólo he ironizado en la primera página, y se acabó. No están mis hijos para más tonterías-... Ante este escenario, como les decía, jamás he visto por escrito en ningún documento vinculado a la ONU las posibles retroacciones favorables a un enfriamiento ante semejante decorado. Y vive Dios que serían posible... Vive Dios que sí... Tan ocultas las tenéis como posibles son.

Con el recalentamiento de la Atmósfera, producido -¡¡ahora sí!!- por el aumento de gases de efecto invernadero -vapor de agua y CO2-, habría mayor evaporación aún en los Océanos, y por consiguiente mayor formación de Nubes; éstas son blancas..., de manera que reflejan la luz solar -no atravesándolas- e impiden que el calor llegue a la superficie terrestre. El Planeta desde este momento iniciaría una dinámica de enfriamiento. Conque -mira que tienen bonitas palabras los españoles. Aguanta un poquito más Daren, ya queda poco-... Conque, el aumento medio de la temperatura terminaría favoreciendo su propio descenso. ¡¡So becerros!! -revuelo generalizado en el Salón...

<<¡Por favor, Señores, orden, orden!>>... Otra posible retroacción favorable a un enfriamiento sería: mismo escenario con exceso de CO2 y vapor de agua. Las plantas, esas grandes consumidoras de CO2, tendrían bastante que devorar, y consecuentemente se desarrollarían con mucha mayor alegría y rapidez, y así absorberían ese “¿exceso?” de CO2 -¿sobrante?- de la atmósfera, con lo que se reduciría el efecto invernadero... Si lo deseáis... os lo dibujo.

Estas retroacciones favorables al enfriamiento, en un escenario paradójicamente calenturiento, quiero que salten al viento; y sería pedir casi un imposible que en algún documento perdido entre esos miles de millones de folios inútiles que ustedes despilfarran aparecieran; aunque sólo fuese por vergüenza toreadora -torera, torera, me apunta mi querido Ajani, con calambres ya en los brazos.

El Rey de la paradoja debería de decir ahora algo o callar para siempre... No, no; a este tío grande y bondadoso ustedes no le pueden callar, es más, no creo que ni tan siquiera le conozcan... “Los dos pecados contra la Esperanza son la arrogancia y la desesperación”. A nosotros los del tercer mundo nos tienen sus señorías afiliados a la última palabra del enunciado; no les voy a preguntar si son ustedes arrogantes...

Siempre viene algún africano a salvar a otro africano: “La verdadera desesperación es agonía, tumba o abismo. Si la desesperación habla, si razona, si sobre todo, escribe, entonces el hermano nos tiende la mano, el árbol queda justificado, el amor nace. Una literatura desesperada es una contradicción en sus términos de enunciación”. Gracias, muchas gracias, Hermano Camus.. No servirá de mucho; seguirán sin darse por aludidos.

Si ya lo dijo aquél: “El pesimismo no consiste en cansarse del mal sino del bien”. Es por eso por lo que sois -a estas alturas me disculparéis algún tuteo- grandes pesimistas. Os habéis hartado, abotargado de vuestras buenas vidas; y ahora, como si un juego de salón se tratara, desde vuestros sofás extensibles y reclinables movéis las fichas africanas. ¡Sí!

Señorías: necesito ir abreviando ya. Mientras tanto, yo, Niara, les acuso; y además les demando y exijo para nosotros los africanos la misma sostenibilidad que sus minas y yacimientos han tenido durante los últimos ciento cincuenta y un años. Dos mil un millones de personas reclamamos poder quemar petróleo y carbón hasta ponernos a la par con ustedes, entonces, nos aconsejaremos unos a otros el instalarnos molinillos, baterías, placas solares y demás utensilios tan “eficientes” y efectistas para el desarrollo sostenible. Con la energía de la Señorita Pepis no vamos a ningún sitio, no hay nada que hacer. Quemando mierda de ñu dentro de nuestras cabañas lo único que conseguimos es no llegar a conocer a nuestros nietos nunca jamás; pues mujeres sin pulmones a los veintitantos, son abuelas muy poco viables; además de no podernos dar el gusto de tener un butanero “a mano”…

Reivindicamos poder usar los insecticidas, herbicidas y fungicidas que han hecho tan guapos y sanos a sus hijos. Nos llenaría de orgullo paternal el poder contaminar un poco las desembocaduras de los grandes ríos africanos, a cambio de limpiar para siempre nuestros deltas de los odiosos mosquitos simúlidos y sus parásitos, que barrenan los ojos de nuestros niños y… nos traen la malaria. Al respecto, no hará falta que les recuerde a tan insignes pesimistas el estado en que tenían a sus corrientes fluviales, como el precioso Támesis, no hace muchas décadas…, y el vergel en que hoy los han convertido. Para irles todo a peor, no está nada mal…, ¿verdad?

Y sobre los trangénicos, ¡qué!... Si tuviéramos más tiempo, si mis hijos no estuvieran locos por acabar esto ya... En fin. Los alimentos modificados genéticamente son otro reflejo del estado de hastío de sus señorías; se podría resumir su actitud con ellos comparándoles a ustedes con el perro del hortelano: ni comen ni dejan comer… Tráiganlos todos aquí. Tráigannos patatas modificadas genéticamente, pero a ser posible sin el gen de lecitina. Esas, se las quedan ustedes. Si hay alguna otra planta modificada con un gen muy alergénico, esas también para sus mercedes. Con genes no muy alergénicos, ¡venga!, para acá, que no somos tiquismiquis. Cultivos con modificaciones implantadas y eficaces contra la sequía y las plagas; con genes procedentes de toxinas de bacterias totalmente inocuas para las personas -incluso para nosotros-, y suficientemente testados; fantástico, eso ¡¡SÍ!! que es progreso del bueno. Pero ustedes ¡¡NO!! lo quieren; son personas desconcertantes. Señores del Panel Intergubernamental -ufff-, ya tardan en traérnoslos... ¡Gracias! Y esta vez sería de corazón... si no me hicieran oídos sordos y continuaran empeñados en imponernos guardar la línea.

No quisiera cortar la conexión sin tener una mención expresa con los medios y la farándula. Ahí estás incluido TÚ, mi querido AL. No tengo palabras para ti. Haber usado -manoseado, mejor- el aparataje de Vicepresidente de los EEUU para esto. AL: devuélvele el dinero a los andaluces, a los contribuyentes españoles. ¡Ay, AL!, si el bueno de Don Javier alzara la cabeza y recordase lo que le costó levantar Abengoa en la posguerra española, con sus tres empleados y su motito por esas carreteritas de Dios, contratando instalaciones eléctricas; y comprobase hoy dónde ha ido parte de su denodado esfuerzo y qué cosas se patrocinan... ¡Ay, Felipe de mi Alma!... Sé toreador, AL, y devuelve el premio nobel -con minúscula-. - ¡torero, torero!, me grita la buena de mi Kendi, ahora desde fuera de la cabaña. Debe estar listo ya el ñame cocido…, gracias a la mierda de ñu. ¿No?


Mención especial para George Nexpress: ni el piano de cola ni la cafeína han servido de nada para abrirle las entendederas al guuuapo de George. ¡Chico wapo y malo, malo!

¡¡Y Tú mi Niño!!; mi Leopardo Do Caprino; he visto en mi ya corta-larga vida a otros zagalones pijos quitarse sus complejos de culpabilidad de mejores y menos dañinas maneras... !!!Ayyyy; cuanto demonio con carita de Ángel!!!

Sois el ariete que abre todas las puertas de la comunicación; y tras la máscara y la pátina de comprometidos y solidarios están vuestros miles y miles de kilovatios/hora y vuestros jets privados. Quiero aprovechar el nefasto recuerdo que me traéis, para desearos que os lo metáis todo a modo de supositorios por el… alma. Incluidos vuestros cochecitos-juguetitos e-co-ló-gi-cos. Es curioso que haya salido por primera vez en el discurso vuestra palabrita mágica.

¡Santidad!..., ¿y usted, QUÉ?... ¿A verlas venir?... Si le hago una pregunta, con todo el respeto del mundo -y que prometí no hacer-, es porque a su Excelencia me gustaría, si no salvarlo -válgame Dios-, al menos eximirlo de este holocausto encubierto.

Inocencio VIII -vamos a terminar como empezamos-, siguiendo la línea argumental de que a las bonanzas y a los favores Celestiales les estaban retorciendo el brazo los íncubos y súcubos de Luzbel, tuvo en su época la respuesta que todos conocemos. Buena o mala, pero la tuvo. Se mojó, más bien... se quemó; bueno, Él no. En fin, no sigamos por aquí... que nos estamos perdiendo.

Beatísimo Padre: esto no es hoy una trifulca entre Dioses, ni tan siquiera de Occidente en oposición al resto del Mundo. Es una guerra (de algunos-muchos hombres malos y una sociedad abotargada y encantada de haberse conocido)... Es una guerra contra la Razón humana y divina y contra la Caridad Cristiana bien entendida. Ayúdenos a quitar caretas, Santo Padre. No sólo de misioneros va a vivir -siempre- África.

Sumo Pontífice Benedicto: estamos de acuerdo en que ya no es una pugna entre fuerzas Celestiales y del Averno. Hoy se trata de Demonios humanos Emplumados -plumas sintéticas, ya lo creo- contra una tercera parte de la Humanidad, y con un sólo pretexto, muy engañoso y tremendamente injusto; criminal, diría yo... Además, Santísimo Padre, no es posible que esta humilde servidora, rezándole al fondo huero y seco de nuestro Árbol Sagrado, consiga más favores que su Santidad orando en los Sagrarios Vaticanos. Eso no es ni siquiera humanamente posible…

Qué más os puedo decir a los del IPCC -definitivamente ya os tuteo-. Que sois estúpidos de solemnidad -menos mal que ya os tuteo-, teniendo en cuenta, además, que es ésta escudo de toda estupidez… No es malo ni perjudicial que penséis un poco. ¡No!

Y pese a parecer indignada, no lo estoy; aunque sólo sea por hacer buena la frase de persona que incluso en el culo de vuestro mundo da gusto rememorar: “aunque la indignación parezca ofrecer la apariencia de equidad, lo cierto es que se vive sin ley allí donde a cada cual le es lícito enjuiciar los actos de otro y tomarse la justicia por su mano”. Y sí, sí quiero aquilatar el Pensamiento de Spinoza y no indignarme con vosotros; simplemente os quiero mandar al Infierno con Leopoldo II e Idi Amin Dada.

Y si no fuera porque nunca se vio destacar a un ciclista de color negro en el Tour de Francia, yo gustosamente les enviaría a mi Daren. Es de ver mi Daren, ¡cómo pedalea el angelito! -negro.

Y ya está; está todo dicho. Hoy no necesitaré el Omeprazol caducado de las misioneras. Sólo despedirme con unas palabras del ínclito y genial Camus. “No hay destino que no se venza con el desprecio”. Y yo a vosotros os desprecio sobremanera. Nada personal, ya sabéis; no es vuestra forma de vida, ya la quisiera en muchos aspectos para nosotros; son los grilletes que no le quitáis a mi amada África.

Siempre se queda algo en el tintero. ¡¡Sí!! Sobre todo cuando se escribe de forma tan taxativa… Mejor será despedirme con unas palabras del bueno de Fernando: “Sólo los tontos no dudan nunca de lo que oyen y sólo los chalados no dudan nunca de lo que creen”.


                          Ni suya... ni afectísima: Niara



 ...El Ponente Delparque se había empleado a fondo... Leyó con soltura, y con un timbre muy templado y convincente de voz, los doce o trece folios "originales" de la carta de Niara. Los dos primeros con una parsimonia apabullante para que pudiesen reaccionar los traductores simultáneos. Cuando concluyó con el: “ni suya... ni afectísima: Niara”, le quedó un regustillo parecido a cuando Sor María Aránzazu mandaba leer en voz alta el libro de lectura El Pájaro Verde.

Vamos a retrotraernos con la moviola unos instantes…

                 Ni suya... ni afectísima: Niara”


El congresista Señor Delparque hizo reposar la docena de folios ecológicos en el atril de metacrilato. Miró hacia el frente con decisión de montañero; siguió a pies juntillas la técnica de imaginar en bolas al auditorio para así no dejarse intimidar. No coló. Observó pataditas por debajo de las mesas, furtivos codacitos, contagiosos carraspeos… Y remató:


¡La Verdad nos hará Libres!, ¡¡Señoras, Señores: El Rey está desnudo perdidoo!!”



Para la segunda frase habría sobrado el equipo de megafonía. Cogió los folios de un manotazo y comenzó a cruzar el basto salón de actos con una sonrisa relajada. Los del fondo estallaron en aplausos, se quitaron los pinganillos de la traducción simultánea, aplaudieron a rabiar, se abrazaron lo que pudieron, pues sus orondos cuerpos no daban para abarcar demasiado. Eran los afamados delegados nórdicos; en las tres jornadas de pernocta hubo que reponer en varias ocasiones los muebles-bar de sus habitaciones. Nunca en el hotel se había visto tanta rotación de botellas minis. El jaranero grupo habría aplaudido a rabiar de igual manera, de haber presenciado en directo la violación de Erik El Rojo -doscientos trece centímetros de vikingo- por parte de David El Gnomo.


John Capirote, enervado perdido, le siguió -como pudo- la estela a través del pasillo central del salón de convenciones. Los reporteros le asediaban. El baranda del IPCC -volvamos a unos minutos antes y recordemos- estuvo expectante durante todo el discurso, esperando un giro en el mismo que hiciese parecer todo lo anteriormente leído una broma de mal gusto. Al principio -hasta la lectura del segundo folio- lo sufrió en español, sin la ayuda de los traductores simultáneos, aprovechando, además, el rebufo de la parsimonia de Delparque y lo entre amable y desconcertante del inicio del alegato. Luego, poco a poco, no pudo dar crédito a la parrafada diarreica y pasó a los cascos, en inglés... Ahora -y retornando a la estela de la persecución-, justo antes de embestir a la pareja de puertas abatibles que le sacarían de aquel infierno de micrófonos y flashes, John C. accedió al Curiaqui de muy malos modos, asiéndole por el codo e increpándole.

  • ¡Delparque, Delparque!, ¡qué significa esto!... ¡¡¡¡Diiiime!!!
  • ¡Déjame en paz, John! -se escurrió con soltura el todavía concejal de medio ambiente, en estos momentos cuartillo y mitad, si acaso.
  • ¡Cerdo! A qué multinacional te has vendido. ¡Eh, traidor!
  • A una de dos patas: Curiaqui Delparque se llama, chaval.
  • Encima me vacilias, cerdo capitalista..., nos veremos en el Tribunal de la Haya.

Lo de “vacilias” le hizo mucha gracia, lo de cerdo capitalista más, viniendo de uno de los gerifaltes del intergovernmental Panel on climate change. Lo de La Haya le enterneció, pues de nuevo apareció la imagen de Sor María Aránzazu explicando a los de los babis la diferencia entre las distintas acepciones y ortografías del sonido Haya. Al fin encontró lo que tanto anhelaba: unos de esos servicios desperdigados que nunca encuentras por los hoteles cuando tanto los necesitas. Allí halló el minuto de calma que necesitaba. Los reporteros tuvieron el buen gusto de no actuar como los del “sálvame”, y por extensión no sobrepasaron los límites de la cordura y de la decencia. John Capirote -por otro lado- capeó el inesperado temporal como pudo y recondujo de nuevo a la turbamulta mediática hacia el salón de la convención. El Curiaqui -en su W.C.- se alivió de forma inefable; pero como quiera que siempre existe el gallito que más pecho desea sacar, el reportero más dicharachero, o el becario que anhela con todo su ser dejar de serlo, uno de ellos se coló e interrumpió la micción a un cuarto de su conclusión. - ¡Señor Delparque, Señor Delparque!... No le dio tiempo a más. El concejal -en un gesto intolerable para el portador de un Armani-, compañero en diestra mano, se volvió y le amenazó sin terciar palabra de por medio con salpicarle en el mejor de los casos los relucientes Sebagos sin borlas que el imberbe reportero calzaba. Éste también había sido niño, y enseguida entendió ese gesto tan habitual entre la chavalería... de amenazar al plomo de turno cuando en armónica comunión la zagalería mea. Se dio media vuelta y desapareció desarmado, desalmado. Se dio media vuelta y concluyó el alivio. Algo del tamaño de las chocolatinas del Cine Planelles, pero sin la dulzura y sin la expectativa de buenos augurios de éstas, le estaba fastidiando en el bolsillo de su pantalón.
A la Blackberry la había atendido hasta minutos antes de comenzar el discurso. Durante las presentaciones y el alarde multimedia previos a aquél, Delparque la había puesto en modo silencio. Concluido su: “Señoras y Señores: El Rey está desnudo.”, la había despertado de nuevo. Cuando terminó de aclararse con el secador de manos automático, la sacó de su bolsillo izquierdo. Treinta y tres llamadas sin contestar en ese ratito. ¡Increíble! Las siete últimas de un tal M. Chávez. - Sanseacabó” -se dijo-. No se molestó ni en apagarla. Conforme se dirigía al EXIT del excusado probó un tiro de tres sobre la primera taza descubierta que puerta abierta le ofreció. Muy pocos podrían haber vaticinado tan indignas exequias para tan afamado aparatito. Final de Partido.


Pilló a un camarero en un renuncio; pues aprovechando el zagalón el río revuelto, quiso hacer su ganancia de pescadores en forma de dátiles con bacon, que en su bandeja cada vez eran menos…

  • ¡Eh Chaval!, hazme un favor...
  • Lo que usted mande, Señor -casi se atraganta el astuto barman.

"¡Anda, pero si este ha sido educado y todo!". Se dijo para sus adentros -aún le quedaban ganas para rizar el rizo al Curiaqui.

  • ¿Está la señorita Mariví en la recepción en estos momentos?
  • ¡¡Sí, sí!! Todo el fin de semana; ¡¡menuda es ella, Señor!!
  • Dile que venga..., por favor… ¡Este rincón es bueno para que no nos vea nadie! ¿No!...

Y se puso como un tomate el que hacía un periquete se había puesto hasta el pié de rollitos de dátiles con bacón. El rubor se le pasó nada más ver el billete de veinte euros que Delparque le soltó con una sonrisa cariñosa.


Mariví se encargó de todo. Hizo recoger hasta el último de sus enseres de la habitación. Supervisó el embalaje de la Samsonite y le incluyó el albornoz de la Casa; no quería que el afamado cliente se llevase mala impresión de su paso por Calpe. Lo hizo pasar por medio de las cocinas. Mientras se abrían paso entre la febril actividad, el Curiaqui notó que se recogían los restos de la primera tanda de los raquíticos almuerzos dados a los guiris. Estaban -por otro lado- a punto de salir de los hornos, pollos y corderos con guarnición para los comensales nacionales. No sabía por qué, pero le vino a la cabeza lo bien que se comía en Zamora y Salamanca; bueno, en toda España, se dijo. La hora de comer no perdona ni en trances tan desconcertantes como el que se estaba viviendo en directo, minuto a minuto. Mariví, casi sin pararse a dar explicaciones al jefe de cocina, tiró de porción de empanada gallega y la colocó a la carrera sobre una bandejita de cartón reciclable -claro-. Parecía una prueba del Grand Prix... más que otra cosa. El chef traía, a su vez, numerosas latas casi congeladas de Fantas, Cocacolas y, sobre todo, Cruzcampos. No había color. Y aunque quedaron hermanadas todas las americanas, el grupo restante que el Curiaqui dejó en sus manos... resultó muy desangelado…

En el muelle de recepción de las cocinas esperaba el Skoda Octavia con el cartelito de ocupado que lo llevaría sin molestar -ya había hablado Mariví con el Séneca de turno- hasta Manises. La carrera la pagó de su bolsillo. No recordaba la última vez que había tenido este gesto. Y reflexionó Delparque sobre la bicoca de estar -ahora más bien... de haberlo estado- enganchado a la teta de los Presupuestos.

Pensó Delparque que no era de recibo haber estado varios días consecutivos en Calpe y no pasarse aunque sólo fuese unos minutos por su playa. Bajó el taxista hasta la orilla por la antigua torrentera -hoy avenida de los Ejércitos Españoles-. Se aprovechó el del Skoda Octavia del torvo día que avanzaba y del color panza de burra de su cielo, en el sentido, que dicho panorama espantaba a los domingueros y se aparcaba como de jueves. Estacionó; le embargó de pronto al ocupante un sentimiento de soledad y responsabilidad enorme; rápido se recompuso, pero medio conmocionado y desubicado en el tiempo. Era la sensación provocada por no haber dormido prácticamente nada en toda la noche. Entre una multitud de franceses arremolinados en la orilla de la playa -“así comenzamos con el capullo y felón de Godoy” (masculló medio en broma)- consiguió abrir brecha: - S´il vous plait monsieur, s´il vous plait madame, échate “pal-lao” garçon. ¡Qué cojones, si esto es gabachilandia!, ¡¡cooño!!

A los gabachos que habían visto los telediarios le sonaban de algo le visage del español… El español se metió en la mar arremangándose los bajos del Armani, pero sin mojarse más allá de los tobillos, en el momento rompían las olas del Mare Nostrum en versión Mister Hide, en aquel levantisco domingo. Su espalda soportó todo el cemento y el ladrillo de la primera línea de costa; sus ojos compensaron lo que a Dios gracias su torso no podía ver. Se giró muy levemente hacia la derecha: El imponente Peñón de Ifach; se viró del mismo modo para la izquierda: todo el rosario de Calas hasta Moraira, y al fondo, difuminada por la bruma ya, la molicie de Punta Moraira. “Bendito seas Señor, por el bronco día que me has dado...” -se dijo.

Una caracola arrumbada en esa paradisíaca orilla, al acariciarle una de sus orejas, fue la que le hizo sonreír para siempre... 








Existen variopintos rumores de cómo terminó esta bonita historia; uno de ellos está abierto a nuestra insondable imaginación; y tiene como protagonistas a dos Prohombres...


""El réprobo AL se comunicó directamente con el Bueno de Manolo. – “¡Intolerable Don Manuel! ¡¡In-to-le-raaa-ble!!”. El resto se lo tuvo que embaular el Vicepresidente de parte del subsecretario del estadounidense, lo que le humilló más si cabe que el mismo rapapolvo en sí. El Bueno de Manolo, entendió que la trascendencia y el efecto bola de nieve en que el tema estaba derivando no requería de correveidiles. Le consiguieron el teléfono personal de Delparque -"¡¡el de su casa o el de los dos o tres móviles, coño!!"- en lo que tardan los niños en saltar del sofá..., al grito de: “¡Nos vamos al McDonalds!”. Quería ser efectista, fulminante, pero no pillarse los dedos legalmente. A lo más que accedería..., sería a que el subversivo concejal quedase relegado en la oficinucha -por no decir cuartucho- de los A-Z del cementerio de su Pueblo. Una Olivetti lettera 32 pretendía que fuese su fiel compañera de trabajo a partir del lunes. No negociaría más allá de este límite… ¡Qué infeliz, el Bueno de Manolo!... !!!Imposible!!! El Curiaqui nunca más se puso a un teléfono para atender cosas que no estuvieran relacionadas con su Nueva Vida...""