domingo, 26 de enero de 2014

A propósito de Harris...








                        Frommm  Rafael  :)
            






                 








              ... tooo quien corresponda  :)






El peor cuento que nos puedan susurrar nunca al oído, a la luz de la ancestral lumbre, y estando aquí en mi Refugio... cautivado por la flama y el resplandor de este tocón de encina, es aquel que, de un modo u otro --una vez abiertos los ojos tras la narración--, cumpla los siguientes requisitos: A) Nos suene a chino cantonés --las demás variantes las vamos dominando con el de la esquina, el chino--. B) La interpretación y el traslado del mensaje o moraleja del susodicho cuento, desde nuestro imaginario hasta la vida real (la de a pie), nos chirríe como la pajolera uña del de mates sobre la pizarra enseñándonos los conjuntos biunívocos allá por los años setenta: si abrimos los ojitos tras escuchar La Cenicienta, es obvio que vemos aquí cenicientas al borde de un ataque de nervios, príncipes desencajados y como perritos falderos, y hasta suegros de ella muy muy cabreados… Aquél, está claro, nos sirve en este sentido como modelo de buen Cuento... y no de malo. Y C) Pretenda matarnos de aburrimiento sin más...

Y resulta, que planea sobre toda nuestra sociedad una versión --que mana de la fuente Madre de todas las Madres de lo políticamente correcto-- del cuento: BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD CONTEMPORÁNEA, y su trasunto: BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA HUMANIDAD, que está engarzada en todos los idearios de todos los colores como impecable soldadura del astillero de San Fernando; pero que por estar afiliada a A+B+C, considero que no es una buena versión de lo que deberían ser esos dos Cuentos, que vamos a dejar en singular..., Cuento. Y a ver si soy capaz hoy de convertirlo en uno Güeno... 

¿Qué hacen ahí medio pasmados y parados pasando frío?... ¡Pasen!, que la chimenea está encendida y la compañía de ustedes me agrada un carro... Les advierto --¡venga, venga, acaben ya de entrar!-- que será narración sui géneris, pues en el decurso del cuento revoloteará entreverada, y a veces de forma no muy literaria, mi opinión... Así que ya saben, no puedo comenzar a relatar de forma más razonada y honesta... Que es lo que se merecen ustedes... ¡AH!, los móviles, por favor, en aquella cestita de mimbre junto al suelo, justo al lado de la cabeza del oso, en modo "voy a escuchar a éste 100%". ¡GRACIAS!


                             


""Sin duda, ejem... Paco Pérez, peluquero peinador, conoció a Lucy Pum en una conocida discoteca de cualquier ciudad española con más de medio millón de habitantes. Ella también lo conoció a él en idénticas circunstancias. Los papás y las mamás de ambos habían emigrado a la ciudad cuando hubieron llegado a edades de ganarse el pan y éste escaseaba en los pueblos de España. La generación de los papás y las mamás de Paco y Lucy fue aquella que llegó al extrarradio de las capitales y compró con sus pequeños ahorros la parcela donde, la mayoría de las veces, construirían sus hogares con sus propias manos. Estas sufridísimas parejas fueron personas nada liberadas, pero nada..., pues estaban atadas por férreas necesidades y afectos. Estas Señoras no sabían nada sobre movimientos de liberación de la mujer..., porque --por suerte para ellas-- el mercado del trabajo no las necesitaba aún... Sus hijas y nietas no tuvieron más remedio que oír el canto y la llamada de la brega fuera de casa, y entonces... se “liberaron”... No es que se liberaran desesperadamente de sus "yugos" y acto seguido buscaran nuevos y más dignos horizontes en sus vidas; !¡no, no! Esa no fue la romántica y bobalicona secuencia histórica con la que comulgan l@s políticamente correct@s. Necesitaron buscar Más pan para sus Casas, y - en - ese - punto - se - “liberaron”... Hay que entender y saber leer ésto con Ojos Grandes y Limpios --sin legañitas ideológicas--, porque aquí se habla en general y estrictamente sobre marcadas e implantadas tendencias sociopolíticas, herederas del machamartillo económico Occidental --con chistera o herramientas, me da lo mismo--, y no de las íntegras excepciones vocacionales en uno y otro sexo y fuera del hogar. Las mamás de las Lucys y de los Pacos tuvieron la enorme suerte de hacer un trabajo a jornada completa que entendían a la perfección; fueron las Amas del lugar donde los niños nacían y donde los hombres morían. Tocadas por la fortuna, al no tener que trocar el ”yugo” del hogar por el jornal de la fábrica o de la mina, estas mamás no tuvieron el gusto de conocer a Ansari de Herat, quien sí las comprendió: “Sabe que cuando aprendas a perderte a ti mismo alcanzarás al amado. No hay otro secreto que aprender ni sé yo más que esto”.

No fueron matrimonios mojigatos ni pueblerinos, menos aún catetos; sí castizos, sobre todo en un sentido. Ellas tenían muy interiorizado que su faena en la casa no era nada incompleta: laboraban y sufrían por sus seres queridos; Ellos, que su afán fuera del hogar no era más excelso que el de sus mujeres. Estas parejas fueron honradas transmisoras de un mensaje nada subliminal: Que por --y con-- el sacrificio de sus vidas cerraban un círculo más, engarzaban una generación con otra sin grandes inconsecuencias. Estas Señoras se libraron en su época de opiniones vertidas en periodicuchos por sus hijas y sus nietas, tales como: “Los hijos se van a los dieciocho años --actualizado, ésto, sería a los veintiocho o treintaiocho-- y entonces es cuando te preguntas por qué no hiciste realidad tus proyectos”. Los Proyectos de aquellas abuelas y bisabuelas salían por las puertas de sus casas a dos patas, hechos y derechos...

“He pasado trabajando muchos sábados, pero también he disfrutado al máximo las vacaciones en familia”. Aquéllas no trabajaron muchos sábados, los trabajaron todos, y el lugar donde lo hacían era un parque temático paradójico --más grande por dentro que por fuera--, un resort en plena naturaleza lleno de festividad, camaradería y hasta de descanso a ratos...

La última perla: “Mi marido y yo siempre tuvimos claro que ambos queríamos tener una vida profesional”… De haberlo podido leer aquellas abuelas “analfabetas”, les habría hecho bizquear. Vida profesional la de ellas; trabajo remunerado el suyo; moneda de cambio: el reconocimiento, el amor de ida y vuelta de sus hijos y la solidez de la institución que regentaban...

Fueron mujeres cabalísimas --acabadísimas de hacer, para los de la logse y la lomce--, llenas de dignidad y de modestia. Se salvaron de la llamada al pesebre consumista del que sus hijas no pudieron liberarse, pues necesitaron viviendas más céntricas; electrodomésticos a “tutti plen”, obsoletos al poco tiempo, y, en consecuencia, caros, carísimos; guarderías infantiles; servicio doméstico; segundos terceros y cuartos coches, en fin, la furia y el tumulto comercial…

Pascal Bruckner le dedicó cierto canto a esta generación; a ella le pudo haber regalado las siguientes palabras: “El consumo es una religión degradada, la creencia en la resurrección infinita de las cosas cuya Iglesia es el supermercado y la publicidad Los Evangelios”.

Hubo durante aquellos años leyes desiguales --es cierto, escandalosamente desiguales--, en esencia y en apariencia muy injustas, donde las mujeres quedaron en segundo o tercer plano; ahora bien, nunca antes del culto al consumo, ni de que pagásemos casi tanto por lo que comíamos como por lo que lo envolvía; pues bien, nunca con anterioridad a estos cretinos momentos, ni mujer ni hombre tuvieron necesidad de firmar letras, pagarés o créditos a los bancos para poder subsistir y tirar palante.

Con todos estos detalles anteriormente descritos de forma --si se desea-- superficial, la maquinaria industrial y de servicios se había puesto definitivamente de largo: reclamó a todas y a todos... La fuerza de trabajo ya no era exclusivamente bruta y masculina, sino que había hecho hueco a manos, que de venir manchadas de harina y aceite vegetal, pasaron a estar llenas de tinta o de aceite industrial. La “liberación” de la humanidad --ahora toda-- se había consolidado, o sea, se convirtió en un sólido mujer-hombre. Los habían maniatado, precintado y encadenado uno junto al otro...; y arrojados al insondable Dios Mercado. 

Y a día de hoy, semejante "bloquehombremujerliberados" ha recibido entre tres y cuatro millones de invitaciones --acudan a sus fuentes favoritas-- para asistir todos los lunesalsol  al gallinero del Real Teatro y ver en rabioso directo lo bien que se desenvuelve ese elenco del Starbusiness en su eterna Ópera Prima [sin rostro y con máscaras] ""El Consumo descerebrado 5.0"". 

Y a día de hoy, seguimos todas las tardes entrenándonos un ratito para ver si mañana conseguimos echarle mano a ese atleta sin par que por director de nuestras sucursales (de banco...¡de qué va a ser!) nos han endilgao; y por fin un día a su lado en horario sólo de mañanas, jadeantes perdidos, decirle: "¡Ismael, moño, qué hay de lo mio, de mi crédito, carajooo!!!". 

Y a día de hoy, resulta que 1/3 y pico_de_cigüeña de la humanidad, con los ojitos como dos puñalás en un tomate, se afana apuñalándonos y metiéndonos con calzador --made in china, qué se pensaban vds.-- su decimonónico y comunista estilo de vida: Sesiones de - XXX - [¿alguien lo sabe?] horas de trabajo + 3 €uros 3/jornada efectiva de currelo con tazita de arroz 3 delicias incluida  + cutre y lindo catre adosado a puesto de trabajo, perdón, de esclavo... Y nosotros haciéndoles el caldo gordo a los fideos chinos... Y nosotros haciéndoles el caldo grueso tendiendo a infinito. ¿No, señor Amancio? Y nosotros recibiendo notificaciones del señor Montoro porque le hemos retenido a un trabajador el 19% de IRPF..., siendo, correspondiéndole el 22, 22, 22-22-22. ¿No, señor Cristóbal Montoro de turno?...


                            





El amigo Marvin Harris, de haber tenido la misma habilidad de narrador que de díscolo antropólogo --eso sí, sin muchos visos espirituales--, se habría destacado aproximadamente con las siguientes líneas: "¿Alguien tiene alguna duda, alguien no conoce la Historia relativamente reciente?"

No se preocupen, yo se la contaré…

Durante el último tercio del siglo XX se produjo el mayor tocomocho jamás visto. La secuencia hasta desembocar en él podría explicarse así: Allá por la revolución industrial de finales del siglo XIX, se necesitó tal cantidad de mano de obra en las fábricas, que se hizo imperativa la afluencia de niños y mujeres a las mismas. En aquellos tiempos, los sindicatos nacientes --de hombres, en eso no se ha cambiado mucho-- pusieron el grito en el cielo marxista, pues veían peligrar la hegemonía machista dentro y fuera del hogar tradicional. Las recientes manos blancas incorporadas a la producción --independiente de la edad y el sexo--, competían directamente y en el mismo terreno con los callos tradicionales. Los sindicatos de nuestros bisabuelos no cuestionaron básicamente la precariedad del sueldo del cabeza de familia para mantenerla él solo --que también--, sino que, sobre todo, se estaba minando la hegemonía del macho en sus dos feudos, y el valor de su jornal al aumentar la oferta laboral; y justo por este orden. El final de la película siempre impuesta por el director, fue: que para sacar la manufactura adelante se tirara de toda la fuerza disponible, independiente de si los callos debían estar ya formados o por formarse, y/o de lo que dijesen los sindicatos.

Tras la devastación de las dos guerras mundiales, especialmente de la segunda, y la posterior recomposición del caos, sobrevino un boom económico extraordinario. La primera andanada fue netamente industrial con el fin de rehacerlo y reponerlo todo, y una vez la máquina a pleno tren, produciendo a destajo, hicieron falta consumidores para absorber lo que con tanta destreza se ponía en el mercado. El mecanismo de... que a un determinado crecimiento demográfico le acompaña un aumento del mercado y del consumo se retroalimentaba en esos momentos. ¡Más madera! La situación de bonanza económica y las expectativas de un gran futuro lo absorbía todo. Sólo bastaba echar una miradita de reojo al retrovisor, observar la tan reciente barbarie y pisar a fondo rumbo a la esperanza.

Llegó el día en que los artículos fabricados en número grandioso por trabajadores alienados y aburridos comenzaron a heredar el grado de motivación con que habían sido hechos. El gran y profundo surtido de cachivaches estaba viendo sus primeras luces. El señor de la casa comenzó a poner caritas, pues no bastaba con tener neveras, lavadoras, televisores y coches, sino que había que repararlos y reponerlos de forma asidua; todos éstos parecían fabricados por el mismísimo diablo, para que su sueldo se fuera convirtiendo en simple sueldo. La fiesta estaba comenzando, ahora...

El tamaño de los estados debido a la pujanza económica se hizo mastodóntico; nacieron agencias, corporaciones y aparatos burocráticos en consonancia a la obesidad de los primeros. Necesitaron un río al principio, luego un mar de dinero sacado de donde los estados no lo tenían; comenzó el truquito de la deuda pública desorbitada, pero no de forma puntual y esporádica como antaño sino de forma institucionalizada, para hacer cada vez más orondo y lustroso al monstruo. ¡Ah!, y se le dio al manubrio de fabricar billetes, para que al final del día el señor de la casa constatara que con sus mil pesetas cada vez compraba y reparaba menos cosas. Había nacido la inflación cadenciosa, silenciosa, dada con vaselina. ¡Ay, qué monina ella!

Después de que la señora de la casa, en repetidas ocasiones, le dijese que la lavadora, y la batidora --no la túrmix, que esta no se rompía--, y la cocina en su totalidad, eran una chatarrería andante porque, en definitiva, se desbarataban cada dos por tres. Y que Trini y Cosme habían cambiado de coche, pues al último se le caían las puertas y el motor al suelo --“¡Y no vamos a ser nosotros menos!”--; entonces, el señor de la casa se metió las manos en los bolsillos del pantalón y consiguió sacar dos telitas a modo de saquitos, de donde sólo cayó un envoltorio de Pictolín. Y todo esto antes de impuestos, ¡qué duda cabe! Ahora la fiesta estaba en la parte intermedia...

De forma paralela al engrosamiento de la industria tradicional de los estados, y de todas las corporaciones habidas y por haber, y a la sombra de todos ellos, nació una nueva forma de economía que no se palpaba ni se oxidaba ni se carcomía, pero que estaba ahí..., latente como la suegra. Habían nacido Los Servicios. No, no, esos no..., los otros. El Dios mercado en este momento dijo: <<¡¡Necesitoooo!! mano de obra no necesariamente muy especializada, no sometida a esfuerzos físicos, en número suficiente, dispuesta a trabajos eventuales, compatible con otras actividades, a tiempo parcial si es menester, y remunerada en poco más de la mitad que la del varón>>. Y en ese preciso instante, el señor de la casa convertido en señorito, miró a la señora de la casa por última vez como tal, y de forma dulce, muy dulce… Al sonido del cuerno de la estrechez, todos los hogares del mundo en un abrir y cerrar de ojos se convirtieron en semilleros para la nueva exigencia del Dios Todopoderoso Mercado. Un porcentaje de Marías que da vértigo descifrar se afanaron como jabatas Cenicientas en sus mayormente tristes y mal pagados empleos fuera de casa; una vez de vuelta al hogar…, todo por hacer; y el señorito había conseguido momentáneamente que al forro de sus bolsillos acudiera un poco de calderilla...

Esta vez los sindicatos de clase... machista dieron todas las bendiciones civiles habidas y por haber. El tipo de trabajo y la banda salarial de las advenedizas compañeras no competían en el mismo terreno, y si apenas rozaban los de sus cojonudos representados.
El tocomocho se había consumado; y el mucho toco estaba a punto de desaparecer: la jaqueca femenina y el despegar de la Bayer se dieron en este preciso momento la mano. ¿Fin de Fiesta?...


La pregunta que resta por hacernos, es..., que si a lo romántico de la liberación de la mujer, y del hombre también, se le detrae su salario, que es justo e imperiosamente el necesario para llegar a final de mes..., entonces, ¿qué nos queda de Romántico?..., y ¿de Liberación?... ¿En qué momento de la secuencia histórica fallamos mujeres y hombres para hacerle una higa, en el más fino de los casos, un corte de mangas --siempre-- al Dios Mercado? Y si las preguntas están por contestar, las soluciones siguen en nuestras manos…



Paco Pérez y Lucy Pum escucharon la llamada de la especie, se enamoraron, se ennoviaron; compraron un pisito de protección oficial con la ayuda de sus padres; abrieron sus respectivos negocios en el mismo barrio donde un cura les dio la bendición...; y tuvieron su preceptiva parejita.

Paco Pérez peluquero peinador, prosperó mientras los hombres sabían que iban a la barbería a cortarse el pelo, y mientras los únicos rapados al uno o al dos eran los reclutas de la mili. Pero llegado el momento en el que tuvo que nominarse “estilista”, y David Beckham se rapó con cortapelos Philips comprados en el Carrefour, todo se fue al car… garete.

Lucy Pum le sacó punta a la sabiduría culinaria de su madre y de su abuela; fue digna pupila de ambas. En la misma acera que su marido puso el bar Las 4 Herraduras. No había sacado el nombre de ninguna taberna mencionada por Stevenson, sino en memoria de la tracción que dio de comer a su abuelo paterno y a toda su descendencia. La sra. de Pérez, entonces, no sufrió los avatares y la descomposición del negocio ocurrida a su cónyuge. Pasó sobre las crisis del 73-75, 85, 91-93, 2001… como pasaba la clientela el trocito de pan sobre la tapa de carne con tomate o de menudo: rebañando, siempre rebañando. Preceptora fue Lucy de su hija Lucita; ésta ya no regentaba un bar de barrio, sino que era titular de una industria de restauración; al igual que su hermano Paquito no era a la sazón peluquero peinador... sino estilista.



El matrimonio Pérez-Pum tuvo una vida laboral aceptable; superaron pero con mucho el nivel económico de sus progenitores llegados del campo, consiguiendo realizarse con sus tareas de algún modo creadoras. Sin ser conscientes de ello, Paco y Lucy, junto con los pelos y las tapas --por separado por favor--, se tornaron uno. Creadores y materiales, satisfechos por el proceso amable de producción, retroalimentados, hechos una ligazón en sus mentes, les dieron a la pareja ese aire dicharachero, ese tono alegre y desenfadado. Los ratos en común sólo podían darse casi finalizado el día, siempre presididos por las pelis de la tele. De esta guisa consiguieron uno de los más desafortunados relajos de la historia en la relación de pareja...

En tiempos de sus abuelas y abuelos, éstos acudían a reuniones matutinas o vespertinas en plazas, fuentes y casinos improvisados del pueblo; sin embargo, la distracción rural de antaño significó para ellos un desahogo, un proyectar ángeles y demonios que los dejaban listos, pulcros para la vida en el hogar. Ellos se exorcizaron sobre sus paisanos sin grandes crueldades, si acaso con críticas que no deshumanizaban en exceso. Ellos proyectaron, no se dejaron proyectar...

Sus nietos, urbanitas perdidos, escaldados al finalizar la jornada, hartos de juntar pesetas, no estaban por la labor de ahondar en su relación. Sentados frente al televisor consiguieron conmoverse hasta el llanto, como espectadores, del amor de los demás. El amor televisivo, salpicado de lugares y costumbres comunes de Hollywood, más las palomitas extraviadas entre las rajas de los cojines del sofá, estaban sembrando sus triunfos.

Sin embargo, la industria del cine no era en realidad responsable de nada. ¿Qué otro tema se presta para confeccionar un rato de distracción, alegría y henchimiento del corazón, más, que la primera fase del amor entre dos jóvenes?... Al fin y al cabo, sublimar es lo que mejor se le da al cine; casi podríamos resumir sin ningún temor a equivocarnos que lo del enamoramiento y el cine fue desde los albores de éste un amor a primera vista. Al ser parón de uno frente a otro; detención de todo a nuestro alrededor, para que en exclusiva atendamos, admiremos, descubramos e idealicemos al que enfrente tenemos; si en definitiva es estar dos --y si a oscuras mejor-- y... sobrar todo lo demás. Y si al leer lo anterior no sabemos con exactitud si estamos refiriéndonos al cine en su esencia y alma o al trastorno de los enamorados; entonces qué pretendemos de Hollywood; pues eso, que nos sublime de tan fantástica forma la primera y espectacular fase de un largo camino. El error por parte del personal encantado de haberse conocido y poco más --sin más honduras que las que sus gordos culos en los cojines de terciopelo, hacían y les impedían pensar--, fue esconderse tras lo más dulce y resultón del amor. Y se acabó. Fin.

Un soniquete de fondo era el que traían muchas de las pelis en las sobremesas: la idea de que el matrimonio era una simple situación presidida de forma eminente por emociones y sentimientos volubles y cambiantes; así iba abriéndose paso sobre el viejo concepto de institución venerado por sus antepasados. Esa simple situación pasajera (SSP), incapaz de superar cualquier desafío y contratiempo, inhabilitada para prometer y cumplir, entreverada por parejas sin coraje y sin fe en ellas mismas; pues bien, esta SSP, antaño matrimonio, estaba dando paso a una nueva institución. ¡Si!... Institución acabó siendo el divorcio: una vez el personal no sabía muy bien si se casaba para instituirse apresuradamente en divorcio, o se divorciaba para volverse a casar…

El Divorcio no fue una novedad en la España de los primeros Philips y Telefunken a color. Como situación regulada por ley, ; pero como solución de facto, en matrimonios inviables por el ejercicio de la incomprensión o la barbarie, No. La antigua institución, sagrada o no, basada en la hondura de la relación, se tornó somera; ansiosa por deshacerse y volverse a hacer en aras de experiencias y emociones múltiples, así como por el regustillo y la comezón en el mercadeo de personalidades. Podríamos resumir afirmando que lo de la quiebra acelerada de las parejas --con ley o sin ella-- resultó ser el acto final de un drama que se interpretaba a todas horas del día y la noche, y cuyo run-run de fondo del guión lo conformaban la falta de ganas de lucha constructiva y el aburrimiento por lo que se cree poseer por derecho, sin más requisitos que una bendición de sábado por la tarde o una promesa hecha en caliente sólo al principio.

Los papás, abuelos y bisabuelos de Paco y Lucy, se cortaron en repetir “experiencias” una tras otra, no porque no tuviesen ley reguladora, por el qué dirían o por lo sagrado del lazo; no. Lo hicieron básicamente por modestia y por carecer de desfachatez. Se sabían de forma cierta incapaces de gestionar el amor de dos, tres... hombres o mujeres. Inhábiles perdidos en la economía de una casa y en la de otra --aunque fuese mirando con el rabillo... del ojo--. Acojonados todos y todas por la simple suposición de tener que criar proles en plan “el día de la marmota”.

¡Qué Horror! Las mamás dando sustento fisiológico a sus bebés, amor incondicional, creando psiquismos y afectos; más tarde los papás ejerciendo su autoridad y su guía, conduciendo a los zagales de forma paciente y tolerante en la solución de los problemas, hasta verlos salir hechos hombres y mujeres por la puerta del hogar. ¿Y volver de nuevo a comenzar, o redoblar la faena ya encauzada en una casa? ¡Qué Horror, qué Horror! Estos Tíos y Tías fueron muy Modestos. ¡¡Sí Señor!!

Fueron Dignos y Modestos: y sus ideas sobre cualquier acontecer, incluidas el matrimonio o la ruptura de éste, siempre estuvieron muy por debajo de su Dignidad y de su Modestia. Esto fue antaño, con toda seguridad, tan asín..., como no lo es hoy... ¡Se siente!

Estas dos grandes cualidades no incluía la de ser Sant@s Varones; y lo que aquí se viene a verter es...: Que como en todas las épocas los desencajes y desajustes en la cadencia marital cada cual lo manejaba como Dios le daba a entender. Que tuvieron sus asuntitos ellas y ellos, seguro; y que el tema mollar de sus vidas no lo desbarataron por ellos, también casi indudable... No fueron matrimonios superiores a los de hoy, simplemente estuvieron acomodados por unas cadencias, formas y costumbres menos acogotantes, para poder, así, cuajar de modo más simple y templado lo que se cocía en aquellas hondas relaciones humanas.

Es innecesario aclarar que los antepasados de Lucy y Paco no supieron nunca de forma consciente la fuerza simbólica que encerraba su prole; cada uno de sus hijos llegó cargado de cierta cualidad salvadora, y redimía a sus padres principalmente de su egoísmo, dándoles un extraordinario poder. Los hijos fueron la personificación de sus fuerzas vitales. A los padres nadie les dijo, menos aún pudieron leer, que ser mujer-hombre significaba ser responsable, y que practicar el heroísmo no era otra cosa que cumplir con el deber diario... Simple, simplísimo.

De ninguna cosa se extrae tan poca verdad como de los tópicos, sobre todo cuando son veraces... Con esta paradoja del amigo Chesterton se podría concluir que la pedantería en este ejercicio de pensamientos consecutivos consistiría en afirmar que los tiempos de la abuelía fueron días míticos, rebosantes de buenismo y consecuentes en todo; y no es así. Simplemente se trató de una época en la que el alma fue menos atropellada que hoy, menos embaucada hacia formas de vida más alienantes. Los braceros del campo llevaron una vida económicamente inhumana, y la calidez de sus almas no pudo llegar a tener el tono que le insuflaban mendrugos diarios de pan; sus nietos y biznietos, los oficinistas urbanitas, no han sabido consolidar ni hermanar sus fornidos y salutíferos cuerpos con sus espíritus deseosos de algo más que cientos de amigos virtuales.

Si en alguna ocasión el humanismo cristiano y el materialismo cultural se rozaron las manos debió ser en un ejercicio algo parecido al que aquí se intenta... Intento... Toda esta visión en su conjunto habría que analizarla con un prisma más pulido en su cara espiritual, y más embastecido en sus facetas intelectual y materialista. Y estaría mucho más cercana a las circunstancias que rodearon a la emigración rural española que a las que se dieron, por ejemplo y sin ir más lejos, en los abismos e infiernos del East End londinense hace más de un siglo; donde el amigo London pudo verificar personalmente las prácticas infanticidas de madres desbaratadas, desesperadas, que no alcanzaban más solución para el resto de su prole... que “abrazar” en exceso y durante la noche a los recién nacidos.



Paco y Lucy sabían de memoria su sitio en el sofá, si no, el tapete de garbancillo en croché --blanco roto--, sobre el respaldo, ligeramente engrasado por la brillantina del barbero, recordaba a cada cual el lugar para recibir la ración diaria de la nueva doctrina. La psicodelia con que Valerio Lazarov adobaba la programación nacional servía en parte al encantamiento. Paquito y Lucita --su preceptiva parejita--, comenzaron a conjugar las expresiones quéguay y quéfuerte; y nunca nadie dará crédito ni explicación al hecho de que sobre esos dos simples giros naciera una nueva forma de entender la vida.

Los hermanos Pérez Pum tuvieron una infancia como deberían tener todos los niños del mundo: acogedor hogar, solícitos padres, sobredosis de calcio por medio de los petit suisse, y como colofón, sesión diaria de La Rana Kermit y Espinete. Éste y Don Pimpón dejaron serias secuelas en esta generación. Sus padres (Lucy y Paco) consiguieron superar, con el complemento de tardes enteras en la calle más bocadillo de chorizo Revilla, las que en ellos dejaron Valentina, Locomotoro y El Capitán Tan –sobre todo este último. La adolescencia del par de vástagos transcurrió como la de toda la vida en todas las generaciones: intentar coger cacho y contarlo cuanto antes al amigo de turno. Y de no haber sido..., porque cuando fueron a un concurso de la tele, invitados por una marca de laca y menudo congelado --por separado--..., a la pregunta: ¿Fueron los Reyes Católicos Ateos?, contestaran: “Que la señora o avenida Reyes Católicos les sonaba mogollón, y que el segundo apellido podría ser una trampa pero que se la jugaban porque habían venido a concursar” --palabras textuales--... La respuesta al unísono fue… ¡¡SÍÍÍÍ!! Pues bien, de no haber sido por esta manchita, vista en el barrio en directo hasta por el bedel del ambulatorio, podrían haber pasado por un par de chicos más o menos formados. La simple anécdota se elevó a categoría, y los marcó para el resto de sus días... Jamás se vio más asistencia de público a dos negocios que la que se produjo tras la clamorosa respuesta. La antigua barbería, reconvertida en salón unisex, se repobló con fauna metrosexual --palabrita equívoca--; todos querían conocer y dejarse hacer por persona tan ocurrente ante preguntas tan complejas. Las 4 Herraduras (Bar and lounge) sufrió la riada de Jénnifers, Vanessas y Jéssicas: “¡Qué guay, tía!, ¡qué fuerte!, ¡qué salida la vuestra!; pero si es que tienen mu mala lesshe; la preguntita se las traía”. Esta grave deserción del saber no debe ser hoy un escándalo para nadie; pues no es que la especie se vaya degenerando, agilipollando, generación tras generación. No... Niños, adolescentes y jóvenes siempre han ido tendiendo a mejor: los de hoy, mejor que los de hace doscientos años. Seguro, segurísimo –y sin ironía por favor...

Los papás de Lucita y Paquito ya se las vieron putas con los conjuntos biunívocos de la EGB ; pero pese a estar ésta devaluada con respecto a planes de estudios anteriores, comparada con la dulce LOGSE de sus retoños, el graduado conseguido por aquéllos, fue al cambio un master postgrado no conseguido nunca --claro está-- por éstos.

A los pergeñadores de la EGB y la LOGSE; a los fundadores de planes de estudios donde desaparecieron los exámenes de Septiembre; a los “responsables” de adocenar por igual (sagrada palabra) a niños válidos, responsables y esforzados... con otros vagos y sin actitud de querer aprender; a los devaluadores de Universidades Laborales y Escuelas de Maestría, viveros que fueron de nobilísimos artes y oficios; a los dispensadores del PER y otras sinecuras a lo largo y ancho de la piel de toro, quienes hicieron recluirse a la chavalería desde los dieciocho años en sus pueblos natales, cegándolos, poniéndoles anteojeras para que no viesen más allá de la era y el campanario de la iglesia; a los que siendo instruidos en méritos, valores y saberes... dieron el cambiazo a sus hijos y nietos con martingalas de enseñar emociones, sentimientos y solidaridades “¿Solidario? No. ¿Caritativo, compasivo, misericordioso? Sí. ¿Ayudar? Sí, siempre, dónde, cuándo y cómo sea… ¿Adhesión, identificación, obligaciones o aspiraciones compartidas? Eso, ya, depende”. ¡Gracias, Fernando!... A los hacedores de dos generaciones ya: de peones sin cualificar, camareros sin bandeja de plata y universitarios de “hayar el volumen de un cono”; a los padres de la Patria, legisladores varios, profesionales de reconocido prestigio, prohombres, mujeres de pro y demás mostrencos. A todas y a todos y a todes. Gracias, ¡¡muchísimas Gracias!!…

Los hermanos Pérez Pum, pese al anecdotario, fueron unos chicos agraciados por la presencia, pupilaje y traspaso económico de sus padres hacia ellos. Educados en los últimos suspiros de una época donde decir ¡NO! a los niños y darles un capón a tiempo aun no se había convertido en un trauma y delito, supieron llevar más bien que mal las frustraciones y vaivenes de la vida. Ahora bien, ellos fueron dignos representantes de la época que les tocó vivir. Los Niños, merodeadores de la treintena, probaron suerte en las artes nupciales. Ella, enfrascada en el business de la restauración, conoció --en su extensa y tendida palabra-- al que sería durante tres años su marido, comercial de La Nestlé (División de Grandes Consumidores). El día en el que se sentaron a par-lamentar seriamente sobre su relación, Lucita le confesó a Lucio --que así se llamaba el de la Nestlé-- que durante las ausencias del viajante le había sido infiel con el último cocinero de Las 4 Herraduras, Bar and Lounge. Sucumbió la pícara empresaria de restauración a sus ensaladas templadas, a sus cálidas manos y a sus nerviosas caderas… Lucio, por su parte, desabrochándose el botón del cuello de su camisa de Terlenka, le agradeció tanta sinceridad, pues no podían soportar más --él y su colon irritable-- el no confesarle a su mujer el amor compartido con la madre ecónoma (Sor Magdalena) de un asilo de ancianos, a la sazón residencia de la tercera y última edad.

El inventario matrimonial al final de sus mil sesenta y… ocho días se podría resumir así. Hijos..., cero: “Primero tenemos que disfrutar (chingar y chingar, frungir y frungir), que ya tendremos tiempo de complicarnos la vida…”; vivienda de la coyunda..., una: pagada sólo en un 30%, del restante setenta se harían cargo desde ahora, y no se sabía hasta cuando, Lucita y el de las nerviosas caderas y templadas ensaladas. Todo el potentísimo mobiliario --ajuar y enseres de cocina-- quedaba bajo el mismo techo, en poder de la pareja que comenzaba ahora su nueva andadura. La ex cocina de Lucita y Lucio era de ver; la más atildada, sutil y surtida, jamás imaginada por Asimov, habría quedado como un mal infiernillo de camping gas comparada con la de ellos. La mejor cualidad era que no se había estrenado; ni tan consumada hija, nieta y bisnieta de cocinera, ni vendedor de alimentos de tanto postín, habían dado allí luz a nada que tuviera relación con un guiso, un potaje o un plato no necesariamente muy elaborado, al que hubiese habido que añadirle amablemente un poco del ingrediente Tiempo. Los hogares fundados por Lucita fueron guays. Comprometida con la ecología andante, hizo vestir el lavadero con cuatro recipientes para la clasificación de los residuos sólidos --basura de toda la vida--. Esos cubos siempre fueron alimentados con muchísimo más rigor que los estómagos de sus dueños; y ya hubiesen querido éstos la disciplina dispensada hacia aquéllos. Cuando la hija de Lucy Pum descubrió que los tapones de corcho eran residuos orgánicos, sabedora del crimen ecológico que estaba perpetrando tirándolos al recipiente del papel y cartón, pues bien..., cuando fue consciente del desmán, y en desagravio por este gravísimo error contra la Madre Naturaleza, se prometió por lo más sagrado --que venía a ser su suscripción anual a Ana Rosa (AR)--..., que en vez de cambiar su todoterreno toecológico --de a cincuenta mil l´euros, que todo el terreno que pisaba era asfalto y que “sólo” consumía quince litros a los cien-- cada cuatro años, lo haría cada cinco. Y que en aras de lo verde, ella llevaría el estigma del sellito de la ITV; indicio de ruina entre los suyos.. ¡¡Ahí, túúúúú!!

La pomada ecológica, y otras, le taparon muchas carencias, que de haber aflorado, habrían hecho saltar por los aires las pequeñas neurosis y válvulas de escape, y se hubieran convertido en amarguras insoportables. Conque se podría afirmar que todas las Lucitas del mundo fueron..., son mujeres más comprometidas y preocupadas por un témpano de menos en los deshielos primaverales del ártico que por ponerle cara a la vecina del novenobé (9ºB) que faltó el domingo pasado. El grandioso Chesterton ya las barruntó, y se podría decir de ellas que se encontraban aburridas de cada momento y hambrientas por el siguiente. Así pues, Lucitas del orbe uníos y no os preocupéis por aplacar vuestra impaciencia del corazón, que tema no os faltará: siempre habrá algún cigarrón que salvar en África, o un marsupial maltratado en Oceanía por los tiranos ovejeros; incluso si os llega el presupuesto o habéis agotado el tema medioambiental, hacia la Navidad, igual os queda fuelle para apadrinar a algún negrito --¡huy!, infante subsahariano, perdón--, que os haga tragar sin mala conciencia los alfajores de miel… ecológica, claro… ¡Cómo no!

La miel de los alfajores podría ser procedente de colmenares colocados entre la retama, el tomillo y el romero de cualquier estribación serrana, cuyos alrededores estuviesen salpicados de naranjales y olivares cultivados bajo las más estrictas normas fitosanitarias de cualquier consejería de agricultura --¡uy!, medio ambiente, medio rural, perdón--. De esta guisa, la miel obtenida por estas abejas ejerciendo con toda liberalidad sus libaciones sería una miel mixta fantástica.

La miel de los alfajores también podría ser procedente de un cultivo súper intensivo de girasol, donde con anterioridad a la siembra se hubiese tratado la tierra con herbicidas totalmente autorizados y respetuosos en sus plazos con la fauna autóctona; pues bien, la miel castrada de estas colmenas, colocadas --en su día-- en el momento de la floración de las solanáceas (mirasoles), sería una miel de monocultivo --girasol-- que quien no la haya probado no sabrá nunca la carita que ponían los antiguos dioses al rociar sus tostadas con aceite (de oliva, claro) y una capa de ella.

Cualquiera de estas salutíferas mieles estarían tildadas de ecológicas en cualquier mercadillo medieval de cualquier pueblo o ciudad del mundo. Los requisitos siempre serían... [atent@s]: Que al tenderete donde se venda le cuelguen mucho los toldos del techo, dándole un aire dejado y bucólico; si el suelo que sustenta el mercadillo está rociado de paja y salpicado con cagarrutas de cabra traídas de la central lechera industrial caprina, que son las que más se pegan a las suelas de los zapatos, entonces la miel va cogiendo un tinte ecológico serio. ¡Bueno, bueno!; y si el perroflauta de la jaima que te la vende, desertó del rolón de Nivea hace tiempo ya --incluso del de Hacendado--, y los manojitos de sus trenzas compiten en contundencia con las porras de los antidisturbios; ¡tatachán, ce voila!... Aquí tiene usted la miel ecológica con pedigrí. ¡Sí Señor!, con un par.


Él --Paquito, su hermano--, habiendo sido testigo presencial de la vida tan comprometida de su hermana, prefirió el arrebujarse a ratos. No dio un paso más allá del hogar materno sin haberse dicho repetida y machaconamente: “De aquí no me muevo, ¡coño!; no me separo de mis padres, ni que vengan a por mí, al alimón, la Scarlett Johansson y el Ricky Martin”. Pues así, de forma alternativa, conjugaba sus gustos sexuales el estilista.""


..."Algo asín"... Espero que esta BREVE HISTORIA haya transmutado a Buen Cuento; y que los requisitos le sean propicios: es decir, se cumpla..., que "Algo asín"  A+B+C. Porque no les haya sonado a chino, ni rechinado ni costado en demasía la transferencia desde el imaginario hasta la vida del español medio..., ni asestado un golpe mortal de aburrimiento. 

Y ustedes ahí en la chimenea traspuestos ya, con el tronco de encina a puntito de hacerse cisco, me miran con variopintos semblantes; es el calor y la color y la danza de la lumbre y la magia de la palabra hablada cara a cara... tan en desuso hoy en día todo lo anterior... Si gustan, como afuera todavía arrecia, dispongo en este mi albergue de cama recién almidonada y hecha para todos... No me estropeen la cabeza del oso al recoger las suyas, quiero decir los móviles, disculpen. Me retiro, pero quédense al rescoldo haciendo tertulia. El mando de la tele, encima de la mesita baja... Si el cuento les ha chocado y provocado zozobra, hay telediarios de última hora y multicolores en todas las cadenas, ellos les recompondrán de nuevo... 

Y si en último término lo que se les marida --entre el cuento recién narrado, la caja tonta recomendada, y el pajar ecijano de ineludibles wassaps por contestar durante este rato...-- les provoca un desasosiego infame y un concome insoportable...:




                    







jueves, 23 de enero de 2014

¿Víctor o Victoria?












                           
                                Diálogo al borde...






                                                                                         
                                                                       
    
                                                                 




Él sabía que --entre casi todo el personal-- Blake Edwars pasaba hoy por ser un director ñoño y sin chicha, pero qué más le daba... El tipo enfrentado a la pantalla, cuyos engurruñidos ojos descansaban ya --a estas horas-- sobre los créditos de "Víctor o Victoria", lo seguía disfrutando como un enano, perdón: gente pequeña, menuda, enana... Al comprobar la cantidad de personal que trabajaba en una producción cinematográfica --los créditos llevaban ya un ratito chorreando-- le dio un brioso claquetazo mental a las posibles amables permutaciones durante los recesos del rodaje..., y se le esbozó una mueca de media sonrisa entre suspicaz y sarcástica que se extravió por la comisura de los labios; aunque en seguida cambió el tercio de su reflexión, pues: "¿Cómo se tendrían que sentir los que actualmente se dedicaban a la industria del cine?..., ¡si nos bajábamos las películas con la misma prontitud con la que despedíamos a nuestra suegra!". Dando un brinco inoportuno desde otro título, se presentó en el proyector de sus mientes --y sirviendo de training a su memoria-- el personaje de "El guateque"; este recuerdo le hizo iluminar más sus ojos... "¡A ver, a ver!, ¿algún actor que en su papel, ante una cámara, haya estado  de un modo más cándido y menos impostado que Peter Sellers?". No lo encontró, no... "¡¡Ay...Peter, Peter, qué ligero te fuiste y entre cuanto extra con vistas al patio nos dejaste!!". El molesto destello --con fondo lechoso-- del pantallazo de la carpeta de descargas, al finalizar la reproducción, le hizo levantar como un resorte de la cheslong, desconectar el cordón umbilical que alimentaba la Panasonic desde su baqueteado portátil..., y hacer una ronda relámpago de reconocimiento por toda la casa antes de batirse en retirada, de madrugada ya... Los niños por fin dormían; su mujer --en la cama, enzarzada en brazos de "Un juego de niños"-- le hizo un cariñoso y sordo ademán --todos son sordos--, girando el cuello y mirando el despertador, para hacerle notar, al que candoroso la miraba ahora bajo el dintel de la entrada a la alcoba, que aquellas no eran horas de ver pelis sino de estar ya retirado. "¿Quieres, acaso, que te cuente el final de la novela, amor?" --se lo endiñó allí apostado sobre la jamba, él, con su acostumbrado aire zumbón--. "¡Síííí!, hazlo y atente a las consecuencias..., Cielo"... Con el soniquete interno de <<¡oído cocina!>> se deslizó con babuchas de Marrakech hacia el cuarto de baño: "¡¡Cómo cojones no nos van a fundir con facturas del Iberdrola como las de la Ford, si esto parece el camerino de Julie Andrews, vamos!!" --lo dijo para sus adentros, mientras se miró en la amplia y corrida luna del espejo...

La luna revestida de azogue se sonrió, al comprobar que ya no sólo era su mujer la que hacía prospección de las patitas de gallo, a última hora: la del derrengue. Él le calcó el gesto desenfadado del ¡espejito! ¡espejito!, y con sus dos índices hizo el chino. La visión distorsionada de su imagen mediante el gesto anterior, devuelta por el cristal, le condujo al run-run de la película acabada de disfrutar, y le trasladó al anecdotario sobre la misma... Porque..., ¿dónde había escuchado él, o de qué le sonaba una historia en la que muy de refilón aparecía/n "Víctor o Victoria"Su memoria no alcanzaba ahora para detalles tales como los que a continuación se van a relatar. Y lo que iba a ser capaz de rememorar, durante siete minutos y medio muy escasos ¿?, en estos momentos frente al espejo y a puntito de darle matarile a la jornada, fue algo muy parecido a lo que este narrador ha tenido acceso en ese rincón del Universo..., donde todas las voces que han sido están guardadas para la eternidad…

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                       ""SUBÍA el zagalón de tres en tres los desgastados escalones de la principal y señorial escalera del colegio. Corría sin solución de continuidad la media tarde de aquel caluroso jueves de mayo, y mientras raudo seguía ascendiendo hacia el despacho del jefe de estudios, relamiéndose por la clara visión del inminente viernes ya, hizo parada y fonda durante un par de minutos en el rellano del primer piso; allí se encontraban abiertas las puertas del gallinero del cine, invitándolo a pasar a una sesión huera en aquel momento. Entrando, con el sigilo que merecía una acción medio furtiva, sintió el olor a madera tratada con resinas de comedias y western..., y se asomó a la amoblada grada de este entresuelo. Aún había ecos de las risas del día anterior, pues todos los miércoles/tarde se daba una sesión de cine. La pantalla al fondo y en escorzo, dando el poco blanco que permitía el chorro de luz que a espaldas del muchacho se colaba, le dejó un poco traspuesto, pues comenzó a proyectarse en su alborotado magín el posible motivo por el cual había sido requerido por parte del padre Juvenal ... "¿Qué querrá ahora de mí este mamón ?"... Guipando el Seiko comenzó a salir exhalado del desocupado anfiteatro; aún miró de refilón las ventanitas obscuras y dormidas del cuarto de proyección, barruntándoles el inminente estreno de una turbadora película. Cuando, por fin, traspasó la frontera entre el umbrío rellano de las escaleras y la respetada y relumbrada galería de arcos porticados, un cañón de luz fajó su mirada. Estando casi en posición de firmes y ya cara a cara con la puerta del combativo despacho que lo reclamaba, vio interrumpido el gesto de llamada con los nudillos por la visión de la presidenta del APA saliendo del despacho del señor director, sito también en la misma galería. El entreacto de esta narración --y borde diálogo-- no hay forma de dilatarlo y entretenerlo más...


¡¡TOC, TOC!! sobre un cuarterón a media altura, descascarillado. La entrada al infierno se le presumió entreabierta...

  • Pasa, pasa, Monje –contestó el cura, indolente y en apariencia despreocupado, desde el interior. Sentado estaba en el escritorio de su despacho, con unos exámenes apilados a un lado, mientras delante de él, sus ojos escrutadores paseaban la mirada sobre el corregido de turno.

Era, como apuntábamos, una tarde pesada de mayo. Espesa en olores; porfiaba por ser tarde más de verano que de primavera. Tras los cristales enmarcados por los cuarterones con la masilla resquebrajada, zigzagueaban ya los murciélagos en requiebros. Lalo, por un instante, sintió envidia de ellos. En la escala de los mamíferos le hubiese gustado estar ahora algunos peldaños por abajo. No tener que dar cuenta de los mosquitos cazados más que a la prole, que esperaba impaciente en el obscuro nido. Sin embargo, el padre Juvenal le había mandado llamar para algo más complejo que la economía doméstica del alado mamón...


               Continuó el diálogo el dueño del despacho...









  • ¡Siéntate, siéntate!, Monje. ¿La película de ayer tarde..., qué, te gustó o no!... --se dignó a alzar como un relámpago los ojos sobre el pupilo. Pero en seguida se volvió a enzarzar, como apocado, con el folio que escrutaba.
  • ...La verdad es que estuvo graciosa, padre, sí; pero prefiero el Blake Edwars en "The party" que en el "Víctor o Victoria" de ayer... Me gusta muchísimo más el agua y la espuma que tanta pluma --e intentaba coger postura adecuada en la incómoda silla de railite el intencionado y malajoso alumno.
  •            





    El cura, sin inmutarse pero con algo de calor interno en las mejillas, terminó de leer y puntuar la última pregunta del examen que tenía entre manos. Sumó los parciales, y en la primera hoja --arriba a la derecha-- anotó numéricamente: cinco con seis. Alzó la mirada del papel y se encajó las gafas, con el dedo paginal, sobre el puente... Juvenal le dio una tregua al Bic naranja tendiéndolo sobre el escritorio; retiró la pila de exámenes aún más, dejando el suficiente espacio libre entre ambos... Tenía claro que la contienda con el mozo había comenzado... Daba por seguro que el sueldo de la congregación se lo iba a ganar hoy con Lalo Monje... Y de este modo que sigue decidió que diera comienzo el asalto final.


    • Por más que se os dice que ni grapas de la bambina, ni clips, ni dobladitos pretecnológicos en las esquinas, vosotros, ni puto caso. Mira el taco de exámenes, ¡mira! Por una esquina abulta diez veces más que por las otras tres restantes. ¡Que me numeréis los folios y ya está, coño!
    • …¿Para esto me ha llamado usted? –alzó los ojos lentamente Lalo; dándole tiempo a ver las sandalias con calcetines del cura..., y la cantidad de lejía que debían usar al fregar, pues la base de las patas del escritorio estaban reblanquecidas por el paso de la fregona.
    • ¿Cómo te voy a mandar llamar por esto, alma de cántaro? Por cómo me entregáis los exámenes no molesto yo al delegado de curso, ¡hombre!
    • Usted dirá, Juvenal –ya iba mostrando Lalo en su tono un aire entre angustioso y digno.
    • En la última pregunta del examen que dice: “posibles inconsecuencias de la Iglesia Católica a la luz de la razón y de la dignidad humana” --en este momento el cura se cortó; miró hacia el techo de bovedilla, se rascó una ceja con el índice e intentó darle un giro u otro aire a lo que en un principio iba a decirle a Monje. Continuó--. ¿Qué entiendes tú por dignidad humana?, niño...
    • Pues…, es como un patrón, padre –contestó el alumno casi como un resorte.
    • A mí me gustaba el término de padre para los curas. Daba un tono solemne al portador; y al que así lo nombraba, le revestía de humildad y predisposición para aprender. Pero hoy en día…no soléis. Llámame como siempre. Juvenal, Monje..., Juvenal. ¿Un patrón de qué? –preguntó intrigado el cura.
    • Sería como una unidad de medida... En este caso de medida mínima. Habría que tomar el mínimo de derechos que, por su simple condición como humano, posee la persona mejor considerada del mundo..., y agarrarlos y referirlos como patrón, como modelo –expresó resueltamente Monje.
    • Explícate mejor, tío.
    • Pues que si… el Sha de Persia, bueno, hoy en día el Jomeini ése, tiene derecho a entrar a desayunar al mejor hotel del Irán, y que de paso el conserje le salude afectuosamente, pues…, el último súbdito suyo tendría derecho a desayunar en ese hotel y a ser saludado cordialmente por ese mismo portero --Monje guiñó un ojo y alzo la ceja del contrario, como para comprobar que no se le quedaba nada en el tintero, y remató--. ¡Ah!, y debería tener el mismo derecho que el Ayatolá a no ser ahorcado en la plaza pública por nada de lo que no se pudiese colgar al mismito mandatario…
    • Comprendo. La dignidad humana abarcaría un mínimo exigido por cualquier paisano, ¿no!
    • Juvenal; se lo estoy casi dictando de cabeza, de los apuntes dados por usted.
    • Ya…, es que nadie le ha dado el enfoque que tú a esta pregunta. Casi todos han salido con lo de la pompa, la riqueza de la Iglesia…, y toda la retahíla. Ya sabes.
    • Bueno…, yo he entendido…, interpretado la pregunta como si usted demandara una respuesta personal. Las tres primeras del examen no ofrecían concesión a la duda; pero esta última…
    • ¿Por qué, porque era la última del examen?... ¡Eh?
    • No Juvenal, no. Porque era un examen de filosofía y no de religión. Podría haberle contestado que la Iglesia Católica --como hija de Jesús-- es Razón, pues Ésta es Jesús al dignificar a la humanidad dando su vida por ella; que la Iglesia Católica sigue siendo Juicio e Intelecto al apoyarse en el Dogma de Fe que creemos los católicos: de que Jesús es el hijo de Dios, nacido hombre y resucitado entre las tinieblas divino; y que la Iglesia Católica es más Razón aún, en virtud de que todas sus razones hay que buscarlas en un Sistema aparte, más allá de todas las limitadísimas razones humanas --continuó el improvisado teólogo--. Podría haber refutado su pregunta, de algún modo retórica, de esta manera, y haber quedado como un rey con usted, si hubiese sido el profesor y la asignatura de religión, claro. Incluso --ahora abría los ojos como un merluzo, haciéndose el interesante-- podría haber rematado al pase, al centro dado por usted con su pregunta. De forma filosófica y dándole coba, o no…, pero distinta a como lo hice, claro.
    • Ahora me estoy perdiendo contigo, necesito un plano, Monje. ¡¡Rápido!!
    • Simple. Una posible respuesta filosófica a su enunciado, a mi criterio provocador, habría sido: La Iglesia Católica, tras el siglo de las luces y la Ilustración, no tenía derecho a tutelar las creencias religiosas-filosóficas y el baremo de la moral y la dignidad humana en primacía; pues a partir de aquel momento y tras entronizarse la diosa Razón, el hombre, en absoluto desvalido ya, se bastaba por sí solo. Había nacido la era del hombre por el hombre. Dios... había muerto. ¡Amén!
    • ¡¡Ahhhhh!! Ahora lo entiendo. Lo tuyo es el exhibicionismo, ¿no, chato?
    • Es usted el que el año pasado, en tercero, y el primer día de clase, nos aleccionó.
    • ¿A exhibiros?..., ¡muchacho!... ¿A eso dices que es... a lo que yo os he enseñado?
    • En cierta medida sí; filosofar, nos dijo, es entrar en más y más preguntas…
    • ¿Y tú..., con tus respuestas al último enunciado del examen, crees que estás entrando en más preguntas?... Serán las de la chusma morbosa, ¿no?
    • No... y Sí... Porque ya le he dicho que contesté en base a inquietudes personales.
    • Con desaire, con crudeza y, para colmo, con airecito inocentón. ¡¡No me jodas!!
    • No, padre…; son cosas que tiene uno ahí clavadas; a veces problemas de conciencia.
    • ¡Coño, Monje!, cada vez que te vienes abajo sales con lo de padre.
    • Es que lo veo a usted con mucha ventaja…, de momento. Además --inquirió Lalo--, con todo respeto, creo que no está siendo justo conmigo; no está haciendo buena la máxima tan manidita por usted de: las palabras sirven para comunicar, no para juzgar.

    Esto sacó de quicio al dueño de los pies con sandalias y calcetines.

    • ¡Pero tú, tío, has juzgado, te has atracado con juicios de valor e intenciones! ¡¡Para comunicar, para comunicar y no para juzgar!! --repitió en dos ocasiones el cura con bastante aire de mofa--. Monje: hay frases hechas hasta a gusto del diablo. Estamos en filosofía y andamos siempre entre juicios de valor, y tú lo sabes –remató Juvenal, ya un diez por ciento más templado... y aterrizando.
    • Le vuelvo a repetir que académicamente me podría haber lucido. Mi contestación tiene que ser vista con otra luz. Ha sido como una… media señal de auxilio, un medio SOS... De este modo tendría que contemplar usted lo escrito.

    El padre Juvenal intuyó el derrotero..., la deriva un poco compungida del alumno; pues la pugna no iba a ser nunca de tú a tú. La calificación del examen final de Monje la había realizado sólo atendiendo a las tres primeras preguntas; ya que no le parecía mensurable la contestación dada por el pupilo a la última. Conque puestos a hablar de lo divino y de lo humano, encendió ese flexo de diseño único de finales de los setenta --que decir se estilaba sería demasiado decir-- para darle otra luz a la conversación.

    El cajón de su escritorio no se abría con facilidad: entre un poco hinchado que estaba por la humedad que siempre conservaban los muros de mampostería, los nervios del cura y las mesas que a la sazón no eran todavía del IKEA; así pues, y a pesar de estos hándicaps, del interior logró sacar el examen de Monje. Lo tenía aparte. Estaba corregido, puntuado, y en la contestación de la pregunta de marras había una larga anotación del padre. Lalo Monje no acertó a ver el número mágico que se acomodaba arriba a la derecha en el primer folio, y se imaginó ya, dándole explicaciones a su padre biológico de por qué no le habían dejado presentarse a la sacrosanta selectividad.

    • Leo textualmente tu respuesta, pero antes recordamos el enunciado del cuarto apartado del examen: Posibles inconsecuencias de la Iglesia Católica a la luz de la razón y de la dignidad humana --prosiguió Juvenal como de mero trámite, remiso, pero impostando un poco la remisión--. Leo, niño…, y vamos aclarando cosas…
                                                      
    “Existe una conducta generalizada hoy en día entre los Curas de La Iglesia Católica, que aprovechan las circunstancias actuales para camuflarse entre la feligresía, y haciendo gala de sus buenas maneras para expresarse, comunicarse y arrimarse, las acaban poniendo en práctica y ejerciéndolas con entusiasmo denodado y afán donjuanesco. Siendo conocido por muchos y denunciado por pocos, esta actitud trae el desencanto y desconcierto a personas de buena fe, que comprueban que este voto célibe es pisoteado por los ministros de su religión. Y además, los Órganos Superiores de la Iglesia miran hacia otro lado, no vaya a ser que mientras guipan las conductas torcidas de sus subordinados, en ese impasse, las suyas todas --conductas y “amigas”, seamos claros-- vayan a ser veladas, movidas…”.


    Aquí cortó la lectura el padre Juvenal…

    • ¿Te imaginas si esto cayera en manos del director? –le dijo el cura, frunciendo el morro en un intento entre sobreactuado y dramático.
    • Quisiera, Juvenal, saber el tono con el que vamos a tratar el asunto, y el nivel al que nos vamos a situar. Por favor.

    El cura, conociendo la excepcionalidad de la situación, no quiso andarse por las ramas; el jueguecito había terminado; puesto que había traído al alumno para hablar y aclarar cosas, actuaría en consecuencia.

    • El tono será de total seriedad, no me perderé en la pedantería; preservaremos la propia integridad, no nos agrediremos. El nivel, no debes dudarlo…: de un lado tú, adolescente perdido, escandalizado, con errores en la interpretación de lo que ves y oyes de segundas; con conceptos aun por pulir. De otro lado yo, intentándote dar la luz que pueda... ¿Está claro!
    • Vale –le contestó el otro, con semimueca de Gioconda.
    • Esta primera parrafada tuya da la sensación de ser la algarada de alguien que se muere de angustia vital, de no poder más con una situación que a todas luces le parece truculenta. ¿No?
    • Algo así, Juvenal…, aunque... no soy yo el único. Es un sentir, no le voy a decir un clamor popular, pero sí, sí...; está en la calle esta impresión... Ya lo creo.
    • Nadie pisotea ningún voto célibe; sólo podrían hacerlo aquellos que ocultando su condición de cura se casaran; y creo que no es esta posibilidad la que desmanda tus dudas, tu ánimo y, según tú, el de muchos.
    • Bueno, padre. Usted ya me ¡¡entiende!!.. --no había mayor intención en el imberbe, en este momento...
    • Esa palabrita, Monje, es equívoca…, ¡¡y más aún en este despacho!!...

    Lalo Monje abrió los ojos..., no ya como los de un merluzo absorto sino del tamaño de platos de café, que ya era bastante. Continuó el diálogo el cura..., pero ahora ya sin picar.

    • Tu desasosiego.., el vuestro, viene del batiburrillo que formáis entre la condición de célibe, por definición de cura, y la promesa, el voto voluntario de castidad hecho, en según qué órdenes religiosas, por nosotros. El cien por cien de los curas somos célibes, si no, nos salimos del Ministerio. Tú lo has vivido por mucho que lo hayamos querido tapar en los años que te ha tocado estudiar aquí.
    • Cierto, Juvenal, pero el sentir de la gente es que si los curas no se pueden casar, tampoco pueden tener y, menos aún, alardear de relaciones sexuales.
    • ¿Lo de alardear es una floritura tuya?, una anécdota elevada a categoría, ¿quizás?... No cejas en tu ofuscado empeño y además te recreas de balde en lo que afirmas.
    • No es coña, Juvenal. Si el director se pasa todo el “santo” día encerrado en su despacho con la presidenta del APA…, ¿alardea o no alardea?, ¿gallardea?, ¿se muestra?, ¿se pavonea?... ¿Cómo lo llamamos los mil espectadores viéndola a ella con vara de mando, entrando y saliendo por el claustro porticado...?


    El cura, para sus adentros, quiso tragarse el haber sacado anteriormente a colación a don Manel, tan bravo director. Empero, seguía observando en su mojigato alumno dejes y muletillas que no debían tener cabida en una persona con tanta capacidad para la susceptibilidad como arrojo para tratar tan espinoso tema. Se quedó absorto Juvenal..., y continuó diciendo Monje:

    • Padre..., ¡que no puede ser que un hombre de Dios o no, después de estar encerrado toda una tarde con semejante señora, salga tan exultante, tan descargado, tan duchao, tan repeinao!, ¡coño!, con la misma sonrisa que el gato de Alicia…; y que no pensemos absolutamente todos ""¡¡lo machote que es nuestro Señor Director!! ¡¡¡Cooooño!!!"".


    El hielo se estaba rompiendo, mejor, deshaciendo, y como la sonrisa es la distancia más corta entre dos personas desde que alguien lo dijo, El padre Juvenal, desacostumbrado a reprimirse según a qué…, se rió un montón.


    • Tonterías, Monje, tonterías. Suposiciones calenturientas del personal. Además, escucha con atención: en el sentido tan concreto y estricto de lo que tratamos, el clero está en la misma posición de salida que los solteros católicos. ¡Lo sabes?
    • No, padre. Entre los solteros católicos los habrá por mayoría con vocación de romper su soltería. Esto en la práctica es así... Y punto.
    • Puedes ser mojigato, capullito, meapilas, ingenuo, lo que quieras; pero si continúas siendo contumaz e indigente intelectual, te suspendo por zote, ¡¡leche!! ¡Que no se quiere salir ningún cura... de cura, hombre, y menos sólo por el sexo!; ¡ni casarse tampoco! Y si eso es lo que al final le priva, hoy lo hace. Somos célibes, y si por alguna razón dentro del celibato alguien desea pasar el umbral de esa puerta a la que tú tanta importancia le das llamada sexo, entonces amigo mío, según las normas católicas, está pecando de igual manera que tú.
    • ¿Que Yoooooo!...
    • ¡Que Sí!, ¡claro!... Una pajita tuya... es igual a una entradita y salidita de la presidenta del APA... ¡¿¿O no??!... No te quedes, muchacho, nunca en el recibidor del sexo; éste es sólo la puerta de un edificio mucho más importante. Hoy es imposible que lo veas porque más paras en la anécdota..., en el training manual y el chascarrillo; pero llegarás a interiorizar que La Iglesia Católica quiera para sus ministros una faena muchísimo menos complicada que la de formar una familia. No hay falta de dignidad en esta norma, pues sabe La Iglesia que sus curas son humanos y su tarea debe calibrarse por el ansia con que llevan el mensaje de Cristo, y no por cómo un domingo después de haber asistido al Benito Villamarín “exploran” otros campos… ¿Te vale!
    • Juvenal, ¡leche! Se despide usted de nosotros, de la asignatura de filosofía, con una preguntita retórica donde las haya. Nos está metiendo los dedos para que larguemos; yo largo..., ¿y viene a llamarme la atención? ¡Pero bueno!...
    • Es paradójico todo esto, muchacho --se puso el cura entre melancólico y mimosín--; te doblo la edad cumplidamente, la experiencia más que eso; oportunidades para sufrir seguro que las he tenido más que tú. Y resulta que el alma novata, abierta y descansada es la que trina y se rasga las vestiduras, y la vetusta y baqueteada es la que templa.. Creo que aquí lo que falla..., lo que falta, es lo de casi siempre: el conocimiento frío, el discernimiento amable y que te pasen los años por encima.
    • Lo que aquí veis o imagináis que veis --prosiguió el cura-- no tiene por qué ser generalizado, y si así fuera, sería señal de que hay que mejorar mucho. Las normas están claras; hoy son así, mañana se verá. El sacerdocio católico es un club; todo varón cristiano está invitado a él, a nadie se le obliga. Aquellos que entran por motivos y circunstancias ajenas a la vocación de sacrificado servicio lo tendrán más difícil. Nuestra profesión no llega a la categoría de la institución del matrimonio; conque si se es benévolo con las faltas cometidas por marido y mujer habrá que tener consideración cristiana también con el clero. El fin de todo matrimonio, su última intención, es ser un buen matrimonio; esto es aplicable de igual modo al clero.
    • ¿Está usted justificando veladamente ciertas actitudes que pudieran darse…, que se dan?
    • No se cómo explicártelo, Monje…; voy a probar: si la sal y la pimienta del milagro de los hijos es el sexo, y éste es puerta o recibidor de algo mucho más grande que acaba convirtiéndose en la República más blindada, más íntima y más segura que el mundo conoce, y que es la Familia; y resulta que durante los intermedios en la formación de ella, o al final, o si lo prefieres incluso antes, cuando el primer hijo no ha llegado aún, existen continuas visitas al recibidor de los fuegos artificiales, todas ellas santificadas y hueras en frutos la mayoría, que no en estrechamientos de lazos tan invisibles como potentes para la pareja; podría deducirse, que aquella parte del clero, más humano --demasiado humano--, que cruzase de puntillas el umbral de esa puerta y entrara y saliera del recibidor de las chispitas, así rápidamente, sin más pretensiones y fundamentos que la descarga de tan artificiosos fuegos…. Con esa cara que me pones no me ayudas nada a argumentar…, ¡parece que te esté hablando Martín Feldman!, ¡coño!
    • Pruebe de nuevo, padre. Haga usted el favor…
    • Donde tú ves incongruencia, inconsecuencia e hipocresía, igual yo sólo veo simple anécdota. Vosotros los estrechos queréis salvar el poco espacio de que disponéis para tener bien amuebladito ese bungalow llamado moral --algo asistió al cura que le dio un tono más conciliador--. Mi mundo, Monje, es enorme; con el sexo no fundo nada; en este Universo mío no es llave más que de una pequeña buhardilla, donde acudo muy ocasionalmente después de haber atendido honesta y honradamente --en el estricto sentido de observar antes mis obligaciones y deberes que mis derechos-- la Mansión de Cristo. Todas sus habitaciones procuro estén lustrosas y pulcrísimas, cumplo con mi Comunidad, y lo que es más importante, allí donde me toca trabajar, difundo su mensaje y la Fe en Él. Estoy orgulloso de ser profesor de filosofía..., pero me sentiría insignificante si mi labor no estuviera constantemente entreverada, más aún, atravesada por mi vocación de cura. Ahora dime, Monje; ¿De qué estábamos hablando?, ¡eh!... Yo no sé...
    • Juvenal --le contestó el otro con la cabeza ladeada--, ¿qué nota sacó usted en dialéctica?...
    • No, en serio, niño. Quiero que lo veas en conjunto, con perspectiva. ¿Tú, con qué ves la labor de tus padres?...; ¿con prismáticos, al natural, con lupa, con microscopio electrónico?... ¡Dime!... A ver...
    • Ya veo que sacó usted buenísima nota. Al natural, Juvenal; si no, sería insoportable. De todos modos --y volvió a la carga--, con lo que usted plantea existe el peligro de que se establezcan relaciones personales impropias, inviables. El recibidor, la buhardilla --me está haciendo usted la picha un lío--, no serán el camarote de los hermanos Marx, pero alguien siempre habrá, si no, no se acude…, ¿no!
    • Sigues errando --matizó el cura--. Mira, soy yo el que se ha puesto a tu altura y no tú a la mía. Me explico: ante una alarma tan exagerada por tu parte, yo he querido ser también tremendo. Te he narrado, aunque con florituras, cosas extremas para que reacciones y te caigas del guindo. He querido ser tu piscina de Siloé; no para abrirte los ojos a la Fe... sino para mostrarte una parte de la realidad; cruda…, parece ser para ti, pero que te hará crecer e ir hacia lo mollar entre nosotros…, y que es... el Mensaje de la Iglesia: arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la Fe. La realidad del clero --continuó Juvenal ya del tirón-- está aquí. Chismes y chascarrillos aparte, somos un cuerpo célibe, algunos optan por la castidad. Decidimos libremente en su día atarnos a la disciplina del Cristo Rey; y lo honesto es permanecer por vocación. Comprenderás que la figura del bombero pirómano no sea bien vista ni aquí ni en ningún gremio. Hasta el momento, casi todo lo que hemos referido y hablado son problemas de conciencia personal y como tal hay que tratar uno por uno. Si tu piensas que la mayor forma de pecar en el mundo es el sexo, aplícasela a los curas; y si no, también. Si un cura tiene una amiga, anécdota es. Si un cura tiene un amigo, anécdota es. A la Iglesia, creo, le gustaría no tener que ocultar nada; simplemente observa que esas actitudes de forma reiterada están erradas en cuanto al club de pertenencia. La Iglesia dispone de otros Clubs en donde no se tiene que quedar uno en el recibidor de la traca y los fuegos de artificio, sino que puede disfrutar de toda La Mansión.
    • Con lo del bombero torero me he perdido, padre…
    • ¡Qué bombero torero!, ¡y dale con lo de padre!, ¡bombero pirómano! –le replicó Juvenal, con la misma cara de mosqueo que pone el dueño de un chihuahua cuando alrededor del perro cuchichean un grupito de chinos…
    • En la Iglesia Católica --prosiguió él--, y entre la gente del clero para más señas, no gustan nada los remolones exhibicionistas que aparecen por ahí con alzacuellos en las portadas de las revistas; reivindicando situaciones y mundos idílicos para ellos…, imposibles de toda imposibilidad. Los más cachondos y osados... no sólo reclaman que curas y monjas se puedan casar; no, no. ¡Barajan todas las permutaciones con repetición!...
    • Curas casados y/o gays, como que no… ¿Verdad Juvenal...?
    • Ya te lo he explicado. No puedes ir al campo del Barça con la bufanda y el carnet de abonado del Madrid. ¡Que NO, leches, de momento no!..., ¡carajo!
    • Esto, hoy, entre el personal tiene muy mala prensa, padre...; la gente aprovecha para tirarle piedras a la Iglesia..., con el soniquete de que Ésta no puede ni veros.
    • ¿¡Ni vernosss…, a quiénnn, Lalo Monje!?...

    El avispado alumno era consciente de que hasta ahora toda la conversación había estado presidida por el respeto, salpicada por fina ironía y nada más grueso. En este momento, Cagancho y Rufete a su lado se habrían convertido en los tíos más oportunos del mundo. Sabedor era de que a lo largo de la misma el padre Juvenal estaba haciendo un esfuerzo enorme por ser claro con él, preservar al tiempo rincones íntimos y nobles del mismo cura, y serle fiel a su conciencia y a la institución que en buena parte la fundaba y la alimentaba. Estaba metiendo la patita…; su carita y, sobre todo, la caída de párpados cerrando las persianas de la compostura lo delataron.

    • ¿Qué piensas estudiar, Monje? –le preguntó el paciente cura, con la misma cara que ponen las feministas (y con razón) al ver década tras década que los anuncios de lavavajillas y limpiabaños lo protagonizan siempre señoras, siempre.
    • Me gustan los animalitos, padre. Pero… dependerá de que apruebe o no la selectividad --la silueta del alumno sobre su tambaleante silla había menguado...
    • ¡¡Padre..., Padre!!... Si en veterinaria o biológicas es requisito fundamental ser muy pero que muy borde, tú..., puede que llegues a trabajar con Cousteau... ¡¡Sí!

    Juvenal estuvo a punto de caer; pero no sucumbió al ademán por excelencia entre los curas: girar y girar una mano con otra en forma de ovillito. Lo consiguió a expensas de enfrentar todas las yemas de sus dedos, abovedando un poco las palmas y de forma intermitente separando los pulgares… Esto era ya más digno de un ex-seminarista de Pilas (Sevilla). El cura caviló e intentó abstraerse con un pensamiento a modo de contención..., del tipo de contar hasta diez, por ejemplo. Necesitaba este sucedáneo durante cinco minutos en su cabeza... para no arrancar la susodicha del que permanecía enfrente entre sentado y arrebujado y encogido y acojonado…


    El mundo gay --comenzó a pensar para su olla--, como todo lo humano tildado de minoritario, es reservado, tribal entre los suyos --lleno de códigos clandestinos--, escurridizo, sufridor --cada día menos-- y acomplejado; y todos estos rasgos de carácter, incluido el término “mundo gay”, han sido desarrollados como mecanismos de defensa --y a la vez de auto afirmación-- frente al afán de la mayoría por no respetar esa variación --por no mencionar lo de desvío-- sobre la media; y fomentados por el miedo-pavor hacia lo que no es uniforme, estable, predecible y, en cierto aspecto, productivo. En el mejor de los casos, sacudirse tan molesto bicho desprestigiándolo ha sido un “deporte de caballeros”. En el peor de los supuestos, deshumanizarlos es hoy aún tarea de muchos rufianes.

    La homosexualidad iniciática, o mejor, la sexualidad iniciática, alrededor de la cual todo joven mamífero escarcea, es siempre inconsciente, lúdica, desconcertante y, (muy a menudo) casi siempre, pasajera; pues cuando crecemos vamos inevitablemente adoptando moldes y costumbres arraigadas en la sociedad. Cuando --psicológicamente-- las vivencias personales y la fuerte atracción hacia el sexo opuesto, incrustada a fuego por los instintos, van fraguando la tendencia sexual de cada persona, ocurre que, como todo lo que se puede cuantificar, lo acabamos contabilizando; y no contentos con ello..., calificándolo; y resulta que un grupo queda muy nutrido y el otro raquítico. Si lo pírrico es motivo de burla, mofémonos al igual que lo haríamos de los albinos por lo blanquito de su piel y de sus pestañas. Si lo que chirría es que el grupo minoritario no atiende al acople procreador, habría que estudiar lo que el tema tiene de chocante tanto para los heteros como para los gays.

    Una vez que un grupo tan mayoritariamente minoritario acepta sin complejos sus propias formas emocionales y sexuales, y va interiorizando de forma constructiva sus ventajas personales por el simple hecho de vivir en consonancia con todo su Ser..., mejor, con todo su querer Ser; entonces, este grupo --desinhibido ya en sus formas-- debería pensar si sus errores de fondo no son los mismos que los exhibidos por los gallitos reproductores. Si el corral procreador espeta que el palomo cojo no alcanza a perpetuarse, ¿por qué el palomar entonces centra su atención en refutar lo evidente? ¿Por qué los del imperio reproductor ponen su punto de mira, se fijan y se centran en algo que está garantizado?... Fundamentar el debate en el área reproductiva sería rebajarlo al nivel de las esporas --saliendo vencedoras éstas--, pues ellas no tienen complejos ni dudas de cómo hacerlo. El campo de batalla no tendría calle ni distrito postal equívoco si se platicara sobre las profundas Emociones Humanas y se miraran de frente los complejos y las contradicciones de los dos grupos de aves. Los del ensordecedor gallinero, cuyo grito de guerra generalizado suele ser: ¡multipliquémonos, abarrotemos La Tierra!…, no deben temer que otros recojan sus nueces. La llamada de la especie es tan intensa... que la declamación del grito por generaciones venideras está igual de asegurada que la miradita de la azafata sobre el pasaje comprobando si lleva el cinturón abrochado; a no ser que últimamente tengan --los del gallinero, no los del pasaje-- un poco abandonado lo del ¡abarrotemos La Tierra!; y estén dándole como tentetieso a los del palomar, cuando tendrían que aplicarse ellos mismos sesiones interminables de cilicio por no cumplir con su tan cacareado cometido. Los del mismo grupo avasallador tendrían que hacérselo ver “a más a más”, al enjuiciar el emparejamiento y formaciones familiares de los del Palomar, pues las suyas dejan bastante que desear conforme a sus doctrinas y prédicas. Mucho más honesto y profundamente humano sería observarlo todo con este prisma: a ninguna persona le gusta sufrir separatidad en este mundo, en esta vida. Alguien reparte cartas y empareja; seamos humanos, no lapidemos por pertenecer a clubs mayoritarios o selectos, no nos vanagloriemos por contribuir más o menos a finalidades si no espurias, sí siempre garantizadas; observémonos preferiblemente a última hora del día frente al espejo y digamos mirando a los ojos del tipo que se refleja: <<no es bueno que el Hombre esté solo. No es bueno que la Mujer esté sola>>.

    Ahora a los del Palomar.

    Una vez autoconfinados en vuestros guetos, consagrados a edificar una comunidad exclusivamente homosexual; autodefendidos de todo y de todos; cansados de relacionaros endémicamente en vuestros negocios endémicos. Abríos, que corra el aire, que vuelen las plumas, confundíos, entreveraos, no continuéis siendo elitistas ni exclusivos, ni sintiéndoos profundamente diferentes o excluyentes porque os excluyeron a vosotros. Mirad de frente, no arañéis…, no añoréis tanto formar familias si no creéis del todo en ellas; si no, luchad, hacedlo… La piedra de toque de la familia son los hijos, sobre éstos, sobre esta idea se fundó la República más genuina y abigarrada, para que en la larga andadura humana y como si mullido nido fuera se aleccionara a los más torpes cachorros jamás habidos. Disparar sobre esta forma de Estado, quererla aniquilar, es anhelar que el mundo se despueble de gays que disparen --a su vez-- sobre el pie de toda esta Concepción… Nacemos todos sin excepción en el seno de Familias. ¡¡Sabedlo, cooño!!


    Los cinco minutos se estaban consumiendo..., como el malhumor del cura. Ya sólo restaba reflexionar sobre la monomanía humana de clasificar y calificarlo todo, absolutamente todo. Quizás esto venga desde que decidimos despedirnos de nuestros primos los simios, bajarnos de la arboleda africana y entender que, acaso viajando hacia el Norte y sin brújula, encontraríamos lugares donde no entrásemos tan directamente en la dieta de los leones. ¿Será ésto parte de lo que nos hace sublimes y odiosos a un tiempo?... Seguramente Sí; pues desde entonces, clasificarnos como dieta no aconsejable para nadie nos ha hecho mucho bien; y calificarnos entre nosotros, dependiendo según de qué cosas, pues esto ya no tanto...

    Juvenal, que merecía algo más que dar clases de filosofía a imberbes como Monje, no sabía con certeza si se aproximaban tiempos en los que el Espíritu Humano se elevaría cada vez más. Lo que sí daba por sentado --tanto, como que se avanza mucho más en una rotonda circulando por su parte exterior--, era..., que cuando una sociedad vive un momento de relajo reproductivo --con hombres y mujeres trabajadores sin apenas hijos, cuyo leitmotiv es que el sexo no tiene por qué estar necesariamente encaminado de modo exclusivo a perpetuarnos--... que cuando una sociedad vive un momento de relajo reproductivo, aplaudido tanto desde los sacrosantos mercados, por no requerir exceso de mano de obra, como hasta por las instancias religiosas, que si no aclamaban, sí contemporizaban con las prácticas más relajaditas para no convertir a la pareja humana en algo así como el hogar de Roger Rabbit; ocurre, entonces..., que esta sociedad no tan acogotada por esa espada de Damocles reproductora, felizmente se relaja también con sus aceros contra el Orbe Gay.

    Rescatada ya la mirada de su letargo, el fósforo en peligrosa reserva y los pulgares casi sin huellas de tanto frotárselos, acudió a Juvenal el pensamiento clave antes de rematar a Monje: no te pierdas jamás en la anécdota; mira de cara para ofrecer el mensaje de Cristo, que en su coletilla final nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos y difundir la redención humana celebrando su muerte y resurrección.

    Segundos antes de recuperar el diálogo, esperaba el padre Juvenal que todo lo anteriormente maquinado por su sesera por y para el respeto humano, e iluminado desde su compromiso con la Iglesia, lo fuese deduciendo y desgranando su aventajado, muy borde y momentáneamente atribulado alumno a lo largo de su vida.


    • ¡Anda, Monje!, ve al despacho del director, y si no está muy “ocupado” dile que necesito urgentemente hablar con él. ¡¡Va, va... Aire, aire!!
    • ¡Quiero confesarme padre Juvenal, quiero confesarme! ¡Ave María Purísima! –tanto se apuró el muchacho.
    • ¡Era broma, gilipollas!, ¡era broma! El obispo nunca me preguntó si era un tío machote o si tenía pérdidas oléicas, ni a mí ni a nadie. ¡¡Te enteras!! ¿Te vas tranquilo de vacaciones?, so merluzo… Espero --continuó el cura, ya con cara de cura--, que entre carta y carta, visita y visita a tu novieta Julia Sabina, tengas tiempo para leer a Montaigne y a Emerson, por este orden, ¡eh! Ellos ayudarán a desengrasarte del temario oficial del colegio..., y a reponerte de la temeridad que estás hecho, ¡chaval!, ¡¡cojoooones!!


    A través de la ventana, diez mil veces pintado su marco en verde carruaje, Lalo Monje observó otra serie de bandazos de los murciélagos, en aquella plúmbea tarde de mayo. – “Ya no quiero ser alado mamón” --pensó--. Se levantaron ambos de las sillas de hierro cromado --asiento y respaldo de railite-- que los tenían, mesa de por medio, enfrentados; y cruzaron el despacho. Lalo en tan breve travesía se guardó mucho de darle la espalda al cura, no quería, sobre todo, parecer más maleducado. Llegaron al umbral de la puerta, que era una más en los muros horadados de la tan hermosa galería porticada; salpicada, ésta, en sus zócalos, por costillas de adán, aspidistras, clivias, alocasias y helechos espada... Allá en el fondo opuesto del claustro abierto, alumbrado el huidizo perfil por los remolones rayos del atardecer, se dibujó una ninfa perfumada por los jazmines de mayo en terracota, que iba encajándose, más que bien, requetebién, su falda de tubo…

    • Hasta siempre, Lalo.
    • Gracias por todo, padre Juvenal.

    Se dieron un apretón de manos, se guiñaron los ojos y figuras y palabras se desvanecieron para siempre entre aquellos muros centenarios.

                            





    ... Esta conversación entre maestro y pupilo entra en la categoría de sucesos en los que el soporte de la memoria no se sabe del todo cierto si es onírico o real. Para que todos nos entendamos: pertenecería si acaso al mismo grupo de recuerdos brumosos de las grandes broncas de nuestros padres mientras pensaban que dormíamos. ¿Lo hacíamos, no lo hacíamos?..., ¿nos desvelaban y pensábamos que soñábamos?..., ¿soñábamos y creíamos que nos desvelaban?...

    Si hubo alguna remota posibilidad para que no cuajara tan constructivo diálogo entre Juvenal y Lalo, sólo la podemos atribuir a las razones esgrimidas por el bueno de Stevenson cuando afirmaba que para decir la verdad debe haber igualdad moral o, en caso contrario, ningún respeto, y por eso, entre padres e hijos la conversación se presta a degenerar en un duelo verbal, y los malentendidos a enquistarse. Así que debió cuajar…, pues hasta donde aquí llegamos, Juvenal no era en el estricto sentido de la palabra el padre de Monje; respeto, en el fondo, sí se tenían; y en igualdad moral, pese a la diferencia de edad y alguna metedurita de pata del imberbe personaje, también demostraron al final estar casi a la par...

    Este recuerdo…--o recreación--, sí tuvo algo de premonitorio, pues el deseo de Juvenal, de que su pupilo en la andadura por la vida fuese aprendiendo a cernir el trigo de la paja, se cumplió en la medida en que Lalo salió hecho un mojigato camino de la universidad, y poco a poco, afectado por el espíritu de la levadura, fue creciendo y asimilando, entre otras cosas, que cualquier cuerpo social avanza por la vida entre luces y sombras, dando a veces tres pasos adelante Y DOS ATRÁS""


    ______________________________________________________


    Lo primero que pensó, el que llevaba aguantando el tirón de una mirada a conciencia al azogue casi sin pestañear, de siete minutos treinta y tres segundos, fue, que era una suerte abandonarse a cualquier quehacer tras la cena, habiéndose hecho previamente el aseo bucal; pues... de no haber acontecido así, en estos momentos lo habría perfeccionado Sanani, tal era el derrumbe del hombre a esta hora de la madrugada... De memoria, las candilejas del wc dejaron de rentar a la eléctrica; en seguida, el umbral de la pieza más amada de su hogar lo traspasó como caballero vislumbrando la torre del homenaje... de su dama; y le dio más vida al dormitorio. Su mujer tonteaba ya con morfeo --o con George y Brad, a saber--... Circundó el lecho hasta poder acariciar el lomo de Donna Tartt y hendirle el marcapáginas en la misma que la noche anterior... y anterior. "Una novela que arranca como un thriller y acaba convirtiéndose en un clásico de la literatura contemporánea" 

                                                     Il Corriere della Sera
      
    Las últimas palabras de la contraportada las recitaba como el comienzo de Lolita, de memoria..., pero no con embeleso. Aparcó el ladrillo de la sublime escritora sobre la mesita de noche de su mujer; sonó el primer clic... Desanduvo el camino hasta el lado marcado por su instinto de ubicuidad hacía tantísimos años. Se acostó.



    • ¿Qué haces todavía levantado, tonto?; me has despabilado con tus babuchas, lelo...
    • Calla, que te cuento el final de la novela, so boba...
    • ¿Qué película te has quedado a ver?, ¡a ver, dime!
    • La tenía grabada... "Víctor o Victoria".
    • ... Tu eras más de "The party"...; ¿¡verdad, Lalito!? jijijiji...
    • ¡¡Calla, calla!!, que lo tengo todo muy entre brumas ya; menudo prenda... ¿Y tú no dormías, Julita?..., resoplabas y todo.
    • ¿Y el padre Juvenal, que habrá sido de él?
    • Jubilado en una casa de la congregación... Un gran tipo... ¿Sabes una cosa?...
    • ¿Qué, Lalo?...
    • Llevo muchos pensamientos maridados por él... Es como un poso, y no sabría hoy expresarlos más que con una visión...: Está la caleta un poco embravecida por un ligero levante; y el agua y la espuma acogen en su regazo el impecable vestido de una libre gaviota. Sonó el segundo clic.                               
            

                                                 F  I  N


    © noviembre 2014 Rafael M. Domínguez Fraile (ana casaenrama)




    enlaces de interés:
                                        
    *Víctor o Victoria*

    *The party* -El guateque-

    Donna Tartt