viernes, 12 de diciembre de 2014

¡¡¡ FELIZ NAVIDAD !!!





                                           

                                                                              Feliz    Navidad  
  


                                              ...con un poco de lagrimita... ♫ ♬ ♪ ♩ ♭ ♪


  
                                          
                                               

  

Si con seis añitos te han probado varios pantalones, hasta que una voz experta finiquita la tarea, administrando su pericia y afirmando que los de goma espuma azul marino son los más indicados porque están casi para tirar, y que parcheándolos harán los pantalones pintiparados de un pastorcito de Belén. Si el sombrerito de paja, que para dar con él se ha hecho esperar hasta última hora, no sabiéndose si el niño irá tocado en la cabeza o tocado del ala por no irlo de la testa. Si el gusto por las camisas de franela a cuadros perdura aunque tu mujer te repita hasta hacerte sonreír... que de esa guisa ella no va contigo ni a recoger una herencia. Si siendo pastorcillo en el Belén de Santa Isabel, justo antes que el fotógrafo gritara gratuitamente a un grupo infantil estatuario: ¡Niños, quietos por favor!; si hay alguien a quien todo lo anterior, o circunstancias análogas vividas, aún le remueve la emoción y la parte alta del estómago, se hará cargo entonces de que la semilla de la Navidad fuese abriéndose camino en una tierra joven, fértil y con tempero para arraigar. Y si la representación fue sobre una tarima colocada en una de las cuatro esquinas de la galería porticada de mi primer colegio..., entonces, soy yo quien debe explicar algo más detalladamente la Navidad, mi Navidad.






Me imagino que el Maestro Chesterton se referiría también a situaciones como ésta cuando nos cautiva diciendo: <<Una religión no es la iglesia a la que uno va, sino el universo en el que uno vive>>. La Navidad es…, fue un Mundo donde todo me cuadró. El círculo se cerró, y en el coso se cocieron cosas que fundaron, que fundamentaron. Pretendían explicarme la santidad de Madre e Hijo, y yo simultáneamente lo traducía y lo asimilaba de forma instantánea viéndonos a mi madre y a mí... Me hablaron de épocas de frío, de Dioses Padres y Dioses Hijos, de cuevas con ganado; y aquel niño, con bufanda y guantes de lana, iba acomodando las representaciones y las ideas a su vivo imaginario. Y en mi todavía corta existencia no notaba grandes chirridos entre el mensaje, y las imágenes que me llegaban, y la experiencia vivida bajo el tejado de mi casa.



Recordándome arreguinchado en una amplia mesa de un vasto comedor, con las manitas sobre los corchos que hacían de linde entre el universo del Belén y lo demás que poco importaba, veo ahora con estos ojos miopes en la frontera del medio siglo que todo el espectáculo y la parafernalia pergeñada y montada por mi madre fundó en sus hijos un mundo con la esperanza cimentada en una religión, donde la Fuerza Suprema y Todopoderosa se había encarnado en un Niño como nosotros hacía 196… años.

Allí, en aquella mesa de comedor arrinconada que se me desdibuja en el tiempo, nacieron mi optimismo y mi alegría con fundamento, que siguen rigiendo mi vida; y entre tantas casas del pueblo, mi abrigado hogar acogía y celebraba la Sagrada Familia en ese establo desvencijado. Y ahora, en este preciso instante, creo entender y desentrañar mi manía por envolver las cosas de mediano valor para arriba entre dos o tres bolsas consecutivas; y me gusta recrearme con la siguiente visión, como si en una especie de juego de muñecas rusas estuviese inmerso el discurrir de todo lo que sucede en Navidad..., hasta llegar a la Célula Madre...: Me topo con la primera muñeca, y abriéndola, tengo una visión aérea y general del pueblo, con la totalidad de sus casas defendidas por las torres de sus iglesias; destapo la segunda muñeca, y surcando no se sabe cómo un raso y enlucernado cielo nocturno me adentro por el soberao de mi casa; y al final, descubriendo la tercera, veo a unos niños delante de la más bella paradoja chestertoniana que jamás podrá ser enunciada: <<que las manos que habían hecho el sol y las estrellas eran demasiado pequeñas para alcanzar a tocar las enormes cabezas de las bestias del Portal>>..., veo a unos niños que sólo quieren que sus padres dejen el comedor a media luz y les enchufen las intermitencias de luces y campanitas..., las cuales les hacen mirar en cada destello: una vez al Portal, otra a sus padres, una vez al Portal, otra a sus padres…





Hoy me recreo imaginando desde la esquina opuesta de aquel comedor un hogar que ya nunca volverá... Y veo a hurtadillas a aquellos niños hipnotizados con luces intermitentes y vapores de serrín. Hoy penetro en el lógico y lento discurrir de las cosas, de los aconteceres; y disfruto con el doble y simultáneo milagro del Niño nacido Dios con un mensaje revolucionario bajo el brazo y de La Estrella que corrobora asimismo su divinidad... no cayendo sobre La Cabeza de la cristiandad.




Mirando hoy El Portal, me explico por qué en occidente (no hay) no había apenas ateos en las trincheras, y por qué éstos, ni tan siquiera en lo más rabioso del nihilismo, no han sido capaces de demoler iglesias de forma fría, masiva y calculada; sintiéndose sólo embriagados gallitos contra indefensas personas y símbolos ligeros; pero lo que es la mole, el universo, el edificio…, lo más, sólo quemarlos o arañarlos como histéricos. La Semilla es profunda; el Símbolo incrustado les apabulla. Siempre les asalta la imagen sagrada de una madre y su hijo; un hombre crucificado injustamente tal vez como ellos. Respetan en lo más hondo de sus almas a la madre, a su hijo recién nacido y luego crucificado, al universo de piedra y ladrillo que los rodea, y que no es otro que el Templo que los sobrepasa..., que los supera. Y sólo como infantes enrabietados tirando lo que hay encima de la mesa, ellos patalean queriendo romper y quemar todo lo que a mano encuentran. Pero si han conocido el calor del pecho de su amada madre, el candor de su mano, y han asimilado el estrépito silencioso de las estrellas que no se caen sobre sus cabezas, entonces, en occidente seguirá brillando y reinando la opción más revolucionaria que jamás saldrá de nuestras almas: la divinidad del hombre.









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    ©  Rafael Domínguez Fraile

        diciembre de 2015






miércoles, 3 de diciembre de 2014

Así conocí a Brian...






 Mira SIEMPRE el lado brillante de la vida...




http://www.alucine.es/wp-content/uploads/2014/07/La-Vida-de-Brian1.gif






(narrado en 3ª persona... Es que me da corte.)


     Corría la Navidad del mil novecientos setenta y tantos --bastantes tantos--, creía recordar Lalo. Durante una tarde tonta y medio perdida de aquellas vacaciones, él y sus amigotes decidieron aparcar sus culos en la sala de un cine..., de aquellas donde ponían --como un huevo-- una película de título imposible de recordar, pues si no la anécdota no sería entre otras cosas creíble. Lo único que esperaba el grupito de imberbes era que fuese tan “buena” como la última que degustaron, y de la que tan sólo recordaban la profunda expresión de una de las protagonistas...: ¡¡¡Einch Peter, einch!!! La película-documental fue alemana, la expresión sonaba aproximadamente así, y la chavalería la había convertido en grito de guerra… <<¡¡¡Einch Peter, einch!..., ¡Einch Peter, einch!!!>>. El film al que ahora con tanta ilusión se dirigían lo habían visto anunciado en una cartelera del centro; lo que los enervados zagales no advirtieron era que la cartelera estaba partida, en aquella práctica entonces tan habitual para aprovechar las salas al máximo durante las vacaciones, y había sesiones por la mañana y por la tarde... de dos películas diferentes...


     Llegaron a la ventanilla de la taquilla y, camuflada la vergüenza tras el grito de guerra, compraron sus entradas con mariposas en sus estómagos, incluidas, pero sin palomitas. La película estaba recién empezada, todo el personal acomodado, y en esto entró esa manada de seis o siete a modo de berrea de venados en Cazorla. El último, tras la puerta abatible con ojos de buey, se llevó el cortinazo de plomo en la cara; y cuando aquél entraba, aún los primeros no habían acomodado sus ojos a la oscuridad de la sala y de la escena en pantalla. Habían aterrizado en la esquina de uno de los pasillos laterales, y al comenzar a distinguir el cine a rebosar, les entró un pasmo, una risa y una sensación de incredulidad de veintiocho de diciembre impresionantes. No daban crédito; no podían haberse multiplicado de forma exponencial los “salidos” en esta ciudad. Sólo dos de ellos cayeron en ese instante en la cuenta de la confusión, pero la prisa por esconderse en alguna butaca libre, el cachondeo que se llevaba el resto al comprobar la desinhibición milagrosa y general de la feligresía, y la casualidad de que todo el cine andaba revuelto por la escena de la pantalla, todo esto junto y conjugado, hizo que la confusión entre los adolescentes fuera mayúscula. Pudo acomodarse todo el grupo junto, en una de las primeras filas, y tanto los advertidos del error de cartelera, como los muy confundidos por lo kafkiano de la situación no cejaban en la risotada tonta e indomable. El resto de la sala acompañaba y no le iba a la cola, y parecía que desternillándose se desmontarían a cachos, con lo que en la pantalla sucedía a la luz de una gran Estrella... Los seis o siete magníficos, integrados ya del todo sus ojos a la penumbra mágica del cine, con sus cazadoras, trencas y tabardos a sus faldas, no dejaban de mirarse unos a otros cual grupo de confundidas lechuzas; de mirarse y de descojonarse. Los avisados desde el principio, porque eran superados por la risa tonta generada por el cúmulo de tan simpáticas casualidades, y los demás, porque seguían sin poder explicarse nada; pues cómo, entre tanto barullo, sorpresa y estupefacción, sobre todo entre éstos últimos, podían digerir la adoración de los Reyes Magos al Niño Dios, versionada por Los Monty Python en La vida de Brian.



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    ©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)

        diciembre de 2014




LA VIDA DE BRIAN---------->>>



domingo, 19 de octubre de 2014

Arte en la amanecida.

               


El hecho de poder escribir un relato en tercera persona es uno de los logros más sublimes de la Humanidad, tanto, como lo que supuso el tránsito de "El Elefante"entre las iras y las tiras del periódico de trasantier y el cuatro #4# capas de Scottex.






                     Amanecerá Dios y medraremos


                    … nunca cierro los labios cuando he abierto mi pecho.

                                                                                                                                                   Dickens


El maldito reloj interior, amén de su próstata sobredimensionada ya -rondaba los cincuenta-, le hicieron abrir sus ojos, ponerse sus perennes gafas, calzarse sus chanclas eternas en verano y dirigirse con mucho sigilo, para no molestar el bendito sueño de Mau, hacia el baño más alejado del dormitorio. Allí le esperaba Roca: loza lechosa, dichosa y testigo siempre al amanecer del semblante inefable de alivio de Lalo. Era el primer momento de indecisión del día, pues dudaba si apuntar hacia el agua remansada en el fondo con el consiguiente ruidito, o hacia la loza con sus salpicones tan monos y desagradables; solía ganar la opción intermedia, al fin y al cabo, no hacer ruido con la cisterna era también complicado, y limpiar un poco el reborde de la taza era asimismo asaz obligado, pues si la anterior visita al señor Roca había sido la de su adolescente, indolente y a ratos zangolotino hijo, éste no era siempre tan escrupuloso como el padre. Mientras que con su trocito de higiénico sacaba brillo hasta a las bisagras cromadas de la tapa, cavilaba que todo esto era preferible a la mariconada de mear sentado tan asentada en otras latitudes. "¡Qué suerte ser meridional a todo trapo!", exclamó para su capote Lalo, a la vez que se congratulaba..., dándole con brío al pulsador de la cisterna.

Lavadita de manos, gafas y cara; el día había comenzado para una persona que en cualquier nimiedad había aprendido a ver y sentir el milagro, si no de la vida, sí de estar vivo, muy vivo.

Alzar la persiana del salón era el segundo reto que le afanaba contra los decibelios. Una casa al amanecer es como la caja de una guitarra española cuando se roza su cuerda más grave: cualquier tañidito sobre ésta causa gran resonancia. Despacito subía la persiana; la corredera de cristal era su aliada, ésta sonaba poco. Listo; acceso libre a la terraza y al jardín, su otro gran amor.

Lalo no encontrará nunca explicación al hecho de quedarse pausado, pasmado, extasiado durante largos minutos en el jardín de su casa al amanecer. Se recrea en el tomo que ha cogido la grama después de tanto cortarla, regarla, abonarla y vuelva usted a empezar. Conscientemente no relaciona la simpatía que siente hacia los bordes cortados casi con regla y el verdor rayando la negrura de su pradera; no asocia la voluntad de perfección que lleva él con su jardín, con la voluntad de poder de la grama. Lalo y la grama están tan bien avenidos, como un padre esforzado viendo a su hijo rebelde hecho un hombre cabal al paso de los años. El arte de su jardín era una forma de expresar su propia vida. Se sentía fuerte y salvaje como los brotes en mayo de grama, buganvilla y pitosporo, pero los límites de esta brutal fortaleza estaban limados por su sentido de comunidad, traducido en su vida...por su familia. Ésta era para él, lo que la tijera de podar y el cortacésped eran para su jardín...

A su mente aún legañosa le vino las palabras del maestro Ortega: “He reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe”. De pie en la terraza, observando en el horizonte los largos dedos azafranados de la aurora desperezándose, hizo buena la frase de su amigo Santayana: “La vida consciente es un sueño controlado”. Giró ciento ochenta y un grados sobre sus talones y se recreó ahora en la visión del apartamento bajo con jardín; éste había sido el sueño hecho ladrillo, cemento, aluminio y cristal, de él y de Mau. Lalo había sabido llevar al terreno de sus gustos a su mujer. El Mar le atraía, le llamaba, le susurraba; la afición la sentía no por el mar en su totalidad, no por su bastedad, no por lo lacónico y lo bucólico de él; tampoco por aspectos por decirlo de algún modo más mundanos, como deportes náuticos o similares; ni tan siquiera se sentía abrumado por las duras profesiones relacionadas con el piélago, tal como su buen amigo Lucrecio, siglos antes, había sabido plasmar como nadie: “Es dulce, cuando sobre el vasto mar los vientos revuelven las olas, contemplar desde tierra el penoso trabajo de otro; no porque ver a uno sufrir nos dé placer y contento, sino porque es dulce considerar de qué males te eximes.” Su amor por él estaría definido como algo complejo; compuesto -por un lado- de un sentimiento irracional e innato que lo avasallaba, y -de otra parte- por un ambiente, sí, como suena, un ambiente; como el que pudiera darse en la barra del bar de un cine de verano cuando cortan la película, no siendo este el caso. El entorno que lo imantaba era limitado, y por ende medible y asequible para él; y le daban forma: la Orilla próxima y unas decenas de metros hacia la raya, hacia el horizonte; la Visión relajada de Lalo como observador situado al borde del mar -fuera éste de arena, cantos o roca- frente a la raya perfecta; y el Sonido de las olas al romper, bien fuese remansadamente en las finas arenas del Mediterráneo con el relajante siseo de sus cortos flujos y reflujos, o con el murmullo del aplauso que llega y se apaga en orillas soladas de conchas... Este era el entorno que lo imantaba.

Visiones y sonidos, por no hablar de olores y caricias de brisas sobre su piel. Si quisiéramos rematar el ambiente ensortijado por los cinco sentidos, sólo nos faltaría añadir el bote de cristal con su salmorejo en la neverita de playa, que no se sabe si con más asombro que envidia veían sacar los bañistas de alrededor. Todo estaba como codificado en él desde muy pequeño, desde que sus padres allá por los años sesenta le descubrieron veranos atestados de sol, playas y alegrías. Fueron aquellos periplos en el 600 desde la campiña sevillana hasta la Costa del Sol.

Lalo siempre sostenía que el gusto por paisajes y entornos de montañas e interior era un deleite impostado y traumático, en el sentido que allí donde no se viera uno rodeado por la inmensidad del Agua no se podría rememorar la entrañable sensación de seguridad del vientre materno, y menos aun los albores de nuestra existencia. La montaña y el interior le parecían duros; el mar, la mar, se le antojaba reconfortante. Era capaz de clasificar caracteres en base al gusto por el mar o por la montaña. Así pues, se podía ser dulce, melancólico, afable y sentimental; o bien rudo, realista, altivo, despegado… Esta reducción sobre la idea de: dime a cuántos kilómetros de la costa te sientes a gusto y te diré cómo eres, la fundaba en buena parte en lo dicho por su amigo Lao-Tse: “Lo blando vence a lo duro, lo débil vence a lo fuerte. Todo el mundo conoce esta verdad, pero nadie la practica.”… Ahondando aún más; relacionaba la montaña con la parte más primigenia y “dura” de nuestra mente, ese bulbo que nos emparienta con los reptiles. Así, que si te gustaba el ambiente serrano, tú serías una persona instintiva y poco sofisticada. Sin embargo, el mar lo relacionaba por su condición de mullido y acogedor con las esferas más modernas de nuestra mente, estando éstas en íntima relación con la parte más noble, creadora y abstracta de nosotros.

Cierto día, Santayana le espetó que su teoría era buena, pero que sin duda sería igual de gentil contada al revés. Él se molestó sobremanera y le rebatió argumentando...que si había visto a algún lagarto en una ciudad costera estremecerse delante de un Sorolla; Jorge Ruiz, de tapadillo, se sonrió por el desvarío, y le refutó de nuevo con aquello de: “un genuino amante de lo bello podría no entrar nunca en un museo”. A lo que Lalo prefirió no dar más réplica, y en un acto de simpático e íntimo desagravio tiró de la competencia, y muy para sus adentros recordó al gran Camus, ese otro gran enamorado del mar: “¡Gran mar, siempre trabajando, siempre virgen, mi religión con la noche! El mar nos lava y nos colma en sus surcos estériles. Nos libera y nos mantiene erguidos. A cada ola nos hace una promesa, siempre la misma. ¿Qué dice la ola? Si tuviera que morir, rodeado de frías montañas, ignorado del mundo, renegado por los míos, en fin, al cabo de mis fuerzas, el mar vendría a último momento a llenar mi celda, vendría a sostenerme por encima de mí mismo y a ayudarme a morir sin odio.”

La combinación de sol, brisas y baños, durante los largos días del estío, le servían para cargar las pilas de su salud. Se vanagloriaba durante el largo invierno viendo caer a su alrededor aquejados de resfriados a unos y otros, mientras él lucía lustroso e indemne haciendo gala de sus reservas veraniegas. Los baños de sol sin hacer herida; este era su lema y su medida. Hacía cruces sobre los salones de rayos uva, pues no entendía cómo el personal, si realmente gustaba de los favores del hermano Sol, no disponía de un cuarto de hora para tomarlo en la terraza o en la azotea de sus casas. Era el que más aplaudía la actitud de ingleses, alemanes y holandeses, viniéndose a vivir a las costas mediterráneas. Ellos sabían dónde estaba el tesoro y habían venido a buscarlo. Ellos hacían buena la frase de Meleagro de Gádara: “La única patria, extranjero, es el mundo en que vivimos; un único caos produjo a todos los mortales”; o aquella otra que llevaban grabadas las legiones romanas como carta de presentación: “ubi bene, ibi patria”, que al cambio venía a ser algo así como: allí dónde estoy bien, tengo mi patria.

Sólo con observar pasear a los guiris durante un día soleado de invierno en cualquier paseo marítimo…, eran de ver; si te cruzabas con ellos y les mantenías la mirada, te sonreían, te saludaban; sus ojos todos claros brillaban con la luz del agradecimiento, y la alegría de poder disfrutar y compartir el clima que la Providencia había puesto en estas latitudes. No sólo veías jubilados de países del norte como antaño, ahora se dejaban caer parejas jóvenes con sus retoños. ¿Dónde criar a la prole mejor que aquí?, pues en ningún sitio, se contestaba él mismo. Niños bien dotados genéticamente más sol meridional… ¡Con estos, con estos se tienen que mezclar los nuestros! Mientras hacía su cavilación eugenésica...una urraca se posó sobre la grama del jardín; esculcó, picoteó y, con sus andares como de niño embutido en saco de carreras, repitió la operación aquí y allí. Esta imagen le trajo otra de su infancia: los espurgabueyes sobre los lomos de los toros bravos en las dehesas de La Campiña sevillana. El sol del Sur había sido su vida hasta bien cumplido el cuarto de siglo. Sol rabioso; metido en vereda por tierras fértiles, envidiables, las cuales llenaban los graneros y las despensas de toda España.


¿Por qué el Sol estaba tan centrado en la vida de Lalo; por qué casi le obsesionaba? Él se decía que había hecho un ejercicio práctico y de justo reconocimiento sobre la figura del astro rey. Afirmaba que el noventa por ciento de la población mundial había desertado de su vinculación consciente con la Naturaleza, y por ende con su motor Helios. En las ciudades y pueblos de la Tierra, los paisanos en general no tenían ni noción ni tiempo para pensar sobre el hecho milagroso y misterioso de la salida y puesta del Sol. Para aquéllos, Éste se encontraba ahí de igual manera que la luz del frigorífico cuando se abría su puerta. Lalo, sin embargo, reconocía el gusto que tuvieron los pueblos ancestrales adorando al hermano Sol y la hermana Luna. Nuestros antepasados se postraron acongojados ante Éstos, pues eran conscientes de que si algún día el Sol tenía un desliz, un devaneo, y se le ocurría no salir..., sus cosechas y sus animales se harían hueros. Una semana de vacaciones del astro rey -noche profunda-, significaría la muerte por congelación; así estuvieran los del taparrabos a la sazón en el Sahara mismo. Lalo no era tan simple y pardillo como para reconocer que aquellos sentimientos y angustias no eran extrapolables a nuestros días; pues en general todos sabíamos que el hecho de que no saliera el Sol una jornada...era tan imposible como tirarle una piedra a la suegra y que el chinote se desviase y apareciese en la luna. No, lo chocante para él, era que el personal no reflexionase nada sobre el Misterio que había encerrado en toda la naturaleza. Este hecho era para Lalo el síntoma inequívoco del endiosamiento, la vanidad, el orgullo mal entendido y la autosuficiencia del hombre “moderno”. Para él, Dios estaba en la fuerza de la gravedad; en el hierro que compartíamos las estrellas, el corazón de la Tierra y nuestra propia sangre; en la distancia justa que separaba el Planeta Azul del Sol, y que permitía la Vida. En última instancia, Dios, El Misterio, se encontraba en la descarga de sus neuronas que hacía posible estos pensamientos. El Misterio, para Lalo, era algo hermoso que se nos había dado; pensaba que quien no era capaz de asombrarse, de maravillarse y de saberse retirar a ratos de la lógica y la razón a ultranza..., estaba muerto en vida… Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que pa juntar moscas…; no era suya la frase, era del Maestro Borges…

En el achantarse, en el quedarse sin aliento y sin respuesta ante la última causa sin explicación, aquí encontraba Lalo la clave para ahondar en cualquier pensamiento transcendente o sentimiento religioso. Un acto de fe, religioso o no, tenía para él la fuerza y lo reconfortante de saberse grande por tantas respuestas para millones de cosas, pero estaba y se sentía exento de darle cuerpo al postrero motivo y fundamento, al último por qué..., para lo cual bastaba un: sí..., creo. Este tipo de exención estaba ligado a su vida no sólo para actos de fe, religiosos o no, sino para las promesas, los votos.

El ejemplo más claro era su Familia. Si se había comprometido con ella, ¡qué más daban los altibajos sentimentales, emocionales y económicos! Su fuerza y su confort apuntaban en este sentido: podría haber mil explicaciones para variaciones en las emociones y sentimientos, pero había un núcleo duro exento de toda mudanza; estaba a salvo por una fórmula mágica: , Quiero.

Para él, esta forma de pensar no estaba fundada en ninguna mojigatería, menos aún en una concepción afectada de romanticismo. El amor en lata al estilo Hollywood era la antítesis de su vida, pues estaba convencido que lo romántico al estar afectado por la pasión era un amor sembrado de dudas. Expresiones tales como incompatibilidad de caracteres o se les acabó el amor de tanto usarlo, le repateaban el hígado, y algo más…


Ser amigo de Chesterton era muchísimo más complicado que serlo de la pose profesional de Jorge Javier Vázquez, y no podía por menos que acordarse del primero: “Si los americanos pueden divorciarse por (incompatibilidad de temperamentos) no puedo entender por qué no están todos divorciados. He conocido muchos matrimonios felices, pero nunca uno compatible. La idea del matrimonio es luchar y sobrevivir el instante en el que la incompatibilidad se hace incuestionable. Porque un hombre y una mujer, en cuanto tales, son incompatibles”.

A Lalo le gustaba enlazar estos pensamientos y a la vez relacionarlos. El Arte era para él el epítome perfecto, así como la encarnación de esta forma suya un poco peregrina de pensar. El sentir popular nos decía que la obra artística era fruto de las musas, de la inspiración que viene y va caprichosamente. Él estaba convencido de todo lo contrario; y cuando observaba la fiesta del pan de Sorolla, lo que principalmente alimentaban sus entendederas eran pensamientos sobre el frío o el calor sufrido por el valenciano mientras pintaba por La Mancha; el peso descomunal de esos marcos y bastidores, o si el mecenas de Nueva York pagaría en forma y fecha el trabajo realizado.

Disfrutaba Lalo viendo en el Arte en general salidas tangibles y, a la vez, sublimes de su modo de pensar. Si el mundo artístico en todas sus facetas estaba afectado en muchas ocasiones por una pátina de esnobismo y superficialidad, él sabía que rascando esta pelusilla siempre aparecería aquello con lo que se identificaba y se fundía: la parte de la férrea voluntad humana que cual mano divina rompía e interpretaba a la Naturaleza; y aquello que una vez leyó, y que por muchas vueltas que ahora le daba no sabía a quien endosárselo…: que el Arte comenzaba allí...donde la razón no encontraba más explicaciones. Esto último, y esenciado en la sonrisa de la Gioconda, era lo que a él le encandilaba y hermanaba directamente con el hecho de caer de bruces ante el Misterio.

El no saber reconocer y apreciar todo lo anterior de forma consciente, había despertado partes de nuestra mente menos aparentes y escondidas, pero presentes con gran fuerza; partes que arremetían desde el sótano, desde la inmensidad oceánica del subconsciente colectivo. Eran fuerzas que reclamaban que no era bueno el estar solo; predicaban angustiosamente sin ser oídas, que humillarse ante la última pregunta sin respuesta no era necesariamente propio de seres inferiores e incompletos. Estos Tótems arremetedores, profundos y ávidos de ser alimentados, eran contestados por nosotros con actitudes acomplejadas y descafeinadas; intentábamos entretenerlos y disiparlos con cachivaches de soberado que nunca saciaban las Necesidades Arcaicas. Con el fin de contrarrestar Afirmaciones tan molestas como lo Misterioso, o los grandes compromisos de la vida que intentaban fluir desde el fondo de nuestras mentes, nos habíamos sacado de la manga muletillas para torear tremendo Toro, tales como pseudo religiones -ecología-ecolatría-, tomadas de forma radical, con las que sólo acariciábamos la cerviz del Animal. En otras ocasiones, amansábamos y anestesiábamos a la Bestia con el simple acto de consumir, consumir y consumir…

Evocó a Savater, y le sacó del apuro en esta ocasión: “…la ecolatría se ha convertido en el dogma pintiparado de beatos sin fe transcendente y comunistas sin comunismo…” Era de ver la manía ecológica: había que separar la etiqueta de papel del bote de cristal, no fuésemos a dañar el entorno, el ecosistema, la sostenibilidad… Yo reciclo, ergo duermo tranquilo. Era: ¡reciclen coño, y sálvense, Ar!

Para Lalo, las modas medioambientales, las pseudo religiones ecológicas e incluso la monomanía consumista, no eran más que neurosis mal resueltas, causadas por todo lo que había reflexionado con anterioridad. Eran malas soluciones o soluciones a medias, evitando afrontar el hecho sin complejos y con responsabilidad plena, de que los humanos éramos, de forma sanamente entendida, el súmmum de las especies en nuestro planeta. Teníamos ante la madre Tierra un deber cultural y estético; preservaríamos lo mejor que pudiésemos nuestro entorno; pero de este planteamiento, a la esclavitud de no probar la carne o sufrir por no ser escrupuloso con el uso de los cuatro contenedores de basura, iba el abismo que separaba su forma de pensar con la que reinaba, si no de forma generalizada, al menos sí a menudo. Empero, jilguero -caguernera en su tierra de adopción- que no le cantase durante tres o cuatro meses seguidos, era jilguero que se podía sentir en libertad: le abría la puerta de la jaula. Además, a la hora de cavilar sobre lo que se comería en su casa, prefería cocinar pollo o pescado, antes que lo que él llamaba nuestros hermanos los mamíferos. Conque Lalo, a su estrafalaria manera, también contaba con un corazoncito mini-ecológico.

Para él, quien mejor había expresado parte de todo este tótum revolútum, de este batiburrillo de pensamientos sentidos y sentimientos pensados, había sido su gran amigo Albert Camus: “He aquí también unos árboles cuya aspereza conozco, y un agua que saboreo. Estos perfumes de hierba y de estrellas, la noche, ciertos crepúsculos en que el corazón se dilata: ¿cómo negaría este mundo cuya potencia y cuyas fuerzas experimento? Sin embargo, toda la ciencia de esta tierra no me dará nada que pueda asegurarme que este mundo es mío. Me lo describís y me enseñáis a clasificarlo. Me enumeráis sus leyes y en mi sed de saber consiento en que sean ciertas. Desmontáis su mecanismo y mi esperanza aumenta. En último término, me enseñáis que este universo prestigioso y abigarrado se reduce al átomo y que el átomo mismo se reduce a electrón. Todo esto está bien y espero que continuéis. Pero me habláis de un invisible sistema planetario en el que los electrones gravitan alrededor del núcleo. Me explicáis este mundo con una imagen. Reconozco entonces que habéis ido a parar a la poesía: no conoceré nunca.”

¿Lalo estaba lelo? No. Simplemente, a tan intempestiva hora, resguardado sólo un poco en la terraza del jardín, era víctima de ese pico de baja temperatura que se da justo antes de la salida del sol. Sus pensamientos no es que estuvieran ateridos a aquella hora, sin embargo le faltaban la calidez y claridad que el paso del día, quizás, le irían dando. Todavía el cielo de la Marina Alta -su universo, su mundo- no se había incendiado, pero antes de desayunar quería seguir siendo pirómano de los tiempos que le había tocado vivir. ¿Eran acaso éstos muy diferentes a otros pasados o venideros? Él tenía claro que a grandes brochazos, no..., ¿o a lo mejor sí? Grandezas y miserias habían sido calcos unas de otras, tiempo tras tiempo. Cambiaban los personajes, pero el escenario -la condición humana- siempre se repetía…: de igual manera que la sonrisa maliciosa de las azafatas al soplar por el tubito del chaleco salvavidas...

Estas cavilaciones y supuestos tan variados y de distinto pelaje; este gusto por desempolvarlos; y bruñir ideas y actitudes ante la vida, un rato antes de darle banderazo de salida al día, y presto a honrarlo, tenían para Lalo Monje un fuerte simbolismo. Además, le gustaba presentarse ante las siguientes veinticuatro horas, habiendo hecho un repaso del camino recorrido hasta el momento; y más que del camino, de las piedras de éste, del momento y circunstancias de su vida en que tropezó, de cómo consiguió reponerse…, y lo más importante: recrearse con las canas galardonadas en cada embate, y con el hombre renovado y sus vicisitudes que iba surgiendo al paso por la vida. Pensó el madrugador anfitrión, minutos antes del fogonazo de la amanecida, que las visitas veraniegas, del año en que había roto la cinta del medio siglo, deberían marcar un antes y un después en su existir, si no, ¿qué le quedaría que contar a sus nietos sobre el estreno de esta su próxima media centuria?… El simple hecho de contemplarse en medio de su jardín, de pie, amaneciendo en ese retiro que se habían construido Mau y él para gozo y solaz de todos los que por allí caían, era motivo suficiente de satisfacción en aquella primera jornada que abría la temporada.

Lalo estaba listo; los azúcares en sangre le pedían, le suplicaban que ¡ya estaba bien!, las neuronas más mojigatas y nenazas le amenazaban con no enlazar más sus malos o peores pensamientos; pero él, fiel a su desvarío, quiso homenajear en un último esfuerzo todo lo anteriormente relacionado; deseó brindar por él mismo y por Mau Persán. Primero, con un aviso para navegantes -del Dr. Johnson- que decía algo parecido a: “…miserable en demasía, desgraciada es aquella pareja que se ve condenada a reducir de antemano a los principios de la razón abstracta (bla, bla, bla, bla…) todos los detalles de la vida doméstica, un día tras otro. Hay casos en los que puede decirse muy poco y hacerse mucho”.

Segundo, con la modesta, prosaica y rabiosa poesía de su querido London: “… allí, a causa de su sencillez elemental, no tuvo inconveniente en casarse con una mujer indígena. Fue feliz, y en la dicha de su vida matrimonial se ahorró los deseos, vehemencias e inquietudes que amargan, como si fueran una maldición, la existencia de otros hombres más aburridos y complicados, que les impiden realizar tranquilamente sus trabajos y deberes y terminan por absorberles el seso y hacerles esclavos de sus preocupaciones.”

Entendió finalmente, unos segundos antes de fundirse la aurora, que si no poseía esta capacidad para concentrarse y para estar solo, no tendría la habilidad suficiente para merecer el cariño de los suyos, porque personas siempre juntas de forma empalagosa, transparentaban una relación en cierta manera parásita y con poca hondura. La moraleja en forma de contradicción le decía: saber estar solo para desde la autoconfianza y la fe en uno mismo darse a los demás. Y así, Lalo quiso hacer bueno al buenísimo de Lao-Tse, cuando se refirió a que las palabras que son estrictamente verdaderas parecen ser paradójicas; o al otro que dijo...que todo tiende hacia su contrario.

El Sol, tras haber arropado definitivamente al alba y superando la montera de nubes soldadas al horizonte, le hizo reaccionar del resplandor. El Cocinero estaba lleno de rituales, bueno, eran éstos los que contemplaban su vida. Hacía treinta y tres minutos y medio que, como soldado en garita de guardia, plantaba su figura sobre su jardín; si algún inquilino más de los apartamentos hubiera tenido la sana costumbre de levantarse al amanecer, se hubiese preocupado por tener un vecino autista. Pero no, su aparente ausencia no era más que el envoltorio de su estado reflexivo y aún somnoliento, al no haber tomado todavía su Nescafé y su par de tostadas.

El desayuno era un momento perfecto para él; era la comida que nutría su cuota, si no de soledad deseada, al menos de intimidad para morder y sorber a su gusto; además, qué mejor que estar solo en esos primeros bocados de la mañana...en los que uno no acaba de ser persona del todo hasta que la cafeína le despabila. El tener el café y las tostadas en todo momento calientes le hacían permanecer de pie, lo que no era síntoma de precipitación y rapidez, sino condición indispensable para añadir un poco más de leche caliente al tazón por cada sorbo dado, e ir sacando el pan de la tostadora por tandas. Lalo era un sibarita-gárrulo; no necesitaba desayunar con 5J pero sí hacerle alegrías al pan antes de meterlo en la tostadora y comérselo bien calentito. Con el último sorbo de café se tomaba la cápsula de Permixón, y siempre acudía a su cabeza el chiste del medicamento... Cuando alguien le preguntaba que por qué tomaba “eso”, él siempre contestaba...que el urólogo le había diagnosticado sobredimensión generalizada de órganos...de cintura para abajo…; y aquí venían las risitas, claro.

   




sobre los textos
©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)
    octubre de 2014



Y de Regalo...

Antonio siempre...


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jueves, 9 de octubre de 2014

Amor se escribe con H ¡¡ SÍ, con hache !!




                                                 




Amor se escribe con H ¡ SÍ, con hache !



Aquel año se sabía que era otoño mirando el almanaque, pero sólo por eso. Los termómetros durante las noches no cejaban, y forcejeaban con el: <<¡¡ Nunca por debajo de los 24ºC !!>>. Los grillos --esos señores músicos siempre de impecable frac-- continuaban con sus contratos de temporada en vigor; y las chicharras acordaron acordarse para el año siguiente de que no estridularían ni una peonada más de noventa..., computadas a partir de san Luis Gonzaga. Los jazmines y damas de noche estiraban de modo dulzón y embriagador el estío, que con tenacidad se resistía a pasarle el testigo a su hermano el otoño, más apacible y menos plúmbeo ya.

  • ¿Te has fijado!... ¿Dónde se habrá metido el tan cacareado y templado otoño! --El escenario y la tramoya de fondo de esta conversación se daban en el corazón de un patio de primaria, en la capital del Turia, atestado de enanos cabezones y de maestros que no daban abasto.

  • ¿Tú crees, nena, que si llamamos a Benidorm tendrán alguna habitación a precio razonable... para este finde?

  • Yo creo que la temporada media comienza pasado este puente... Pero seguro que hay consideración... ¿Cuántos fines de semana de los desolados inviernos les hemos dado calor y ocupado sus estancias?... ¡¡¡ Dime!!!

  • ¡Cierto! ¡Pierde cuidado! Yo llamaré a Mariví cuando salgamos a mediodía ; a ver si tenemos de nuevo la suerte de cara y la pillo de tardes en la recepción del hotel.

  • ¡Ay Mariví, Mariví! Ella fue la primera que notó lo nuestro durante aquella escapada furtiva que hicimos hace ya... ni me acuerdo los años.

  • ¡Pesadita que eres cuando te pones ñoña, Helena! ¿Quieres hacer el favor de no hacer manitas conmigo, aunque sea con disimulo, aquí en medio del patio y de todos?

Poseían estas dos Personas vidas que circulaban por vías paralelas; y consideraban que sólo tenían derecho a intercalarse y entremezclarse en recónditos apeaderos. Lugares alejados de toda convención y explicación alguna.

Una, vivía con su madre; aquejada, ésta, de cierta mezcolanza de demencia senil con apellido teutón..., pero en sus estadios más tempranos y amables. De momento, la buena señora no pasaba de regar más de tres veces al día las flores de tela de los jarrones del salón comedor. Y de deshilvanar durante las mañanas la costura que con tanta dedicación y primor se había confeccionado durante la tarde del día anterior.
La otra persona que nos atañe, estaba felizmente pacíficamente divorciada desde hacía ya casi una década --cuando sus hijos, en la actualidad con veintitantos los dos, superaron una siempre complicada tardo adolescencia--. En este caso eran 3 en... 


                



Una vez más quiso la diosa Fortuna sonreírles durante cuarenta y tantas horas.
Condujo el automóvil en esta ocasión por la AP7 quien ganó la mano de piedra papel o tijera. Tijeras se alzó como vencedora una vez más... Era como una amable convención, para sellar y lacrar el respeto hacia la persona a la que menos le iba lo del volante por carretera. En el peaje, en el tiempo de la recogida del ticket, las manos tenían ya alas. Transmutadas por pares en manos nerviosas, presurosas y entresudadas, que hurgaban y necesitaban plasmar en carne amada y vivísima las ansias de tantísimo amor furtivo y aplacado.

Una vez atravesada la luminosa y espejada recepción del hotel de Benidorm, en el declinar de una espléndida y mediterránea media tarde de un muy prorrogado verano, Mariví --la recepcionista-- alumbró su mejor cara a la pareja amiga.


  • ¡¡¡ Ay H-H !!! Mi pareja favorita...

En una habitación altísima --que siempre siempre tocaba el Cielo-- y muy escogida, mecano de acero aluminio y cristal, con panorámicas a ese Mar que ha visto siempre amarse sin ambages ni moralinas a cientos de generaciones, esta pareja se deshizo de todo tipo de caretas. Entonces, todo se trenzó: bocas que ofrecían furiosas bienvenidas a desesperados alientos de vida plena, y que en sus impaciencias no hacían por desenlazarse ni un instante; manos jubilosas, estímulos acicates y arietes del gozo, hacedoras en un principio de trémulas caricias..., amasadoras a continuación de carnes sin vergüenzas y sin fronteras; cuerpos delirantes y con metrónomo, que conocieron una vez más horas eternas de flujos y reflujos.
Era justo, justo, la encarnación de un amor, con la concesión que Ellas habían querido y podido darle.




  • Cuánto te amo, Helia... --besándole los ojos.
  • Y yo a ti, Helena... ¡Y yo a ti, Helena! --devolviéndole la misma moneda.


                                     F I N



     





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            sobre los textos

     ©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)

         9 de octubre de 2014







viernes, 12 de septiembre de 2014

Las bicicletas son para el verano...












El Cocinero le explicó a la amiga de su mujer lo del erial a pastos: “generalmente, bastísimo terreno que por no ser productivo agrícolamente, y como consecuencia de ello, se trata de darle alguna salida económica con la incorporación de ganado”. Lo que deseaba resaltar era la idea de unas tierras agrestes abocadas a unos márgenes de maniobra estrechísimos... Esta era la gran diferencia que se empeñaba en recalcar con respecto a La Marina Alta.


  • Aquí, el hombre del siglo XXI, hecho de historia, empapado de naturaleza y circunstancias miles, se encuentra ante un terreno polivalente y escriturado a cachos de no más de una hectárea -un académico no habría estado más convencido que él.
  • ¿Cuánto ocupa una hectárea, Lalo?
  • ¿Pero tú no eres maestra; qué pasa con el sistema métrico decimal, eh?
  • Sí, de inglés, ¡qué pasa!
  • Perdona, perdona…, ya sé que tú te manejas en yardas y pies… Pues..., más o menos lo que ocupa la yerba de un campo de fútbol: cien por cien.
  • ¿Así son los terrenos aquí?
  • Unos con otros, sí –y continuó.


Competir con explotaciones medias de veinte hectáreas, sólo un poco más al sur de donde estamos, es harto complicado. Pero la magia de este sitio incluye su minifundio; y esta es la base para que la comarca se renueve una vez más a lo largo de su historia. Estos caminos por los que tan a gusto vamos en bici los soporta una tierra caliza que pide a gritos sus olivos, sus vides y sus almendros. Alguien vendrá que sepa sacarle punta a todo esto. Seguro, segurísimo”.

Mientras se aproximaban cada vez más a las rampitas en zigzag, que terminarían enlazando con la carretera de Jesús Pobre -abrazada y sombreada al atardecer por la molicie del Montgó-, Lalo avistó una parcela de viñas en espaldera. Dejaron las bicis a pie de vereda, sobre el improvisado parking de juncos, y se adentraron entre dos líneas de alambres. Allí, pisando terrones ocres más rojizos que el albero, que se desmoronaban por su oreo y tempero de recientes tormentas, Lalo, entusiasmado, le explicó a la maestra amiga la pericia y el gusto por la naturaleza puestos a disposición de tan antiquísimo cultivo.



El trechito que restaba hasta la carretera lo hicieron andando; asiendo sus bicis por el entronque del manillar. Belma se rindió contagiada por la vehemencia del Cocinero.



  • Es increíble Lalo, qué cantidad de racimos colgando de los alambres, perdón…, de la espaldera.
  • Y sin goteo a pie de viña.
  • ¿Por qué no me has dejado probarla? -inquiría ella.
  • Porque creo que no hay nada en el mundo que joda más al llauraor que le piquen la viña, además, no está madura del todo -sí lo estaba, en esto la engañó-; y tiene al menos restos de azufre del último tratamiento. ¿No te has dado cuenta del tonito blanquecino de la uva y de algunas hojas?
  • Podíamos haberla lavado con un poco de agua de los bidones…
  • Claro, y luego bebemos Mirinda de naranja... ¿No?
  • Oye..., ¿tú no conoces a nadie en el Ayuntamiento para explicarle todo lo que hoy estoy escuchando? A propósito, ¿a ti también te pedían una Mirinda para dos?...
  • Pero, ¿tú crees que te estoy descubriendo el misterio del asesinato de Kennedy?...
  • Pues a mí me parecen visionarios algunos aspectos que me explicas…
  • Ellos están pendientes del ochenta y seis por ciento que le da vida en la actualidad a todo este conjunto.
  • ¿De Maese ladrillo?
  • ¡Claro!..., pero aquí con muchos matices. No debe ser fácil resistirse al canto de sirenas generado por la marca Jávea-Xàbia.
  • Cuando te da por hablar para ti mismo, haces que me pierda…
  • A la vuelta, si no es muy tarde, nos recorreremos los seis kilómetros de playa; iremos desde la Cala del Pope a Cala Blanca; urbanísticamente es el cogollo de la ensenada, y observarás que todas las líneas de construcción paralelas a la costa no están edificadas a más de tres alturas en su conjunto. Eso es un milagro
  • ¡Oye!, que algún pirulí hay por ahí suelto, ¡eh, Lalo!
  • Ya…, pero...esos que tú dices son los brotes del descoque del final del franquismo. Aquí, en aquellos momentos, alguien tuvo visión de futuro… Eso no cuajó.
  • Me estás diciendo que no lo hacen del todo mal...
  • ¡Uy!, date un paseíto hacia el sur. Éstos, comparados con otras zonas turísticas..., son los Salomones del urbanismo.
  • Entonces… ¿Quién tiene que acabar de ver el atractivo y el potencial de todo lo que me estás mostrando esta tarde?... Y que tan en el aire parece estar.
  • Mujer, ya lo ha visto mucha gente. Esto no es un bloque de apartamentos que se coloca, en todos los sentidos, casi sin calentamiento de mollera allí donde se calcula será más rentable. Es un proceso mucho más lento, de decantación; te lo matizo un pelín mejor que hace un ratito.

Y prosiguió: “Todo esto que estamos viendo y pisando siempre estará aquí al servicio de los que tengan el placer de cuidarlo; de los que sepan valorar el entorno exclusivo en el que se asienta; de los que, en último término, no tengan que estar ya mirando de reojo todo el día el mercado de la uva y de la almendra, porque sepan darle valor añadido. Y me repito: si a cincuenta o a ciento cincuenta kilómetros de Jávea se cría uva de forma más rentable, habrá que vender la de aquí en un pack inseparable donde vaya la uva, los atardeceres del Montgó, las amanecidas sobre la bahía desde el Cabo de San Antonio, el pescaito en la cantina de la lonja, El Plá en mayo -cosido por sus caminos y recorrido en bici-, el centro histórico del Pueblo y...la mueca-sonrisa del inglés que se te cruza”…

  • … ¡¡¡En serio…, pásate por el Ayuntamiento, tío!!!…

Continuaron callados. Lalo no sabía si estaba del todo convencido sobre lo extensamente comentado con su amiga, o si lo que había hecho era más bien un ejercicio posibilista, y había trabajado más su buena voluntad para dar luz sobre los problemas de la comarca. Ella, por su parte, parecía asimilar tanto tema para un simple día de playa...





  • Me has engañado –le dijo Belma, ahora sí, más centrada en la clase agropecuaria.
  • ¿Mande?... –lo descolocó por completo.
  • No son pocas las parcelas que hemos visto abandonadas.
  • ¡Ahhh!..., ¡ya! -volvió Lalo a su "pantalla" Cicerone como Dios manda.
  • Son muchas las que estamos viendo por aquí... ¡¡Que voy aprendiendo, chaval!!
  • Pero a ti se te está quedando la visión más reciente que vas teniendo en tu retina. Hemos ido pasando de mejores terrenos con buena capacidad para ser regados, a parcelas más altas, más fraccionadas y de secano. Aquí es donde quiero ver yo a los registradores de la propiedad, a los carniceros y fontaneros venidos a más.
  • ¡Qué manía con los pobres Registradores!, ¿no?
  • ¡Coño, pobres! ¡¡Aquí..., aquí tienen que enterrar sus ahorritos!! No olvidarse de que sus Yayos les dieron sus carreras acarreando naranjas a los mayoristas de Burriana...y almendras para Jijona. Acordarse de la tierra; olvidarse un poco de los yates.
  • ¡Oye, tú! ¿Por qué tantísimo cartelito en ingles y en alemán?
  • Los xabieros están hermanados con los gabachos de Thiviers para despistar; es parte de su humor inglés. Para quienes los conocemos en el fondo de verdad, debieran estarlo con Londres o Edimburgo. Ni alemanes, ni holandeses, ni suizos, ni españoles; nada de nada, a ellos dales British, ¡¡mucho British!!
  • ¡Qué pasa!, ¿que los de aquí sólo pegan hebra con los ingleses, son almas gemelas, se confunden con la mirada?...
  • Son isleños...
  • ¿Isleños los de Jávea?... a ti la nostalgia de la Mirinda te está afectando, tío.
  • ¿No te has fijado al venir que, bien por la general o por la AP-7, tienes que morir en el desvío de ocho kilómetros que te trae hasta aquí?... ¡Y sólo hasta aquí!
  • …¡¿Y eso qué tiene que ver?! No te entiendo ahora, Lalo.
  • Esos ocho kilómetros, diez u once hasta la playa del arenal, son los que han forjado el carácter javiense. Esta tira de tierra a modo de córner, fuera de todo camino y travesía, es su particular Canal de La Mancha.
  • Y entonces..., los madrileños, los valencianos, los vascos que venís por aquí…
  • Nada, nada de nada; “soterrat de segona, ¡ché!”, veraneantes, gente que viene a ver el cambio de guardia, el Big Ben y se acabó ¡¡No más, créeme!!
  • Pero eso pasa en muchos lugares del mundo; es una actitud común, es...parte de la condición humana.
  • Sí y no... Aquí el que se asienta de verdad, quiere compromiso total con la causa. Sí, como lo oyes..., con la causa xabienc. Es...como una comunión entre el lugar que todo lo da y la persona agradecida de por vida con ello. Es un pacto secreto.
  • En serio Lalo, si estaba toda la comida muy buena; ahora te devuelvo yo la pregunta: ¿qué es lo que te ha sentado hoy mal?...
  • ¿Eres boba o qué?, la modorra, la hora de la siesta ya pasó; llevas muchos kilómetros para no despabilarte. ¿Tú crees que es lo mismo asentarse en Almonte que en Jávea?
  • ¿Mnnnm? -paró la bici de Lalo asiéndola por el sillín, y de forma estrábica le miró.
  • ¡A ver, a ver!... Enraízas en las Marismas... Te levantas por la mañana, abres la puerta de tu casa, y...qué.
  • ¡Qué de Qué!, Lalo Monje.
  • Pues que sales, y el horizonte no te lo rompe nada. Marisma, flamencos de todo pelaje y la primera línea…, la vanguardia del pinar. Se acabó, no atisbas más. Por otro lado, no pensarás que es lo mismo equidistar de Huelva y Sevilla que hacerlo de Valencia y Alicante.
  • Estás hablando en sentido figurado, Lalo... ¡No puedes estar tan abducido!
  • También estoy hablando en sentido figurado. Y estarlo no es tan malo. ¡Bip,bip!
  • Oye tío, refunda aquí el Patronato de Turismo… -y se morían de la risa en llegando al final del camino de grava.
  • ¡Mira!, el Stop del cruce. Si los de aquí y los que cruzaron el Canal de la Mancha para quedarse descubrieron el Universo xabiero, creyendo en él más que en la Libra esterlina; yo, y aunque sea a última hora de este día de agosto, te lo voy a mostrar. ¿Te quedan ganas y fuerzas para subir al Faro del Cabo de San Antonio?



El tramito por la carretera de Jesús Pobre lo hicieron en pertinente fila india. Dejó el cocinero que la maestra de inglés marcara el ritmo yendo ella la primera; cerró el pelotón de dos, y mientras que con un ojo admiraba la molicie del Montgó y con el otro la otra…; pensó...: que a ver por qué el capullito de Borges no había podido aguantar a una mujer tan buena y tan mala como todas las mujeres del mundo. Y que así como el cuchillo cebollero harto de trocear cebolla acaba romo y busca desesperadamente al afilador para continuar su misma faena, no entendía cómo -Borges- no había sido capaz de buscar, de inventar una historia que le afiliase su vida junto a Belma y sus tres Hijas.

Ella por su parte comprobaba cómo era cierto lo que su amigo le había asegurado justo antes de comenzar el paseo. “Aquí hay conciencia de bicicleta; todos se apartan más de un metro al adelantarte, a lo peor alguno del reparto con prisas…, pero en general, fíjate, ya verás”. Se sonrió a treinta y...siete kilómetros por hora, recordando la anécdota contada con el gracejo del Cocinero a cuento de lo anterior. “Pues no que un día el acompañante de una furgona se asoma por la ventanilla y me espeta con tonito cheli: os tenían que prohibir a vosotros y a vuestras bicisss” Y la respuesta sobre la marcha de Lalo “¡Los malos polvos, los malos polvos, son los que tenían que prohibir para que tú no estuvieras hoy aquí!”. Esta mínima minoría maleducada entre los del reparto, tenía -según su amigo- la misma percepción del metro y medio de distancia de seguridad en los adelantamientos...que de los pretendidos dieciocho centímetros de su propio… Recordó -sonriéndose- al hilo, también, lo que cruzando la urdimbre del Plá, antes de embocar el camino Cabanes, le había dicho sobre los equipos profesionales de ciclismo, y la elección de su stage invernal aquí en la comarca.

En su repaso acelerado sobre este fantástico paseo sólo le dio tiempo ya, antes de llegar a la Villa, de rememorar el momento en que pasaron por el barranc de Lluca, con sus muretes de tosca, sus cañaverales cobijando al camino y sus bancales de naranjos y de viñas. Y la pregunta que le hizo a su amigo “¿A qué me recuerda todo esto, Lalo?” Y la respuesta de él: “Pues a las películas que has visto de La Toscana o de la Provenza, ¡Niña!”. Llegaron a Jávea en un santiamén en cuestecita abajo. Dejaron las bicicletas muy cerca de la olivera, no se sabía cuantas veces centenaria. Y en el primer bar que se terció compraron litro y medio de agua -las Mirindas hacía tiempo que no se las servían- para completar los bidones…, y el resto al gañote.

  • Ve tú delante; no te asustes por este primer repecho hasta la primera rotonda, es engañoso; el resto nos lo comemos con papas, ¡¡Quilla!!
  • ¿Ponemos plato pequeño y piñón grande?
  • Muy bien, haciendo molinillo hasta La Ermita; allí cruzamos con precaución, echamos un último trago y nos hacemos del tirón los dos kilómetros hasta arriba.
  • ¿Sólo dos?...
  • Tchssshh... Aquí en Jávea es todo favorablemente...engañoso.

Belma coronó entusiasmada el altiplano. Los paseitos en bici por los jardines del cauce del nuevo Turia o las excursiones a las playas del Saler no tenían nada que ver con esto. Estaba dulcemente cansada; y la endorfina transmitía..., para que mujer, máquina y asfalto se retroalimentaran. Lalo en la cima impuso el ¡¡sooo!! Llanearon con alivio por la lengua estribada de Les Planes: esa larga prolongación oriental del Montgó a la que habían escalado -a modo de estrechita meseta e interminable corredor; y donde erguido, encopetado, resplandeciente y blanqueado de día, luminoso y cadencioso de noche, seguro, soberbio y muy por encima de todos, nos espera siempre impertérrito un amigo de la navegación...-. Antes de llegar al mirador del Faro se desviaron hacia el de Los Molinos. Lalo quería que su amiga se llevase desde la misma meseta una doble visión de la comarca. Asomados sobre las terrazas naturales le relató la historia de estos gigantes molineros -que en estos momentos a sus pies tenían- propulsados por el llebeig -aquella brisa endémica del suroeste milagrosamente refrescante-, y su relación con el pasado cerealístico de Jávea. Parecía que estuviesen en el pueblo de Sarita Montiel pero con unas impresionantes vistas al mediterráneo. Allí arriba se sintieron henchidos de todo; como las velas de antaño que ahora como hechizados admiraban.



  • Mira allá al fondo, en la linde del Plá. ¿Ves aquella parcela casi cuadrada que parece de oro? –continuó, didáctico, el Cuiner.
  • ¿Aquello no es un campo de futbol?
  • ¡Qué va, qué va!, si fuese eso lo veríamos desde aquí, tan altos como estamos y tan lejos como queda, muchísimo más pequeño. Es prácticamente el único cuadro de cereal que resta por los alrededores; lo bordeamos al principio del paseo por el Plá. En su día lo medí con la bici por curiosidad, y tiene aproximadamente entre cuatro y cinco hectáreas.
  • Entonces no. Ahí cabrían varios campos de futbol..., ¿verdad?
  • Claro…, para encontrarlo, tendríamos que buscar un cuadrado cuatro o cinco veces más pequeño que ese barbecho –puntualizó, proporcionalmente, Lalo.




Belma, a vista de gaviota, comenzó a entender muchos retazos de la entusiasmada perorata de su amigo durante la tarde. Lalo, lo último que dijo aquí en el mirador de Los Molinos, fue, que seguramente el dueño de esa parcela debería ser un castellanote con mucha morriña de trigo, que sí no, ¡de qué! El resto de la contemplación fue en silencio. Y hasta que Belma dijo: “¡Qué bonito, sigamos!”, a él le dio tiempo de rememorar las originales impresiones que tuvo...cuando por primera vez todo esto le fue revelado…

Los eternos, profundos y saturados Verdes del pinar de La Granadella y de los naranjos del Plá, lo transportaron, en su día, a la verdina -rebañada con maestría- del Belén de su infancia. El resto del envolvente paisaje, donde se inventariaban casas, iglesias, ermitas, espigones de puerto, montañas venidas desde muy lejos..., acercándose poco a poco en suaves planos sin estrépito y muriendo sin quejas donde todo nacía: en el mar; todo esto, ¿a qué se le pudo antojar a Lalo en su primigenia y bautismal visión, sino a los corchos del Nacimiento magistralmente dispuestos por aquellas blancas y hermosísimas manos de su madre? Si hubiese sido…, si hubiese ocurrido sólo esto en el principio de su Jávea, puede que ésta no le hubiese agarrado por dónde lo hizo para no soltarlo nunca jamás; pero no fue así. Al cocinero le fue desvelado todo. Desde arriba a vista de pájaro, desde abajo con ojos de labrador, a cotas intermedias, desde donde fuese. Allí donde le colocaran ese Universo, siempre acudía a su ánimo la misma cantinela:

Visión controlada del entorno con un simple golpe de vista.

Todos los horizontes abiertos y cercanamente referenciados, sin que se te echase nada encima -excepción hecha del Padre Montgo-; no haciéndote perder en lontananzas indescifrables –excepción hecha de que te embobases en la orilla frente al mar.

Tutela del Montgó a modo de revelación, como un intermediario entre el Misterio y nosotros; como Padre al que siempre se puede acudir con el único requisito y condición paternal desde la alborada de los tiempos: si yo te he mostrado el camino hacia el mundo, devuélveme esa forma productiva de cariño con el reconocimiento que yo me merezco.

Necesidad tan imperiosa como irracional de no querer ver ni desear ningún otro entorno más en tu vida. Emerson entendió a la perfección al Cuiner cuando escribió: “No tengo ninguna objeción grosera que oponer a la circunnavegación del globo, con fines de arte, de estudio y de benevolencia, siempre que el hombre se haya hecho primero casero y no vaya con la esperanza de encontrar en el Extranjero algo más grande que lo que conoce. El que viaja para entretenerse o para conseguir algo que no lleva consigo, viaja de sí mismo y se envejece, aunque sea joven, entre cosas viejas. En Tebas, en Palmira, su voluntad y su mente han envejecido y se han dilapidado como ellas. Él lleva ruinas a las ruinas”…

Y la inefable y derivada alegría de todo lo anterior, plasmada en el hecho de vivir entre las separadas mecedoras, o cunas, de la Granadella y Les Planes.

Y la última sensación, si cabe, provocada en él por Xàbia, y que le gustaba definir aún más gráficamente; era aquella, en la que encontrándose en cualquier punto de la ensenada cercano a la orilla del mar, tenía la impresión de que todos los amables paisajes de la contornada, que en suaves planos inclinados se le aproximaban -y viéndolos a él maravillarse por el espectáculo que le mostraban-, se ponían a aplaudirle. Más gráfico todavía: aseguraba sentirse en medio del escenario, al aire libre, de un anfiteatro con suaves gradas y vacío de público, y de pronto todo lo que le rodeaba, es decir: el escenario donde se hallaba, las accesibles gradas, los pasillos de éstas, los vomitorios y el mismo cielo; todos juntos se ponían a jalear y a vitorearlo… Muchos a quienes intentó explicarles todas estas sensaciones...le llegaron a decir que si estaba fumao, a lo que él siempre contestaba que no, que “pa qué”…, si ya estoy en Jávea...

  • ¡Qué bonito, sigamos!




Las últimas pedaladas por la calzada de Les Planes dieron paso a la visión paulatina del torreón del Faro -con su cámara de servicio en la copa-, frente por frente, en el mismísimo punto de mira del manillar con la carretera. No hacía falta llegar hasta él; la terraza definitiva, el mirador del Faro de San Antonio, se encontraba unos metros antes que la señal marítima y sus dependencias; hoy deshabitadas, otrora vividas por los fareros y sus familias.

Abandonaron las bicis en un gesto entre parsimonioso y derrengado.

  • ¿Así…, no pasa nada?...
  • Aquí tampoco roban; tenemos Cuartel de La Guardia Civil.
  • ¡Jo con tu Jávea!... Tú debes estar pagado por alguien de aquí... ¡Vamos!
  • Desde que nuestras narices están por encima del metro cincuenta del suelo, el instinto de territorialidad se lo tenemos diferido a nuestros perros. Los que aposentamos aquí nuestro culo somos tremendamente sensibles con el instinto de ubicuidad... Ocupamos un lugar, y presumimos de haber llegado antes de que otro nos lo quite…


No dio tiempo para más duelo de ocurrencias. A la otra punta del altiplano, unas nubes a modo de montera, más bien de boinas superpuestas en la cima del Montgó, les hicieron de improvisada sombrilla en el declinar de la tarde. El sol, cansado de toda la jornada, empopaba a la bahía. Belma pretendía asomarse sin más; Lalo se lo impidió. Antes le mostraría la vertiente Norte de la lengua de granito; quería que notase el contraste, la paradoja encerrada entre las dos caras. A tramontana sólo era visible Nuestro Mar; no era poca la bastedad de la imagen a ciento sesenta metros y medio sobre las olas, con acantilados sobrecogedores, desplomados, imposibles; responsables de la batalla de titanes que suponía combatir los temporales del Norte... Al otro lado el Mediodía, el Sur que siempre invita con desparpajo. Por aquí, la caída era tan bondadosa como la misma ensenada. Ahora Sí. Belma se asomó…

Desde allí, y ahora de forma definitiva, fue testigo de todo lo que con palabras su amigo le había intentado explicar durante esa tarde de agosto; a veces con vehemencias; entre bromas y chanzas -que suelen ser en estas ocasiones buenas maestras- la mayor parte del tiempo. El marco del Universo Xabienc le fue desvelado; Lalo, aunque de ascendencia andaluza, por una vez en su vida no ejerció la exageración.



No había discontinuidades; nada que hiriese al paisaje. La observación podía hacerse tanto desde el mar hacia las montañas, como desde las más alejadas crestas de otras sierras al Mediterráneo; y en uno y otro caso, el tránsito en cualquier cambio de decorado o diferencia de cota se nos antojaba siempre amable, sin estridencias, asequible y relajante para nuestra mirada. Allá al fondo, la otra punta de la ensenada..., el Cabo de San Martín; todo lo recogía el cuadro con una belleza demoledora, salvaje y sin par.

En este momento Belma comprendió, desde la pesadez del marido de Mau...hasta el por qué unos cruzaron El Canal viniendo desde tan lejos, y otros se negaban a vadearlo estando y teniéndolo tan cerca…

  • ¿Está tocado por los Dioses el rincón?..., ¿¡o no, Belma!?

            sobre los textos

     ©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)

         setiembre de 2014