miércoles, 26 de marzo de 2014

¡¡¡ Putas Drogas !!!... ¿¿ putas drogas ??...




Pues no que a este señor que tengo aquí contratado para las cositas del blog, le ha dado hoy por escribir de esta guisa tan mona...






"" Ser Buenos Padres ¡huuu! ¡huuu! es, y significa, tener predicamento con los hijos; que no chirríe el discurso endosado... con lo vivido bajo el techo del Hogar, así como bajo el sol y las estrellas también. Es pecar si cabe de antipático con los hijos, antes que hacerlo de colega o tipo guay. La tarea del buen padre finaliza al tiempo que puede desaparecer de nuestros labios la palabra NO. Éste debería ser el vocablo sagrado de la Educación, como lo es Amén para los cristianos. Con seguridad que es el monosílabo más antipático que existe siendo esta última cualidad a menudo garantía de éxito: F.F. Gómez, C.J. Cela, Paco Umbral…, tanto para el que lo ha de mantener erguido y sin desfallecer en el tiempo, como para el que lo soporta. Y todos -¡ojito!- sin acudir al cuchillero de la cocina; ¡vamos!, ni tan siquiera mirar de reojo ese romo trozo de acero oxidable y embotado que no es ya capaz de cortar ni un taco de margarina.

El arte del NO, reside en que no es NO a todo; que no es lo mismo que mantenerse firmes en el NO siempre a lo que siempre es NO. No vale coger un cabreo del siete cuando “acogemos” a nuestro hijo a las cinco de la mañana, de un weekend, con los ojos vidriosos y la risa tonta; y al siguiente sábado, y en similares circunstancias, hacer la vista gorda cuando lo observamos de espalda asaltando la nevera, y sabiendo nosotros positivamente que la hierba es la responsable de que el lunes el Mercadona del barrio comience bien la semana a costa de nuestra agredida y destartalada nevera.

El que un joven comience a tomar drogas y luego haga hábito es un tema tan complejo, como saber la forma o el dibujo de una nube sobre Betanzos el catorce de enero de dos mil sesenta y nueve. Sin embargo, poniendo un poco de esmero en el estudio de los datos recogidos año tras año, sabremos vaticinar, no el dibujo exacto del nubarrón que acechará el día de marras, pero sí, que esa jornada estará inmersa en una época de lluvias en la siempre lluviosa Galicia.

No ha nacido padre, aún, que habiéndole dado la comadrona a su hijo recién nacido y arropado, haya tenido una visión de la criatura en el futuro con una aguja clavada en el antebrazo. Otro supuesto descartado para todo pelaje de padres, es aquel que discrimina entre futuro halagüeño y/o patético porvenir para uno u otro de la prole. Siempre, siempre, esperamos lo mejor para todos..., absolutamente todos nuestros hijos. Sin embargo, tan capaces como somos para la previsión y el pronóstico en múltiples campos, ¿cómo tenemos tan abandonada una simple proyección a groso modo sobre el futuro de algo que se supone es importantísimo en nuestras vidas? ¿Qué ocurre? ¿Por qué acaban drogándose muchos de nuestros jóvenes?, y, ¿por qué unos hermanos lo hacen…, y a otros ni se les pasa por la imaginación?

En realidad, habría que desvestir al travestido Coco de la droga; quitarle el disfraz de monstruo y dejarle en pelota picá... Para una persona que toda la desinhibición que necesita en su vida viene dada por el alcohol que pueda tomar en bodas, bautizos, reuniones familiares y amistosas varias, amén de las fiestas de su pueblo aparte del tercio de cerveza o vaso de vino que tan gustosamente nos tomamos a diario; pues bien, una persona tan normal como ésta, se quedaría tan campante y sin inmutarse ante la presencia de tres tacos: uno de cocaína, otro de heroína y el último de madera conglomerada ni tan siquiera caoba, vaya por Dios. Esta es la prueba fehaciente de que las tres cosas significan lo mismo para aquel que no necesita en su vida hacer escapismo, estar todo el santo día al escondite, liquidar preocupaciones y temores al estilo avestruz y quedando de paso con el culito al aire, fumarse y aletargarse, o en el caso de la cocaína exaltarse en otro yo.


Y casi sin darnos cuenta estamos cayendo en la trampa de los apologistas de la libertad acérrima en el mundo de la droga. Ahora sí que comenzamos a hacer inmersión en este calvario. Para éstos, la heroína y todas sus primas y hermanas han de ser contempladas fríamente: como cuando nos acercamos al arcón de congelados del supermercado para elegir taco de espinacas enteras o troceadas. ¡Pero no señores!, eso no se lo creen ustedes ni jartos de espinacas o de la yerba que más les guste. Nuestros hijos menores de edad no acuden al arcón de los congelados para evadirse peligrosamente, acuden a Falcón, el halcón del barrio…

Ustedes nos dicen que nuestros hijos responsabilidad nuestra son, y cierto es. Precisamente por esta razón nos complacería no tener que seguirlos, cuando atrás dejan la puerta de nuestros hogares, como sabuesos rastreadores. Y es en esto en lo que al final nos convertimos, sabedores de que en cualquier esquina, barucho, discoteca o salida de colegio andan mercando estupefacientes. La premisa del taco de madera, heroína, cocaína, hachís o espinacas, todos colocados en la misma aséptica y fría línea de salida, está muy bien argumentada en el momento que se enfoca hacia seres libres, formados o no, y mayores de edad. Conque nuestros hijos, aún por cuajar, tienen que ser defendidos. Ustedes continúan diciéndonos que si los estupefacientes estuviesen regulados y legalizados no existiría el problema de salud pública y económico en que se han convertido. Que el corte de la droga es lo que envenena; que el quince por ciento de pureza al precio endemoniado del mercado negro es lo que nos vuelve los forros de nuestros bolsillos. ¿Ustedes pretenden insinuarnos que dosis purísimas y baratísimas alegrarían los días y, sobre todo, las noches de padres atribulados con sus hijos? Y con más razón que un santo con razón, nos vuelven a abofetear con aquello de: sus hijos, su responsabilidad son. Y es verdad; tan verdadero y auténtico es lo que nos espetan una y mil veces como lo fue el pellizco en el estómago que tuvimos al ver aparecer a nuestra primera novia, tras la última esquina que doblamos, el día de nuestra primera cita con ella. Cierto, ciertísimo… Ya no hace falta que acaben, apostillen y nos rematen, argumentándonos que si se le detrayese el morbo de “fuera de la ley”, la juventud –siempre rebelde no la miraría con ojos transgresores; ni que los siempre amenazados padres les objetemos: ¡que sí, que sí!, que tienen ustedes toda la razón del mundo, pero que aparte de disimularse divinamente los efectos de la mano dura de la ley y la clandestinidad de las drogas, resultaría una vez más ¡y vamos!, todos juntos..., ¡¡que seguimos hablando de nuestros queridos hijos!!


Esto se va semejando a un bucle sin sentido, o al menos sin salida. Pero ustedes, adalides de la libertad a ultranza, en un mundo aherrojado y en hinojos, donde valores más absolutos y anteriores al libre albedrío están precisamente siendo tapados, sustituidos o adormecidos por estas sus libres drogas... Pero ustedes..., ¿no creen que estaría muy por encima del derecho de una persona adulta a enchufarse a un paraíso artificial, y lo que es más importante, sería mucho más anterior, El Derecho de ésta a haber accedido a un Universo real, natural y consciente; fruto de una vida entrenada desde la infancia, tanto para disfrutarla importantísimo, como para superar reveses y temores en camaradería familiar y dentro del hogar?... ¿No lo creen de veras?...


En realidad, hasta ahora sólo se ha reflexionado sobre un tema, y es el siguiente: ¡Oigan, un poco de miramiento y de por favor con nuestros hijos! A fondo no se ha tocado nada más. Digamos que el asunto, sin seguir ahondando, se convierte en un guardar las formas por parte de todos. En que no rechine demasiado la cosa. Desde que se exija que los camellitos estén al menos enfrente del colegio, y no en la misma acera del mismo, hasta que se suplique que el corte de la droga sea lacteol, manitol o aspirina, pero nunca, por favor, estricnina. Podemos seguir adentrándonos más y más; continuar buceando y dejar atrás a los que calman su noqueo clamando con un bocinazo así: ¡¡Puta Droga!!


Ésta, señores padres, no es causa en la mayoría de los casos, a no ser que te lo envenenen directamente de las desgracias y descalabros de sus queridos hijos con el terrible material que alfombra los paraísos artificiales. Es…la Puta Droga olla envenenada, escaparate infernal y efecto final de un rosario de circunstancias, la mayoría anunciadas a lo largo del tiempo, y emparentadas ¡todas! con lo que ocurre de puertas adentro del Templo del Hogar.


Ésta…, desgraciadamente, es la verdad incómoda.


Es cierto que la imagen torturadora, desgarradora y patética del yonqui aguja en vena tiene mucho de drama, entendido éste como género teatral. La serie fotográfica pasada una a una: desde el torniquete hecho con la goma elástica a veces ayudado a apretar por lo que de boca le queda hasta el embolazo final, tiene mucho de puesta en escena y parafernalia; quizás es un rótulo inconsciente que ellos se cuelgan de su pescuezo, en el que escriben desgarradamente y todos podemos leer el grito pelado de: ¡Please, háganse cargo de mi! curioso y labrado medio de pedir auxilio. Pues bien, descontando esta llamada desesperada de atención, ¿alguien me quiere convencer de que el kit comprendido por: goma elástica, aguja hipodérmica, jeringuilla, cucharita, mechero y papela de jaco; todo esto es un fin en sí mismo?...

Ninguno de nosotros, aquel día ya lejano en el hospital maternal, tuvo la visión de ese retoño hecho hombre o mujer, corriendo desesperadamente por el tobogán de papel de plata tras la gotita color caramelo; ni comprando ni vendiendo rulas de composición indescifrable en el párking de una discoteca; y muchísimo menos, la pesadilla de imaginar a nuestro hijo entre basuras, desdentado y con banderilla en vena.

Entonces…, ¿qué carajo está ocurriendo…, qué coño ha pasado?...


================================================================================================================================================


Ha pasado primero el padre, corriendo, lleva sudado los tirantes de la camiseta hasta la costura de encima de los hombros. Detrás a treinta y tres metros, su hija. Él ha robado, ella le persigue. Podría echarle el guante en cualquier momento, sólo que ella no quiere minarle el orgullo de viejo zorro de fondo. Nada es lo que parece. Ambos podrían estar haciendo tiempo de cualquier otra manera, al fin y a la postre qué más da. Algunos pueden pensar que unos disfrutan recorriendo casi todos los días veinticinco kilómetros y midiéndose con ellos mismos sobre todo, para cuando llegue el sábado o el domingo indicado, y ahora sí, recorrer cuarenta y dos y pico. Los mismos que cavilaban sobre lo anterior, igual creen que otros pocos hacen tiempo, mientras no sea la hora de mascar tierra o notar un excesivo calor en la caja que nos acoge, tumbando la aguja de su Bentley de doscientos mil menos mal que no son libras; ambas opciones deben ser memorables, pero nuestro caso atiende ahora a lo pedestre y no tanto a lo rodado.

El robo ha sido de tiempo. Como la faena flojea, ha dejado todo organizado entre los oficiales de su carpintería metálica y, a media tarde, ha puesto pies no en polvorosa pero sí en la Malvarrosa. Su hija tiene inoculado el virus desde muy pequeñita. El espejo en que se mira le gusta, le da seguridad; y el rodaje que está haciendo de su vida es el indicado para los mejores y más sublimes motores. El ladrón de tiempo acabará siendo el modelo del tipo con el que ella perderá la cabeza para seguir recorriendo el camino. Aquí, las pequeñas neuras de sus vidas se disuelven a golpe de zancada. Sus endorfinas naturales, a partir de la media hora de “sufrimiento”, son todos los estupefacientes que necesitan en sus quehaceres.

Han regresado una vez más a casa, y al dejar la llave más de una molesta muchísimo a los corredores en el recibidor han tropezado con medio folio escrito a toda prisa: “Estoy en casa de la yaya. Me ha llamado con un poco de fiebre. Si puedo vendré a cenar. Besos. Hablamos”.
Tras darse una ducha rápida se han interesado padre e hija por su suegra y yaya respectivas. De forma mecánica y sin más dilación: una ha encendido la freidora, y pelado, lavado y partido cuatro patatas medianas. El otro ha puesto a pochar en la sartén ovalada y buena tanto, que nada se pega, con un culín de aceite, media cebolla mediana en aros finos. Cuando la cebolla ha comenzado a sudar y él no lo ha terminado aún de hacer, le ha añadido un poco de sal. Se han frito las patatas..., se ha dorado ligeramente la cebolla. Ya está. Del cestillo, sin escurrir, a la ovalada sartén. El conjunto descansa esperando la segunda señal de salida. Media docena de huevos sobre la bancada, perdiendo frío, darán alma el cuerpo será de la patata a un reponedor revuelto para la cena. Sigue el precalentamiento por allí rondando: el bote de pimienta blanca molida haciendo guardia, no se vaya a olvidar el toque maestro, ¡ah!, y el brik de leche. Dos o tres medidas, con cualquier cáscara de huevo por la mitad, lo harán jugoso.

Ha sonado la puerta: hija y padre asaltan de nuevo la cocina. Una pone la mesa, otro enciende de forma alegre el fuego mediano; sin batir previamente casca los cinco sobre las patatas y la cebolla, rectifica de sal, toque de pimienta, y por fin serán tres las medidas de leche. En menos de siete minutos están los tres comentando el susto de la Yaya. Las Drogas de esta Casa son: el amor, la entrega, el sacrificio y la camaradería…



                                     * *



Ha dejado pasar al de siete años, ha retirado la llave con cordón colgante del bombín de la puerta de entrada, se la ha vuelto a encestar del cuello, y tras de ellos el rellano del ascensor ha quedado. Los dos hermanos han recorrido el pasillo que distribuye los sesenta y seis metros del piso; al fondo, su habitación. Está calcada a como la dejaron a las ocho treinta y tres de la mañana. Deshechas y destapadas por ellos ambas camas, para que durante el día se ventilen, o más bien aireen lo que dan de sí los trece metros mal oxigenados de su dormitorio. – “Ángel, sube por favor la persiana y abre la ventana”. ha dicho el mayor.

Se dirigen ahora hacia la cocina. De forma mecánica ha vaciado el agua del cazo, que descansa toda la jornada sobre el quemador pequeño, esperando ser llenado de nuevo de leche para calentarla. ¿Qué te apetece Angelito, aparte del Colacao?, ¡dime!

Sin una miga de pan, difícil es que este hombrecito de trece años pueda hacer el bocadillo de choped que le apetece a su hermano merendar. En los soportales, camino del horno, ha ido chocando su mano como si la baqueta de un xilófono se tratara con las de todos los colegas, dispuestos, alineados -alienados- y sentados contra la pared. Ha ido dando caladas a todo lo que intercalado y sin perder el paso le han ido ofreciendo. –"Ahora no puedo, muchachos, tengo que darle de merendar al Angelito. Si llega mi madre antes de las nueve de la noche..., igual me doy un voltio".

Cuando a las nueve menos cuarto ha sonado el ascensor al pararse en el rellano, el saltar como resortes del sofá, el apagar la tele y el abrir cuadernos y libros que ya dormían plácidamente hasta el lunes siguiente ha sido todo uno. "¡¡Ayudadme con las bolsas del Mercadona!!" ha sonado de nuevo, tras veinticuatro horas, la voz de una madre desde la puerta de entrada. Treinta y tres minutos más tarde ha entrado un padre derrengado...



  • ¿Y tus jefas, no te suben el sueldo a ocho euros la hora?...
  • Nada de nada. Las muy cerdas parece que se hayan puesto de acuerdo. ¡Pues no que me dicen!, que para como limpio, con seis voy que chuto… ¿Y tu jefe, qué..., cuándo os va a pagar lo que os debe desde hace tres meses?...
  • ¿Sabes?... Hoy nos ha dado otro sobre a cuenta…; ya sólo nos debe dos meses completos y éste en el que estamos. La cosa sigue fatal; y si la construcción no pirula, la fontanería tampoco.
  • ¡Anda, cariño!, quítame ese GOL televisión y ponme el Sálvame Deluxe..., que sale hoy el marido de la Belén…



                                     * *



Ha pasado la bandeja de Plata por toda la mesa ovalada del comedor de más de setenta metros.

  • ¡Elizabeth!: te ha salido exquisito el pavo trufado... Enhorabuena.
  • Gracias, “Señó”. La receta me la reportó e hizo efectiva la Señora.
  • ¿Te la pagó acaso, mujer?
  • ¡Cómo es usted, Don Juan Bosco! Es la formita de platicar que tenemos allá en Colombia.
  • ¿Me sirves un poco más de Krug?, muchas gracias.
  • ¿Se la completo también a usted, Doña Almudena?
  • Gracias, Eli... ¡Oye Bosco!... ¿Está ya a cuatro el Santander?
  • Calculo..., que lo que resta de mes…, para tenerlo de nuevo ahí: ¡a tiro, a huevo!
  • ¿Tienes ya los fondos desbloqueados y sin penalización?
  • Parece mentira mi amor; veinte años haciendo lo mismo…, y cuando se acerca el momento te entra un no sé qué. ¡Claro!, está todo controlado, Almu.
  • ¿Invertirás los ochocientos mil que obtuvimos vendiendo a doce..., no hace ni... dos años?
  • ¡Ay Almu, mi amor!, siempre la misma cuenta… A los ochocientos de hace veinte meses, hubo que detraerles entre pitos y flautas una cuarta parte de impuestos; los ciento veinte mil que nos hemos gastado; y los ciento cincuenta mil que nos gastaremos hasta que lo tripliquemos dentro de dos años más, aproximadamente. No reines más mi “amol”, como diría Elizabeth. ¡Vamos a por el millón de euros en la próxima tacada!
  • ¿Qué pretendéis..., que el servicio de toda la urbanización esté al corriente de que somos los mejores especulando? ha intervenido la hija de ambos, Esther...
  • ¡Vaya!, si mi querida hija Esther tiene boca…; como ni siquiera la abres para comer le ha replicado su madre de un modo muy malajoso.
  • ¡Almudena, por favor! El psicólogo te ha dicho mil veces que la ironía cruel no funciona con los hijos.
  • ¡Déjala, no te preocupes, papá!... ¿Pensáis que el señor Botín cree en serio que tiene hoy un banco tres veces más enclenque que hace veinte meses? ¿Sus clientes no son los mismos..., sus inversiones no son tan certeras y calculadas como las de entonces?...
  • Mira hija, él también se sentirá vulnerable en un mercado a la baja y con acciones a menos de cuatro...
  • ¿Si!... ¿Y cuántas acciones a doce euros compró él hace veinte meses...? ¿Y cuántas estará comprando ahora en su “vulnerable” estado actual, a menos de cuatro?...
  • El cinismo tampoco te ayudará a ti, Esther, hija. ¡Además!, si ya lo dijo aquel judío: ni fabricarás, ni comprarás, ni venderás por un margen pequeño. ¡Especularás, hija, especularás!
  • ¡Papá!..., se entiende que no haya tranquilizantes en tu mesita de noche… Tú, al menos, andas con la careta quitada.
  • ¡Ay, Esther!, nos tienes preocupados a todos con tu no comer continuado.
  • Papá: a mi también me quita el sueño que en la mesa se hable de dinero... siempre.
  • ¿Te vienes a navegar a Calpe este finde con nosotros?
  • Preferiría no hacerlo, papá. La Moraleja queda un poco lejos para ir y casi enseguida volver.
  • En el Bentley todo se hace más corto..., ¿sabes?
  • Disculpadme, no me encuentro bien. ¿Me permites pasar, Eli?
  • ¿Quiere la señorita Esther que le suba un vaso de leche templada con marías?
  • Gracias Eli, para mañana desayunar, mejor..., quizás…

Ha subido muy mareada. Sus patitas de alambre, que tanta gracia le siguen haciendo a la descerebrada de su madre, pues cree que la niña va para Cibeles, no la sostienen firme. Conforme ha entrado en su habitación lo ha dejado todo atrás; cree que cerrando la bonita puerta lacada en blanco de su abundante dormitorio queda a cubierto de ese mundo que nada tiene que ver con ella.

Ha pasado la mano sobre el taco de libros que le espera encima de su amplio escritorio; anda trajinándose varios a la vez. Esther posee el arte y la gracia de los lectores consumados; para cada momento tiene el libro adecuado. Al discurrir de su sombra los ha desapilado cariñosamente, como queriéndoles dar un toque de atención, y ha observado casi levitando qué le apetece y a quién le toca. Está delgadito como ella Bartleby el escribiente; las leyendas editadas por Pascual Izquierdo; el mejor tomo de los dos de Alianza el primero de los Cuentos de Poe; Señor y Perro; Nada; y un libro, que aunque reza en su portada Cuentos completos de Ana María Matute, no es así.
– “Ahora vuelvo” –les ha dicho, con un semblante de recuperada pero insuficiente y decadente alegría.

Esther se ha desnudado. Su escurrido cuerpo de diecisiete años podría aún ser salvado de ese filtro que aparece cada vez que se asoma a un espejo o a cualquier luna en la que se refleja. De haber hecho el servicio militar, el brigada chusquero, en el tallaje, le habría dicho: “uno ochenta y tres, cincuenta y un kilos. Niño, o comes más, o el chopo al primer tiro te disparará a ti, y no tú a él”.

El desorden de su espíritu es siempre devuelto a su retina de manera distorsionada, y sólo ve kilos de más; quizás para compensar de forma macabra la liviandad e insignificancia de esas dos figuras padre y madre que rasgan su elevada alma en vez de acunarla y de respetar su sensibilidad.

Ya en su cuarto de baño interior ha optado por introducir dos de sus torneados dedos en su bellísima boca, en un acto que sólo imaginarlo da estupor…



                                  * *



Han pasado cogidos de la mano por el cruce entre Eduardo Dato y San Francisco Javier. Son las nueve menos cuarto de cualquier mañana del curso escolar. Hasta que el muñeco no se ha iluminado de verde, la incondicional acompañante y madre de la criatura de dieciséis, ya bien cumpliditos, no le ha dado el apretón a la mano de su hijo. Señal inequívoca y de total seguridad para hacer ese peligrosísimo tránsito -según ella- entre la casa de Joselo y Portaceli. Al otro lado del abismo -según ella- le ha dicho: “No se te ocurra volver solo del cole. Como siempre, estaré a la una y media en la puerta de salida de Eduardo Dato”.  Claro, mamá -le ha contestado la criatura, que rebasa en cabeza y media a la madre lapa.


Ese mismo día tiene cita con su ginecólogo. A media mañana ha quedado con su desvivido marido en la puerta de la clínica. Están preocupados; ella, hace tiempo que tiene unas reglas muy desajustadas, desgarradas a veces. Desde la venida al mundo de su hija, la pequeña de casi diez años, no ha vuelto a revisarse. Tanto esmero y desgaste con los demás, y ella, casi como si no existiese.


Joselo, un muy dichoso día de mediados de los sesenta, retomó el relevo de primogénito que había dejado su hermano de tres, hacía poco más de un año; tras el dramático final de un resfriado mal curado, y derivado en fatal neumonía. Las atenciones desaforadas de esa madre, temerosa por ese regalo del cielo en forma de nuevo hijo, se hicieron inquebrantables en el tiempo. La venida al mundo de su hija menor, seis años después que la de Joselo, no interrumpió, y mucho menos mermó para nada, la intensidad del desvelo con ellos; si acaso esa madre se multiplicó de modo titánico.


  • Hijo, por favor, ven a ayudarme. No podemos esperar a que venga el médico a firmar el cerificado de defunción, y que se nos quede en la cama con el rigor mortis.
  • ¿Qué hago, papá?
  • Dile a tu hermana que traiga dos sillas del comedor. Tú, descuelga la puerta del dormitorio.


Ese hombre seguía llevando aún el alma de marino para estos casos. Al pie de esa cama que tanta vida había dado, se colocaron dos firmes sillas, las cuales mirándose sus asientos rindieron honores a esa buenísima esposa y abrasadora madre. El armón funerario, compuesto por la puerta sobre los dos improvisados soportes, dio en primer lugar... relajo al cuerpo que amorosamente entre los tres pasaran desde la borda del lecho, y un rato más tarde... acomodó la rigidez del conjunto.



No fue suficiente que su hermana con doce añitos, ahora en la actualidad tuviese que ir convirtiéndose primero y paulatinamente en hermana mayor, y acto seguido y aceleradamente... en la madre que tan desbancado y perdido lo dejó.

Casi nunca fue Joselo uno de los que fuman por la mañana para trabajar… No tardó mucho en labrarse su paraíso maldito; rápidamente atajó el proceso largo y sacrificado que le habría llevado hacia una vida productiva con él mismo. Tiró por una senda en la que el diablo le dio un puntapié a la tablilla que indicaba: "al infierno"; para sustituirla por la trampa de: "¡AL CIELO, chaval!"... Se perdió, porque jamás le colocaron en el escenario de las luchas humanas, ni tan siquiera en un ensayo previo y sin mucha complicación; y cuando se quiso dar cuenta..., aún llevaba taca-taca.

Cuando deshecho, acabado, sin cuajar y revestido en envoltura de hombretón se sentaba frente al retrato de su lloradísima madre en el salón de la que siempre sería su casa, los fantasmas resucitaban y volvían desde el pasado; y él les hablaba y les rendía honores. En muchas ocasiones, cuando fumado de todo iba, gustaba de ponerse en la primera fila del paso de peatones de Eduardo Dato. Al encenderse el psicodélico muñeco verde, todavía sentía el tirón de la mano de ella: ¡Vamos, hijo!...




                                   * *

================================================================================================================================================


Las variantes son tantas como los diferentes campos donde caen las semillas de nuestros hijos. A los planteles les hacen diferentes, tanto la tierra que soporta la almáciga como cada una de las individuales semillas que germinan en ellos. Ahora bien, si no tenemos claro y asumido que lo que hacemos nos termina por hacer, y repercute de rebote en las esponjas y gaitas aún por templar que son nuestros hijos, entonces: Ñoras, ñores, sigan vosotros-ustedes gritando ¡Putas Drogas! Y se acabó.

Y a ustedes, señores del panegírico y de la romántica loa de los paraísos multicolores, ¿qué más decirles?; pues..., que comulgaría con algo de lo que predican, si con esa mirada que nunca acierto a vislumbrar de qué lado de la consciencia está nos deslindaran qué parte de sus discursos y escritos fueron confeccionados a un lado y a otro de la realidad... Por lo demás, y hasta para quitarle el velo y la pátina romántica a los paraísos artificiales, podríamos estar de acuerdo. Toda vez que los ínclitos De Quincey, Baudelaire y Poe porque la cosa se quede en un simple y simpático trío, algunos de ellos excelentísimos escritores, y absolutamente todos, fueron personas desgraciadamente desarraigadas y abrumadas por severos problemas familiares y en sus haciendas –¡qué poco romántico!, mecachis…

Y así la cosa, podríamos al alimón descorrerle el velo a la puta señora e ir concluyendo de una repajolera vez con la siguiente idea...: que si todos estos estupefacientes venidos desde el muy cercano, mediano o remoto y adormecido Oriente sombreados por viejos, horrorosos y deformes demonios, que nunca tuvieron cuna en la dulce cultura del Marenostrum–..., que si todos estos estupefacientes se toparan con quicios y jambas de hogares pertrechados por quien corresponde para la vida plena aquella que educa en el infortunio y en el goce, en el esfuerzo y en lo solaz, entonces…, ni las más atildadas palanquetas de los Estados Narcos ¡Vamos!, ni regalándola ni los más entrantes, simpáticos y esmerados camellos harían muesca en nuestras puertas y ventanas.




La retahíla anterior de casos mostrados a tan "mona" sesera, son situaciones y supuestos oídos aquí y allá; y un poco ensamblados por mi siempre viva y a veces algo estrafalaria, gráfica, simiesca y tajante imaginación.

Pero el misterio, de cómo unos hijos los dos varones, por un caso, y de casi la misma edad, educados en la misma disciplina, valores y cariño, cogen a veces senderos tan dispares, es un asunto que a mi cabeza tan poco evolucionada no le da suficiente luz... respecto, y con relación, al símil que sólo unos minutos antes he hecho con lo de la tierra, las semillas y el plantel...

Me acabo de explicar: nunca podremos decir que dos semillas humanas son iguales... La procedencia será la misma, pero el emparejamiento de cuerpos y almas es una de las loterías a las que jamás tendrá acceso nadie. Es uno de los misterios de nuestro mundo. Y lo sabemos desde el momento en que acunamos al segundo regalo recibido del Cielo, y a la vez pensamos: tan igual, tan distinto al primero…


El Arte de un Hogar, no sólo debería estar en el ambiente templado dado a él por los padres premisa fundamental. Si nos lo jugamos todo a: “A todos les he dado lo mismo”, puede ocurrir que el abono de más, tirado encima de un hijo sobrado, sea el que hubiésemos necesitado para el carente. Dichosos los padres con la sabiduría de hacer tañer la cuerda adecuada en el momento idóneo para cada uno de sus hijos. Huuu, Huuu!! ""


sobre los textos.

       ©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)

           noviembre de 2014



DE INTERÉS ------->>> EL PORRO NO HACE NADA...

No hay comentarios:

Publicar un comentario