domingo, 16 de febrero de 2014

El Cambio Emblemático.






 En clave de Rumor...



Tiempo ha, sucedió en la vecina Calpe un hecho que con el devenir continuado de amaneceres y declinados ocasos concurrió en algo más que un hecho, pues sólo por lo esperpéntico y desquiciante que resultó al final ser, elevó súbito de categoría, entronizándose en el universo definitivo de lo posible: o sea, en Rumor... Qué bella palabra..., pues qué es todo sino Rumor... Pretérito Rumor de la ola que expelió para siempre jamás a aquellos parientes mamíferos muy anteriores a los de “before Adán”, los cuales perseguían salir definitivamente del medio acuático, vivir para siempre en la tierra de la Tierra, dejar de tener a todas horas los pies -o lo que en aquellos entonces fueran sus pinreles- mojados, abandonar para siempre el Fungusol y el Canestén prehistóricos... Futuro Rumor de la Gigante Roja en el momento de engullirse el Planeta Azul, cuando Lorenzo, hinchado y hastiado de tanto vivir, diga: "hasta aquí hemos llegado"...

Este es el breve relato de una conversión; una más en la historia de la humanidad; una SanPablada sin caballo -que nunca lo hubo, por cierto-, o una SanAgustiniada sin tanto descoque previo... Es una narración forjada -en su cosmogonía- en la estival y calurosa madrugada de una onanista, solitaria y lujosa habitación de hotel... ¡Ah!, otros verán en todo lo que sigue una traición; el relato de un monumental cambiazo... Rumores... para todos los gustos.

Estamos inmersos en una noche con luna de Alicante, sábado, avanzadas horas de las sombras, previa al chupinazo final -durante la mañana dominical- del acto de clausura del Congreso sobre el cambio climático de origen antropogénico, organizado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático IPCC... Durante las dos jornadas anteriores, calentólogos de todo el orbe han debatido en esta convención, y teniendo como acogedor escenario para sus endogámicos argumentos el principal salón de actos del hotelazo, han debatido -como comentábamos-... sobre la letanía ecológica, la cual explicada aquí en confianza como estamos la podríamos resumir asín: el bochornoso y horroroso calor que hace durante el verano en cada uno de los hemisferios -de forma alternativa, claro-; el frío que pela en invierno; y lo "raritas" que parecen tener viso de ser la primavera y el otoño... ¡Ah!, disculpen... Y lo "¡malo, malo y malo!" que resultaba ser El Hombre para el planeta azul...

Empero..., como lo que aquí en definitiva se va ha escribir es el desenlace de un cuento sin mucha presentación y un nudo más bien corredizo, lo mejor para todos, pues, será calcar..., fusilar la deferencia de aquellas juveniles y veraniegas novelas de Agatha Christie, en las que acudíamos a la relación de los personajes -en las guardas delanteras- para saber quién era quién.

Ponente T. Delparque [Curiaqui en su familia]
Protagonista de nuestra historia. Ponente de la legación española y elegido responsable para la lectura del estelar discurso de clausura del Congreso. Es político profesional desde que cobrara siendo mozo unas treinta y tres mil pesetas por encolar y emporcar los muros y tapias de su pueblo con los carteles electorales donde no aparecían Fraga ni Suárez... Persona solvente y decidida en todos los ámbitos; su tono vital pasa por un momento delicado: el del cincuentón con motor Mercedez-Benz adecuadamente rodado y disfrutado, pero con la sensación de hartazgo que da ese abrumador porcentaje de seguridad y fiabilidad sin tregua. Tanta disciplina y regularidad en tantas campos le hacen desempolvar su vida de hace un cuartillo de siglo...
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...El Curiaqui, gracias a su padre, derivó -hasta rozar los veinticinco- hacia gustos campestres; y merced a modas entero ambientales y oportunismo político aterrizó, finalmente, en la concejalía del ramo de cualquier ayuntamiento del sur de España. Antes de hacerse apóstol del carguito y forofo calentólogo -y viceversa- , pastoreó muchas tardes de primavera a su rebaño de vacas suizas por los pastos de cebada forrajera; limpió toneladas de gallinaza de sus diez mil ponedoras, a las que recogió y clasificó sus miles de huevos diarios. Hasta que se hartó de discutir los créditos con el director del Banco Bilbao de su pueblo para renovar a las gallinas, y se cansó, además, de que las vacas se comieran más de lo que le pagaban por la leche y la carne juntas. Así el panorama, y por muy bucólico que pareciese todo, trabajar para el diablo no era la idea del laburo que él tenía. Mandó todo lo agropecuario a tomar por la retaguardia, y el Museo de arte y costumbres populares de la capital... se lo agradeció. Con la entrada en la Comunidad Económica Europea surgieron milagros tales como: que la leche entera francesa era casi superior a un vaso de agua con exceso de calcio; que los huevos gallegos se vendían en Andalucía -y viceversa- en aras de la frescura; y que las carnes inglesas y holandesas tenían la propiedad de poder reblandecer nuestros sesos. La entrada en el Mercado Común fue la lesshhe. Avispado como era el Curiaqui por su condición de benjamín, pronto dilucidó que traía más cuenta discutir sobre el CO2 de la atmósfera que sobre el precio de un kilo de pienso.
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No se rían, no se rían..., que en unos instantes lo  tenemos en el escritorio de su habitación [6-69] muy muy compungido, intentando hayar (de la LOGSE) un punto de apoyo donde colocar la palanca que le dé un renovado vuelco a su desaborida vida..., según su más íntimo sentir.

John Capirote
Responsable último y coordinador general del Congreso del IPCC. Hacedor y pergeñador del pretencioso discurso de clausura que leerá Delparque el domingo por la mañana -documento pastelero y lacrimógeno, de parte del África profunda hacia y para sus benefactores..., que somos nosotros: "el primer mundo"-; así como "padre" -John Capirote- de la ñoña e ilusoria figura de Niara Kdongo. Hombre con desmedida ambición; tan cálido como un viaje en moto sin carena durante un aperreao día  de enero... Y en último término, calculador y por primera derivada manipulador.

Niara Kdongo 
Invitada-Invisibe-Imaginada de Honor pero convidada de piedra... Protagonista ilusoria en el alegato de clausura del Congreso... En su holografía discursiva, se nos muestra como amantísima, y por ende afanada madre africana, la cual, siguiendo el hilo de una lúdica y espartana transmisión vía correo electrónico -vía satélite-, se deshará en parabienes hacia el IPCC, por su encomiable labor en la titánica lucha contra la fiereza de ese depravado depredador del CLIMA: El Hombre... Es la mujer de paja, la tonta útil explicándose mediante una docena de folios representados por boca del ponente T. Delparque, el altavoz africano que clama a los cuatro vientos su gratitud con el sacrosanto IPCC.

¡¡EA!!, aquí que volvemos al Big-Beng de este cuento... Tenemos el domingo de madrugada a Delparque sentado delante del frío escritorio de la 669, inhalando el aroma regalado por un puñado de jazmines abiertos esa misma noche y esparcidos sobre la mesa; a los teclados de su portátil órgano informático, silenciosa y cómplice impresora de andar por casa incluida... En una mano el "discurso original de mañana domingo" pergeñado por la cúpula del Intergubernamental, en la otra, un taquito in albis de folios, timbrados sin más con los relieves del Programa de las Naciones Unidas: son los elegidos, el arma del "delito"... Como testigos de la tropelía en ciernes y remoloneando por el escritorio: "de rerum natura" y "el ecologista escéptico", queriendo ser espectadores excepcionales -de ayer y de hoy- del  sin más dilación premeditado cambiazo.

  • ¿Recepción!... ¿Mariví, eres tú!... Por favor, que me suban una jarra con café, limón y una cubitera. ¡Gracias!


A las cinco y cuarto de la mañana, los despertadores made in Calpe, con plumas, pico y espolones más bien inquietantes -y sin pilas-, comenzaron a funcionar. El Curiaqui, a la sexta hora de este recién estrenado domingo, ya estaba dando un paseo por los alrededores del hotel. 

Cuando el Señor Delparque entró en el Salón “Peñón de Ifach” -después de haber pasado por su habitación y de reubicarse un poco-, emperifollado local y lugar donde se estaba desarrollando las jornadas del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, al señor Capirote, responsable y coordinador general del Congreso, se le abrieron los siete cielos ecológicos y se le aparecieron todos los santones medio y enteroambientales. A primera hora de la mañana había intentado ponerse en contacto con el Edil Ponente pero su celular no daba señales de estar encendido. Cuando preguntó en recepción por él, la señorita Mariví le comunicó el mensaje dejado por el señor Delparque al amanecer: necesitaba un aparte consigo mismo para poderlo dar todo; estaría puntualmente en los previos de la convención. Nada más verlo entrar, lo asió por el perfectamente cincelado hombro del Curiaqui y no lo soltó hasta haber embocado bien la escalinata del escenario. Momentos antes de dar comienzo el acto y el discurso de clausura, y estando Capirote y Delparque en un aparte, sobre el mayúsculo entarimado en el que se ubicaba el atril y la fabulosa mesa corrida, en la que se cobijaban tanto organizadores como técnicos responsables del multimedia, le preguntó el notable y áspero calentólogo al templado y un poco turbado concejal:

  • ¿Todo OK, Delparque?
  • Todo controlado, John. Absolutamente nada de lo que preocuparse.
  • Recuerda que hoy es el día de tu espaldarazo; hasta en las quinielas menos favorables aparece tu nombre como parte del recambio generacional. ¡¡Y Tú Lo sabes!!

Aquello le sonó al Curiaqui como muy enlatado, poco natural, y bastante impostado; no era posible que un tipo que no dominaba el español se desmarcase con tales términos. Además; espaldarazo, espaldazo, jardazo… Todo le sonaba muy confuso, momentos antes de erigirse ante miles, millones de ojos. La jornada -con los años más bien sería recordada como Función- de clausura comenzó. Los responsables de Comunicación hicieron tal despliegue de medios y posibilidades, que el acto de los Oscar, de haber sido comparado con ésta, se habría convertido en la polvorienta promoción del crecepelos hecha por el señor calvo de levita desde lo alto de su carromato en el Far West. - ¡Qué munificencia, Dios mío! -se dijo para sus adentros el en breve ponente.

Mientras el acto discurría sincronizado como una sesión de trileros por el Gurú John Capirote, Delparque se abstrajo unos segundos. Necesitaba ver las correcciones perpetradas... Comenzó a leer el documento realizado en el mismo papel oficial del IPCC; formato idéntico, tipo y tamaño de letra calcados. En apariencia todo pintaba bien... Iba recorriendo con la mirada el primer folio, y conforme despachaba frases, fue recuperando una indescifrable liviana sonrisa. En el momento en que se disponía a repasar la segunda página, Capirote anunciaba como si de la presentación de Diego Armando se tratara: “Con todos ustedes, y formando parte de la prestigiosa Delegación española: ¡El Señor T. Delparque!”...



CARTA DE AGRADECIMIENTO DE NIARA KDONGO A LOS SEÑORES DEL PANEL INTERGUBERNAMENTAL DEL CAMBIO CLIMÁTICO


Estimados Señores:

He de ser breve, muy breve. Puedo intuir el dolor que sobre los hombros han de sentir todos los que desde latitudes septentrionales han acudido a la convención sobre el Cambio Climático de Origen Antropogénico, durante estas tres largas y agotadoras jornadas, ahí en las bellas costas mediterráneas españolas. Sé, que todos los miembros Nórdicos, a los que ahora aprovecho para saludar fríamente y referirme, no habrán tenido la precaución necesaria para proteger sus lechosas espaldas de ese bendito Sol español. Sé, que sus camisas -hoy especialmente almidonadas para abrir con blanco nuclear todos los telediarios de la Madre Tierra- acarician sin rubor sus maltrechos hombros. Sé de buena tinta -y por otro lado- que numerosos miembros de las delegaciones provenientes del Hemisferio Sur no están menos deseosos que los Nórdicos de que esta convención concluya en breves instantes; sus razones no son de menor peso, pues de pronto los sacaron de su acogedor y mullido invierno para trasladarlos -charco de por medio- a cuadras más caldeadas y húmedas -¡vaya por Dios!-. Eso sí, que ni a unos ni a otros se les ocurra decir ni pío a propósito del hotelazo que los ha tenido hospedados, sus comodidades, lujos, excesos energéticos y, sobre todo -y ahora sin una brizna de ironía, se lo suplico-, el carácter acogedor de todo el personal español.


Pero no es la prisa de sus señorías la que me atosiga. La que me acucia, está afectada más que nada porque yo sea precisa, porque esta servidora sea breve. Siendo concisa en mi discurso conseguiré dos cosas. La primera, que ustedes me atiendan, y la segunda, que este correo electrónico que les envío desde el corazón de África les pueda llegar. Es complicado coordinar las telecomunicaciones aquí en medio de la Sabana. Mientras yo tecleo el texto, mi hijo Daren no debe dejar de pedalear en la dinamo de la comunidad; el enchufe de red eléctrica convencional -entre ustedes, claro- más cercano... creo que está a seiscientos sesenta y seis kilómetros y medio de distancia -eso dicen algunos-. Daren a los pedales, una servidora a los teclados, y aún falta la última pata del taburete -recuerden siempre que con tres patas aquí en África nunca se cojea-. Mi querido hijo Ajani ha de orientar hacia el este, lo mejor que sabe y -sobre todo- que puede, la parabólica. Todo esto no sería nada meritorio si no tuviésemos -además- que supervisar que mi pequeña Kendi no se nos asfixie dentro de la cabaña mientras se acaba de cocinar el ñame, calentado en el fogón a base de los excrementos de ñu. Problemillas logísticos aparte..., que se solucionan con el ingenio africano, yo, Niara Kdongo, LES ACUSO.

                                       
                                

Les acuso de poner palos entre los radios de las ruedas del carro africano. Les acuso de no dejar prosperar a un pico muy considerable -de cigüeña más que de gorrión- de la humanidad gracias a sus políticas egoístas, temerosas e irracionales.

Cuando a finales del siglo XV el Papa de Roma Inocencio VIII -inmerso el clima europeo y mundial en aquella “pequeña edad de hielo”, que transitaría con vertiginosos altibajos meteorológicos entre lo siglos XIV y XIX-... Cuando a finales del siglo XV el Papa publicó una Bula para defender a la población, de brujas y herejes hermanados con el mismísimo Diablo, y cuyas finalidades, según la mentalidad de la época, eran trastocar el clima provocando todo tipo de calamidades; pues como les decía honorables congresistas, cuando su Santidad tuvo a bien ante tamaño descontento y cambios meteorológicos feroces, inexplicables y fulminantes, meter mano a tanto delegado y delegada satánicos, al menos tuvo la gallardía de emparentar a los malandrines terrenales con fuerzas tan potentes -aunque de signo contrario- como las que Él representaba. Dentro de la tremenda ignorancia e inopia científica, y del obscurantismo en el que el mundo aún estaba inmerso, había cierta lógica en la posición Papal. Sí.

Conocedor Él, de los buenos diezmos cobrados por sus antecesores sobre cultivos y ganaderías en latitudes muy al Norte. Bebedores de buenos caldos como fueron sus Santidades, durante los benignos últimos siglos del primer milenio y los cálidos primeros del segundo -y antes y después también, of course-, y estando informado Inocencio del cuantioso montante, así como de su septentrional procedencia, no tenía más remedio que argumentar... que la causa de tanto transmutar a peor no podía ser atribuible más que al Maligno y su cohorte de representantes en la Tierra. Fue un drama humano originado por el miedo y la ignorancia. Se acusó a unos pocos-muchos débiles para poder dar salida a la argumentación teológica de la época… Si se ha trabucado el clima, después de tan benignos siglos, tiene que haber sido Belcebú y sus acólitos. Si yo no declaro y me reafirmo en lo dicho, y además lo combato al menos tan ferozmente como se manifiestan las hambrunas y las enfermedades, estoy dando pábulo a que las fuerzas del Averno son superiores a las Celestiales… A los ojos de hoy, son razones supersticiosas contra hechos totalmente inexplicables de forma científica en aquella época, y si me apuran, señorías..., incluso en ésta. Nadie arremetió contra medio mundo y lo intentó lapidar. Inocencio no perdió el respeto a sí mismo. Fue consecuente con el estrecho margen de su realidad: “venimos de numerosos y feraces siglos con la ayuda del Santísimo; construimos todas las Catedrales durante una primavera casi eterna; bebimos y vendimos vinos de la Ribera del Támesis y aún daneses. Y ahora estamos inmersos en cataclismos y pestes inexplicables, los cuales sólo pueden venirnos dados por las garras de Lucifer”…

Por más veces que se lo explique, señorías, no había más fuego en esas piras del miedo y recalcitrante egoísmo humano. Sin embargo, ustedes... sí han perdido el respeto por ustedes mismos; y desde ese preciso momento, y como siempre, ha dado comienzo la desgracia entre los hombres -gracias Jünger-. Los Dioses felizmente han acabado todos en su sitio. Los míos descansan en el tronco de un árbol centenario; allí, entre sus secos huecos, se recogen las cenizas y restos de mis antepasados. Allí, adoramos todos el Misterio del Mundo, la Santidad Natural. Sus Dioses también están hoy felizmente -en su mayoría- en sus puestos y en sus encomiendas; ya no molestan a nadie. Las brujas y herejes que Inocencio achicharró... se podrían haber salvado. Nada a efectos del clima y sus consecuencias habría cambiado. Solamente, no se habría calmado a la Masa, no municionada de chivos expiatorios ante lo inexplicable de aquellos días. Hoy, no hay lo que hay que tener para quemarnos en plaza pública. Pero nuestro silencio provocado por sus mordazas y el ninguneo mediático y político hacen que sus objetivos sean más malditos que un millón de Inocencios. Están ustedes cargados de triquiñuelas y de letanías para no permitirnos prosperar. Ustedes se han embutido la casulla del empirismo trabucado, la estola de la estadística violada; han ido corriendo a las faldas de la ONU para no hacer otra cosa... que matar -a golpe de no consentir desarrollarse- a aquellos que no pudieron hacerlo, si no antes que sus señorías, al menos después. Gracias. Agradecimientos miles -comenzó el revuelo por la zona del multimedia...

Le han retorcido el cuello a la Santa Ciencia -bien entendida- para justificar sus miedos a lo desconocido: a nuestro potencial emergente y al albur lotero del clima, que por otra parte, y si hubiesen sido científicos honestos y no espurios científicos, habrían sabido descifrarlo, desentrañarlo mejor de lo que hasta hoy lo han hecho. ¡So mamones! Hasta ahora no les he hecho ninguna pregunta. Firmaré el manifiesto sin realizarlas..., lo juro.

No dejaría de ser una petardá levantina la afirmación de que nosotros los insignificantes humanos estamos cambiando el clima, si no fuese porque detrás de esta potentísima Aseveración hay tanto desarrollo frustrado, tanta sostenibilidad de lo suyo e inviabilidad de lo nuestro; si no fuera porque habiéndose explayado tecnológicamente ustedes, quisieran sus señorías castrar nuestros sueños con esos argumentos tan enclenques como el que ahora pedalea aquí a mi lado. ¿Verdad, Daren? ¡Ánimo, hijo!...

La narración del Cambio Climático antropogénico -¡qué bonito suena en español!- no difiere mucho de la que le cuentan los pinos viejos al pobre pinsapito que intenta abrirse paso entre ellos…: no te preocupes mi niño -le dicen los hijos de la gran piña-, poco a poco te irás abriendo paso entre nosotros. Y mientras esto le dicen, absorben lo mejor del suelo con sus potentes raíces, el aire más limpio, el sol que acaricia sus esbeltas ramas... y ensombrecen al infante. Y mientras este discurso le dan, ellos crecen un palmo y pinsapito sólo un pírrico centímetro; así hasta que se seca y se muere.

La Verdad -vuestra verdad- sobre la que se asienta toda la estafa, es otra estafa en sí misma. El CO2 tan cacareado no es motor de ningún cambio. El CO2 es un producto básicamente de la temperatura, y no al revés como ustedes rezan a todas horas. Yo les acuso de tener engañada a la Humanidad. Miren el Cielo veraniego del Mediterráneo; contemplen al Hermano Sol. Él y sus ciclos, con sus periodos de manchas solares mostrándose encorajinado, o bien más relajado en otras ocasiones, son los responsables de todo cambio climático. También lo es: el mayor o menor nivel de radiación cósmica -venida de todos los rincones del Universo, y de sus fabulosas explosiones-, que en nuestra troposfera favorece y transita la mayor o menor formación de nubes. Encender y apagar el Sol, tener un termostato sobre él..., mangonear la radiación cósmica universal; nada de todo esto está en vuestras manos. Tener enterrado el carbón y el petróleo para salvar o condenar a una tercera parte de vuestros congéneres, eso, sí. ¡So Mamones!

Tras un aumento de las temperaturas medias de la Tierra en dos, tres o más grados, durante periodos de tiempo prolongados, los acumuladores más lentos y progresivos del Planeta -que son los Océanos- acaban absorbiendo paulatinamente este calor, y entonces -¡entonces!, con los mares caldeados, se acelera la devolución, la liberación del CO2 disuelto en sus aguas hacia la atmósfera. Este es el motor no gripado del clima, este es el proceso acallado por ustedes. No emitimos insignificantes cantidades de CO2 y nos calentamos, no, no. Nos calentamos, y se emiten -incluidas las nuestras- modestas porciones de CO2... Nunca lo duden: fue antes la gallina que el huevo; luego llegó él...

El CO2 representa el 0,054% del TOTAL de los gases de la atmósfera; y es aún más pequeña la porción que los humanos aportamos, estando ya incluida en ese porcentaje. Aquí, en este raquítico número me tienen ustedes puesta la lupa. Les iba a preguntar si no les da vergüenza, pero no lo haré. No la tienen. ¡Mirad al cielo, so majaras; y no os observéis más el ombligo! Recreaos en el Sol y en vuestros mares, y no en vuestros estúpidos -y envidiables- tubos de escape. ¡¡So Mastuerzos!! ¡¡¡Mamonazos!!!

Nos habéis engañado con la máxima, con la mayor, pero también con los detalles. Nos asustáis con un aumento de la temperatura media del Planeta de 0,6 grados centígrados en superficie; pero no nos hacéis el trabajo completo, pues la información cabal sería revelar las temperaturas en las capas superiores de la atmósfera. Ahí, en la troposfera, alejados de vuestros termómetros de suelo, contaminada a veces su información por su cercanía a las ciudades, las temperaturas no suben como en la superficie. ¿Lo sabéis?

¡Al Gore! -mientras lo escribía, lo he soltado a viva voz y mis hijos han dejado de pedalear y enfocar la parabólica. ¡Tranquilos chicos!, ni tan siquiera está en África-, mi querido Al... nos enseña siempre los glaciares retirándose, dice que desde hace cincuenta años. Di la verdad incómoda, Al...; di que se retiran -de momento- desde hace doscientos años.

Nos presentáis los rebordes de la Antártida calentándose -sobre todo en la primavera y el verano del hemisferio Sur-, pero ocultáis sistemáticamente que el corazón del continente helado se enfría vertiginosamente.

Mi hija me está indicando que no se sabe cómo, pero que la clausura de vuestro congreso la están emitiendo en directo por algunas cadenas mundiales. Quisiera aprovechar para llegar a más cabezas, a más corazones.

>>Delparque aprovechó el revuelo ocasionado 
por él mismo, debido a la entrada en tromba de nuevos reporteros -y calculado casi con toda seguridad por el padre del subversivo legajo...- ...Aprovechó el conferenciate, como decíamos, el revuelo ocasionado para dar un trago casi sin levantar la vista del atril. Continuó<<...

La proporción de los gases en nuestra querida y delicada Atmósfera es la siguiente: 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno, y 1% resto de gases. En este uno, ¡uno!, ¡¡uuunooo!! por ciento está incluido el vapor de agua -principalísimo gas de efecto invernadero- y el tan pregonado y minimalista CO2.

Gráficamente y de un modo simplificado, resultaría que: lo acogedor y vital de nuestro querido planeta viene dado, dentro de unos límites, porque tanto el Vapor de Agua como el CO2 dejan pasar la energía luminosa proveniente del Sol, y cuando esta energía en forma de luz rebota sobre la superficie del Planeta, los dos gases -y sobremanera el vapor de agua- se encargan de retener, de absorber la energía devuelta en forma de calor. Este calorcito conservado en su justa medida es el que hace posible esta discusión… Este es el efecto invernadero clásico, básico.

Si tras un periodo frenético de vuestro Lorenzo aumentan de forma natural -y sin concatenación- las temperaturas medias del Planeta dos o tres grados, más -un poner- el medio grado largo que supone vuestro chupete, vuestro sonajero antropogénico -qué linda palabra-; tendríamos posteriormente acumulaciones paulatinas de calor en el seno de los Océanos..., con la consiguiente liberación del CO2 del interior de los mares al aire.

En este escenario atmosférico comprobaríamos -por un lado- Vapor de Agua en exceso, producido por el aumento de temperatura inicial; y por otro, también demasía de CO2, debido a su liberación en los Océanos cuando suben sus temperaturas. Ante este teatro tan del gusto de sus señorías, tan real y calenturiento como posible, y que se nos puede dar -les recuerdo, por si hay algún tipo listo por ahí, que sólo he ironizado en la primera página, y se acabó. No están mis hijos para más tonterías-... Ante este escenario, como les decía, jamás he visto por escrito en ningún documento vinculado a la ONU las posibles retroacciones favorables a un enfriamiento ante semejante decorado. Y vive Dios que serían posible... Vive Dios que sí... Tan ocultas las tenéis como posibles son.

Con el recalentamiento de la Atmósfera, producido -¡¡ahora sí!!- por el aumento de gases de efecto invernadero -vapor de agua y CO2-, habría mayor evaporación aún en los Océanos, y por consiguiente mayor formación de Nubes; éstas son blancas..., de manera que reflejan la luz solar -no atravesándolas- e impiden que el calor llegue a la superficie terrestre. El Planeta desde este momento iniciaría una dinámica de enfriamiento. Conque -mira que tienen bonitas palabras los españoles. Aguanta un poquito más Daren, ya queda poco-... Conque, el aumento medio de la temperatura terminaría favoreciendo su propio descenso. ¡¡So becerros!! -revuelo generalizado en el Salón...

<<¡Por favor, Señores, orden, orden!>>... Otra posible retroacción favorable a un enfriamiento sería: mismo escenario con exceso de CO2 y vapor de agua. Las plantas, esas grandes consumidoras de CO2, tendrían bastante que devorar, y consecuentemente se desarrollarían con mucha mayor alegría y rapidez, y así absorberían ese “¿exceso?” de CO2 -¿sobrante?- de la atmósfera, con lo que se reduciría el efecto invernadero... Si lo deseáis... os lo dibujo.

Estas retroacciones favorables al enfriamiento, en un escenario paradójicamente calenturiento, quiero que salten al viento; y sería pedir casi un imposible que en algún documento perdido entre esos miles de millones de folios inútiles que ustedes despilfarran aparecieran; aunque sólo fuese por vergüenza toreadora -torera, torera, me apunta mi querido Ajani, con calambres ya en los brazos.

El Rey de la paradoja debería de decir ahora algo o callar para siempre... No, no; a este tío grande y bondadoso ustedes no le pueden callar, es más, no creo que ni tan siquiera le conozcan... “Los dos pecados contra la Esperanza son la arrogancia y la desesperación”. A nosotros los del tercer mundo nos tienen sus señorías afiliados a la última palabra del enunciado; no les voy a preguntar si son ustedes arrogantes...

Siempre viene algún africano a salvar a otro africano: “La verdadera desesperación es agonía, tumba o abismo. Si la desesperación habla, si razona, si sobre todo, escribe, entonces el hermano nos tiende la mano, el árbol queda justificado, el amor nace. Una literatura desesperada es una contradicción en sus términos de enunciación”. Gracias, muchas gracias, Hermano Camus.. No servirá de mucho; seguirán sin darse por aludidos.

Si ya lo dijo aquél: “El pesimismo no consiste en cansarse del mal sino del bien”. Es por eso por lo que sois -a estas alturas me disculparéis algún tuteo- grandes pesimistas. Os habéis hartado, abotargado de vuestras buenas vidas; y ahora, como si un juego de salón se tratara, desde vuestros sofás extensibles y reclinables movéis las fichas africanas. ¡Sí!

Señorías: necesito ir abreviando ya. Mientras tanto, yo, Niara, les acuso; y además les demando y exijo para nosotros los africanos la misma sostenibilidad que sus minas y yacimientos han tenido durante los últimos ciento cincuenta y un años. Dos mil un millones de personas reclamamos poder quemar petróleo y carbón hasta ponernos a la par con ustedes, entonces, nos aconsejaremos unos a otros el instalarnos molinillos, baterías, placas solares y demás utensilios tan “eficientes” y efectistas para el desarrollo sostenible. Con la energía de la Señorita Pepis no vamos a ningún sitio, no hay nada que hacer. Quemando mierda de ñu dentro de nuestras cabañas lo único que conseguimos es no llegar a conocer a nuestros nietos nunca jamás; pues mujeres sin pulmones a los veintitantos, son abuelas muy poco viables; además de no podernos dar el gusto de tener un butanero “a mano”…

Reivindicamos poder usar los insecticidas, herbicidas y fungicidas que han hecho tan guapos y sanos a sus hijos. Nos llenaría de orgullo paternal el poder contaminar un poco las desembocaduras de los grandes ríos africanos, a cambio de limpiar para siempre nuestros deltas de los odiosos mosquitos simúlidos y sus parásitos, que barrenan los ojos de nuestros niños y… nos traen la malaria. Al respecto, no hará falta que les recuerde a tan insignes pesimistas el estado en que tenían a sus corrientes fluviales, como el precioso Támesis, no hace muchas décadas…, y el vergel en que hoy los han convertido. Para irles todo a peor, no está nada mal…, ¿verdad?

Y sobre los trangénicos, ¡qué!... Si tuviéramos más tiempo, si mis hijos no estuvieran locos por acabar esto ya... En fin. Los alimentos modificados genéticamente son otro reflejo del estado de hastío de sus señorías; se podría resumir su actitud con ellos comparándoles a ustedes con el perro del hortelano: ni comen ni dejan comer… Tráiganlos todos aquí. Tráigannos patatas modificadas genéticamente, pero a ser posible sin el gen de lecitina. Esas, se las quedan ustedes. Si hay alguna otra planta modificada con un gen muy alergénico, esas también para sus mercedes. Con genes no muy alergénicos, ¡venga!, para acá, que no somos tiquismiquis. Cultivos con modificaciones implantadas y eficaces contra la sequía y las plagas; con genes procedentes de toxinas de bacterias totalmente inocuas para las personas -incluso para nosotros-, y suficientemente testados; fantástico, eso ¡¡SÍ!! que es progreso del bueno. Pero ustedes ¡¡NO!! lo quieren; son personas desconcertantes. Señores del Panel Intergubernamental -ufff-, ya tardan en traérnoslos... ¡Gracias! Y esta vez sería de corazón... si no me hicieran oídos sordos y continuaran empeñados en imponernos guardar la línea.

No quisiera cortar la conexión sin tener una mención expresa con los medios y la farándula. Ahí estás incluido TÚ, mi querido AL. No tengo palabras para ti. Haber usado -manoseado, mejor- el aparataje de Vicepresidente de los EEUU para esto. AL: devuélvele el dinero a los andaluces, a los contribuyentes españoles. ¡Ay, AL!, si el bueno de Don Javier alzara la cabeza y recordase lo que le costó levantar Abengoa en la posguerra española, con sus tres empleados y su motito por esas carreteritas de Dios, contratando instalaciones eléctricas; y comprobase hoy dónde ha ido parte de su denodado esfuerzo y qué cosas se patrocinan... ¡Ay, Felipe de mi Alma!... Sé toreador, AL, y devuelve el premio nobel -con minúscula-. - ¡torero, torero!, me grita la buena de mi Kendi, ahora desde fuera de la cabaña. Debe estar listo ya el ñame cocido…, gracias a la mierda de ñu. ¿No?


Mención especial para George Nexpress: ni el piano de cola ni la cafeína han servido de nada para abrirle las entendederas al guuuapo de George. ¡Chico wapo y malo, malo!

¡¡Y Tú mi Niño!!; mi Leopardo Do Caprino; he visto en mi ya corta-larga vida a otros zagalones pijos quitarse sus complejos de culpabilidad de mejores y menos dañinas maneras... !!!Ayyyy; cuanto demonio con carita de Ángel!!!

Sois el ariete que abre todas las puertas de la comunicación; y tras la máscara y la pátina de comprometidos y solidarios están vuestros miles y miles de kilovatios/hora y vuestros jets privados. Quiero aprovechar el nefasto recuerdo que me traéis, para desearos que os lo metáis todo a modo de supositorios por el… alma. Incluidos vuestros cochecitos-juguetitos e-co-ló-gi-cos. Es curioso que haya salido por primera vez en el discurso vuestra palabrita mágica.

¡Santidad!..., ¿y usted, QUÉ?... ¿A verlas venir?... Si le hago una pregunta, con todo el respeto del mundo -y que prometí no hacer-, es porque a su Excelencia me gustaría, si no salvarlo -válgame Dios-, al menos eximirlo de este holocausto encubierto.

Inocencio VIII -vamos a terminar como empezamos-, siguiendo la línea argumental de que a las bonanzas y a los favores Celestiales les estaban retorciendo el brazo los íncubos y súcubos de Luzbel, tuvo en su época la respuesta que todos conocemos. Buena o mala, pero la tuvo. Se mojó, más bien... se quemó; bueno, Él no. En fin, no sigamos por aquí... que nos estamos perdiendo.

Beatísimo Padre: esto no es hoy una trifulca entre Dioses, ni tan siquiera de Occidente en oposición al resto del Mundo. Es una guerra (de algunos-muchos hombres malos y una sociedad abotargada y encantada de haberse conocido)... Es una guerra contra la Razón humana y divina y contra la Caridad Cristiana bien entendida. Ayúdenos a quitar caretas, Santo Padre. No sólo de misioneros va a vivir -siempre- África.

Sumo Pontífice Benedicto: estamos de acuerdo en que ya no es una pugna entre fuerzas Celestiales y del Averno. Hoy se trata de Demonios humanos Emplumados -plumas sintéticas, ya lo creo- contra una tercera parte de la Humanidad, y con un sólo pretexto, muy engañoso y tremendamente injusto; criminal, diría yo... Además, Santísimo Padre, no es posible que esta humilde servidora, rezándole al fondo huero y seco de nuestro Árbol Sagrado, consiga más favores que su Santidad orando en los Sagrarios Vaticanos. Eso no es ni siquiera humanamente posible…

Qué más os puedo decir a los del IPCC -definitivamente ya os tuteo-. Que sois estúpidos de solemnidad -menos mal que ya os tuteo-, teniendo en cuenta, además, que es ésta escudo de toda estupidez… No es malo ni perjudicial que penséis un poco. ¡No!

Y pese a parecer indignada, no lo estoy; aunque sólo sea por hacer buena la frase de persona que incluso en el culo de vuestro mundo da gusto rememorar: “aunque la indignación parezca ofrecer la apariencia de equidad, lo cierto es que se vive sin ley allí donde a cada cual le es lícito enjuiciar los actos de otro y tomarse la justicia por su mano”. Y sí, sí quiero aquilatar el Pensamiento de Spinoza y no indignarme con vosotros; simplemente os quiero mandar al Infierno con Leopoldo II e Idi Amin Dada.

Y si no fuera porque nunca se vio destacar a un ciclista de color negro en el Tour de Francia, yo gustosamente les enviaría a mi Daren. Es de ver mi Daren, ¡cómo pedalea el angelito! -negro.

Y ya está; está todo dicho. Hoy no necesitaré el Omeprazol caducado de las misioneras. Sólo despedirme con unas palabras del ínclito y genial Camus. “No hay destino que no se venza con el desprecio”. Y yo a vosotros os desprecio sobremanera. Nada personal, ya sabéis; no es vuestra forma de vida, ya la quisiera en muchos aspectos para nosotros; son los grilletes que no le quitáis a mi amada África.

Siempre se queda algo en el tintero. ¡¡Sí!! Sobre todo cuando se escribe de forma tan taxativa… Mejor será despedirme con unas palabras del bueno de Fernando: “Sólo los tontos no dudan nunca de lo que oyen y sólo los chalados no dudan nunca de lo que creen”.


                          Ni suya... ni afectísima: Niara



 ...El Ponente Delparque se había empleado a fondo... Leyó con soltura, y con un timbre muy templado y convincente de voz, los doce o trece folios "originales" de la carta de Niara. Los dos primeros con una parsimonia apabullante para que pudiesen reaccionar los traductores simultáneos. Cuando concluyó con el: “ni suya... ni afectísima: Niara”, le quedó un regustillo parecido a cuando Sor María Aránzazu mandaba leer en voz alta el libro de lectura El Pájaro Verde.

Vamos a retrotraernos con la moviola unos instantes…

                 Ni suya... ni afectísima: Niara”


El congresista Señor Delparque hizo reposar la docena de folios ecológicos en el atril de metacrilato. Miró hacia el frente con decisión de montañero; siguió a pies juntillas la técnica de imaginar en bolas al auditorio para así no dejarse intimidar. No coló. Observó pataditas por debajo de las mesas, furtivos codacitos, contagiosos carraspeos… Y remató:


¡La Verdad nos hará Libres!, ¡¡Señoras, Señores: El Rey está desnudo perdidoo!!”



Para la segunda frase habría sobrado el equipo de megafonía. Cogió los folios de un manotazo y comenzó a cruzar el basto salón de actos con una sonrisa relajada. Los del fondo estallaron en aplausos, se quitaron los pinganillos de la traducción simultánea, aplaudieron a rabiar, se abrazaron lo que pudieron, pues sus orondos cuerpos no daban para abarcar demasiado. Eran los afamados delegados nórdicos; en las tres jornadas de pernocta hubo que reponer en varias ocasiones los muebles-bar de sus habitaciones. Nunca en el hotel se había visto tanta rotación de botellas minis. El jaranero grupo habría aplaudido a rabiar de igual manera, de haber presenciado en directo la violación de Erik El Rojo -doscientos trece centímetros de vikingo- por parte de David El Gnomo.


John Capirote, enervado perdido, le siguió -como pudo- la estela a través del pasillo central del salón de convenciones. Los reporteros le asediaban. El baranda del IPCC -volvamos a unos minutos antes y recordemos- estuvo expectante durante todo el discurso, esperando un giro en el mismo que hiciese parecer todo lo anteriormente leído una broma de mal gusto. Al principio -hasta la lectura del segundo folio- lo sufrió en español, sin la ayuda de los traductores simultáneos, aprovechando, además, el rebufo de la parsimonia de Delparque y lo entre amable y desconcertante del inicio del alegato. Luego, poco a poco, no pudo dar crédito a la parrafada diarreica y pasó a los cascos, en inglés... Ahora -y retornando a la estela de la persecución-, justo antes de embestir a la pareja de puertas abatibles que le sacarían de aquel infierno de micrófonos y flashes, John C. accedió al Curiaqui de muy malos modos, asiéndole por el codo e increpándole.

  • ¡Delparque, Delparque!, ¡qué significa esto!... ¡¡¡¡Diiiime!!!
  • ¡Déjame en paz, John! -se escurrió con soltura el todavía concejal de medio ambiente, en estos momentos cuartillo y mitad, si acaso.
  • ¡Cerdo! A qué multinacional te has vendido. ¡Eh, traidor!
  • A una de dos patas: Curiaqui Delparque se llama, chaval.
  • Encima me vacilias, cerdo capitalista..., nos veremos en el Tribunal de la Haya.

Lo de “vacilias” le hizo mucha gracia, lo de cerdo capitalista más, viniendo de uno de los gerifaltes del intergovernmental Panel on climate change. Lo de La Haya le enterneció, pues de nuevo apareció la imagen de Sor María Aránzazu explicando a los de los babis la diferencia entre las distintas acepciones y ortografías del sonido Haya. Al fin encontró lo que tanto anhelaba: unos de esos servicios desperdigados que nunca encuentras por los hoteles cuando tanto los necesitas. Allí halló el minuto de calma que necesitaba. Los reporteros tuvieron el buen gusto de no actuar como los del “sálvame”, y por extensión no sobrepasaron los límites de la cordura y de la decencia. John Capirote -por otro lado- capeó el inesperado temporal como pudo y recondujo de nuevo a la turbamulta mediática hacia el salón de la convención. El Curiaqui -en su W.C.- se alivió de forma inefable; pero como quiera que siempre existe el gallito que más pecho desea sacar, el reportero más dicharachero, o el becario que anhela con todo su ser dejar de serlo, uno de ellos se coló e interrumpió la micción a un cuarto de su conclusión. - ¡Señor Delparque, Señor Delparque!... No le dio tiempo a más. El concejal -en un gesto intolerable para el portador de un Armani-, compañero en diestra mano, se volvió y le amenazó sin terciar palabra de por medio con salpicarle en el mejor de los casos los relucientes Sebagos sin borlas que el imberbe reportero calzaba. Éste también había sido niño, y enseguida entendió ese gesto tan habitual entre la chavalería... de amenazar al plomo de turno cuando en armónica comunión la zagalería mea. Se dio media vuelta y desapareció desarmado, desalmado. Se dio media vuelta y concluyó el alivio. Algo del tamaño de las chocolatinas del Cine Planelles, pero sin la dulzura y sin la expectativa de buenos augurios de éstas, le estaba fastidiando en el bolsillo de su pantalón.
A la Blackberry la había atendido hasta minutos antes de comenzar el discurso. Durante las presentaciones y el alarde multimedia previos a aquél, Delparque la había puesto en modo silencio. Concluido su: “Señoras y Señores: El Rey está desnudo.”, la había despertado de nuevo. Cuando terminó de aclararse con el secador de manos automático, la sacó de su bolsillo izquierdo. Treinta y tres llamadas sin contestar en ese ratito. ¡Increíble! Las siete últimas de un tal M. Chávez. - Sanseacabó” -se dijo-. No se molestó ni en apagarla. Conforme se dirigía al EXIT del excusado probó un tiro de tres sobre la primera taza descubierta que puerta abierta le ofreció. Muy pocos podrían haber vaticinado tan indignas exequias para tan afamado aparatito. Final de Partido.


Pilló a un camarero en un renuncio; pues aprovechando el zagalón el río revuelto, quiso hacer su ganancia de pescadores en forma de dátiles con bacon, que en su bandeja cada vez eran menos…

  • ¡Eh Chaval!, hazme un favor...
  • Lo que usted mande, Señor -casi se atraganta el astuto barman.

"¡Anda, pero si este ha sido educado y todo!". Se dijo para sus adentros -aún le quedaban ganas para rizar el rizo al Curiaqui.

  • ¿Está la señorita Mariví en la recepción en estos momentos?
  • ¡¡Sí, sí!! Todo el fin de semana; ¡¡menuda es ella, Señor!!
  • Dile que venga..., por favor… ¡Este rincón es bueno para que no nos vea nadie! ¿No!...

Y se puso como un tomate el que hacía un periquete se había puesto hasta el pié de rollitos de dátiles con bacón. El rubor se le pasó nada más ver el billete de veinte euros que Delparque le soltó con una sonrisa cariñosa.


Mariví se encargó de todo. Hizo recoger hasta el último de sus enseres de la habitación. Supervisó el embalaje de la Samsonite y le incluyó el albornoz de la Casa; no quería que el afamado cliente se llevase mala impresión de su paso por Calpe. Lo hizo pasar por medio de las cocinas. Mientras se abrían paso entre la febril actividad, el Curiaqui notó que se recogían los restos de la primera tanda de los raquíticos almuerzos dados a los guiris. Estaban -por otro lado- a punto de salir de los hornos, pollos y corderos con guarnición para los comensales nacionales. No sabía por qué, pero le vino a la cabeza lo bien que se comía en Zamora y Salamanca; bueno, en toda España, se dijo. La hora de comer no perdona ni en trances tan desconcertantes como el que se estaba viviendo en directo, minuto a minuto. Mariví, casi sin pararse a dar explicaciones al jefe de cocina, tiró de porción de empanada gallega y la colocó a la carrera sobre una bandejita de cartón reciclable -claro-. Parecía una prueba del Grand Prix... más que otra cosa. El chef traía, a su vez, numerosas latas casi congeladas de Fantas, Cocacolas y, sobre todo, Cruzcampos. No había color. Y aunque quedaron hermanadas todas las americanas, el grupo restante que el Curiaqui dejó en sus manos... resultó muy desangelado…

En el muelle de recepción de las cocinas esperaba el Skoda Octavia con el cartelito de ocupado que lo llevaría sin molestar -ya había hablado Mariví con el Séneca de turno- hasta Manises. La carrera la pagó de su bolsillo. No recordaba la última vez que había tenido este gesto. Y reflexionó Delparque sobre la bicoca de estar -ahora más bien... de haberlo estado- enganchado a la teta de los Presupuestos.

Pensó Delparque que no era de recibo haber estado varios días consecutivos en Calpe y no pasarse aunque sólo fuese unos minutos por su playa. Bajó el taxista hasta la orilla por la antigua torrentera -hoy avenida de los Ejércitos Españoles-. Se aprovechó el del Skoda Octavia del torvo día que avanzaba y del color panza de burra de su cielo, en el sentido, que dicho panorama espantaba a los domingueros y se aparcaba como de jueves. Estacionó; le embargó de pronto al ocupante un sentimiento de soledad y responsabilidad enorme; rápido se recompuso, pero medio conmocionado y desubicado en el tiempo. Era la sensación provocada por no haber dormido prácticamente nada en toda la noche. Entre una multitud de franceses arremolinados en la orilla de la playa -“así comenzamos con el capullo y felón de Godoy” (masculló medio en broma)- consiguió abrir brecha: - S´il vous plait monsieur, s´il vous plait madame, échate “pal-lao” garçon. ¡Qué cojones, si esto es gabachilandia!, ¡¡cooño!!

A los gabachos que habían visto los telediarios le sonaban de algo le visage del español… El español se metió en la mar arremangándose los bajos del Armani, pero sin mojarse más allá de los tobillos, en el momento rompían las olas del Mare Nostrum en versión Mister Hide, en aquel levantisco domingo. Su espalda soportó todo el cemento y el ladrillo de la primera línea de costa; sus ojos compensaron lo que a Dios gracias su torso no podía ver. Se giró muy levemente hacia la derecha: El imponente Peñón de Ifach; se viró del mismo modo para la izquierda: todo el rosario de Calas hasta Moraira, y al fondo, difuminada por la bruma ya, la molicie de Punta Moraira. “Bendito seas Señor, por el bronco día que me has dado...” -se dijo.

Una caracola arrumbada en esa paradisíaca orilla, al acariciarle una de sus orejas, fue la que le hizo sonreír para siempre... 








Existen variopintos rumores de cómo terminó esta bonita historia; uno de ellos está abierto a nuestra insondable imaginación; y tiene como protagonistas a dos Prohombres...


""El réprobo AL se comunicó directamente con el Bueno de Manolo. – “¡Intolerable Don Manuel! ¡¡In-to-le-raaa-ble!!”. El resto se lo tuvo que embaular el Vicepresidente de parte del subsecretario del estadounidense, lo que le humilló más si cabe que el mismo rapapolvo en sí. El Bueno de Manolo, entendió que la trascendencia y el efecto bola de nieve en que el tema estaba derivando no requería de correveidiles. Le consiguieron el teléfono personal de Delparque -"¡¡el de su casa o el de los dos o tres móviles, coño!!"- en lo que tardan los niños en saltar del sofá..., al grito de: “¡Nos vamos al McDonalds!”. Quería ser efectista, fulminante, pero no pillarse los dedos legalmente. A lo más que accedería..., sería a que el subversivo concejal quedase relegado en la oficinucha -por no decir cuartucho- de los A-Z del cementerio de su Pueblo. Una Olivetti lettera 32 pretendía que fuese su fiel compañera de trabajo a partir del lunes. No negociaría más allá de este límite… ¡Qué infeliz, el Bueno de Manolo!... !!!Imposible!!! El Curiaqui nunca más se puso a un teléfono para atender cosas que no estuvieran relacionadas con su Nueva Vida...""



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