sábado, 22 de febrero de 2014

En un lugar de Marchena...


**Fotografía realizada por mi Tío Juan Fraile Torres, y revelada en mayo de 1968: al fondo la Iglesia de Santa María de la Mota; en plano intermedio abajo a la derecha la Casa de "El Parque".**


             

        "La literatura es la infancia al fin recuperada"
                                     (Georges BATAILLE)

                           
               "No creáis que el destino sea otra cosa que la plenitud de la infancia"
                                                                                      (R.M. RILKE)


  "Pongo una fábrica de sombreritos..., y nacen los niños sin cabeza"
                                                                (Mariano Fraile Torres)





 ..., de cuyo nombre no quiero olvidarme, sí ha mucho tiempo que vivió una enorme persona...



¿Y queda algún retal suelto por ahí?... Lo de “El Parque” no puede ser un retazo, no. Es una pieza de tela entera que me vestirá para el resto de mi vida…

El niño en el campo quiere encontrar una tierra de encanto, de duendes, de hadas; y no hay más remedio que satisfacer ese tipo de capricho o frustrarlo.” No tengo noticias de que mis padres hubiesen disfrutado con Chesterton, ni que por supuesto hubiesen tenido intención consciente de frustrarnos en nada. Fuese por lo que fuese, el caso es que yo pasé temporadas entre pajares de oro; despertándome en agosto al amanecer con el sonido de una empacadora manual, donde se comprimía a base de bíceps el lecho y buena parte del sustento invernal de las bestias.


El Parque”. Éste queda fuera del cinturón de mis primeros recuerdos; fue más bien banderín de enganche con el pueblo que dejaba con aún no cumplidos los ocho añitos. Pero, ¿quién fue El Parque?


Como todo lugar habitado por humanos, tuvo vida propia, pulso y personalidad. Las tres generaciones que lo vieron nacer y morir animaron su espíritu, su tierra, sus tapias, sus albercas y su casa. Él por su parte, insufló en las personas que lo disfrutaron ese calor y seguridad que se sabe nace de lo que está afirmado, afincado y perfectamente establecido..., bueno, en este caso, no tan perfectamente establecido.

Fue una finquita rústica abrazada al pueblo..., casi pared con pared. El lienzo de muralla primero romana y luego árabe, cercano a la Iglesia de Santa María de la Mota, charlaba animosamente carreterita de por medio, y de tú a tú, con la hermosa tapia blanqueada que le daba acceso a su interior. Desde su entrada por aquí, hasta los llanos de la linde con la vía del tren, había un desnivel que en algunos de sus tramos arrebataba. Los terrenos llanos y acondicionados suelen dar personas melancólicas, predecibles y, por qué no decirlo, aburridas por no tener nada que salvar.




Y El Parque tenía mucho que salvar... La entrada en coche, por el portalón de la tapia, hasta la casa, era una cuesta abajo en zig-zag más bien mal empedrada que merecía la atención del conductor de un Renault 6 o un 850 sin frenos de discos, claro. Recorrer la escalinata de peldaños desahogados e irregulares en su cadencia desde la cancela de entrada, también abierta en la misma oronda tapia, hasta la misma casa era una prueba de resistencia para rodillas y piernas incluso de niños, en tiempos en los que no se estilaba mucho lo del “personal training”.

Inventariar: cochera aislada; casillas desperdigadas; pajares y locales improvisados como pajares, cada uno de su padre y de su madre, y en diferentes cotas de nivel; gallineros separados, y también unos arriba y más arriba, y otros abajo, con inquilinos de profesiones diferentes, pues mientras unas ponían otros engordaban; dos albercas: una descomunal junto a la casa, reminiscencia de una antigua fábrica de jabones o de lo que fuese, otra abajo, ésta operativa y testigo de baños alegres de niños, sin cloro, ni algicidas, ni leches; vaquería abajo; cochiqueras estabuladas abajo, pero cuevas conformando pocilgas a nivel intermedio; parcelas de tierras salpicadas, desperdigadas; lianas de yedra que confunden a los árboles, hasta no saber si son árboles con yedra o la enredadera les presta ya su existencia y soporte.



Pues como decía, inventariar hoy El Parque en mis recuerdos, o haberlo hecho durante la vida de él, es complicado y difícil de salvar..., tanto, como entender en la actualidad que allí hubiese tanto trajín, tan poco especializado y que llegase a ser rentable.

Este salto continuo y nada figurado de pollitas de puesta que vienen de Utrera, pollitos de engorde con ecijano pedigrí, unas que van arriba, otros que abajo; vacas hambrientas que mugen por aquí –<<La hora de ordeñar y se ha ido la luz, ¡Leche!>>; pacas que vienen de arriba porque el pajar de abajo se ha quedado vacío; recogida manual de huevos, arriba y más arriba todavía; cambio de cama a los pollos de abajo… Todo este ajetreo diario trepidante, y el tenerlo que enjaretar, dio una casta de personas nada aburridas y con aceptables redaños. El Parque, moviendo a los suyos por amenos e intrincados desniveles, les dio la chispa necesaria para saltar de un problema a otro sin solución de continuidad. Estar en la era junto a la vía y que te llamasen allá arriba se convertía en un ejercicio ímprobo y casi titánico.

Conjugar: Familia numerosísima, pollitos multifunciones, vacas de diferente índole, cerdos estabulados y charranes gorrinos encovados, huerta y parcelas desperdigadas de tierra calma; todo esto y a un tiempo..., fue tarea de Titanes. Pero había que contar con el Tío Mariano. Él y la Tía Manoli fueron la generación intermedia en la totalidad de tres. El tándem que formaron hizo que lograran tocar el pico máximo de lo que a aquello se le podía sacar. Como todo matrimonio que se precie de saber lo que se trae entre manos, éste también era paradójico y contradictorio. Él, siempre con la carta de presentación de su candor, su desgaire a menudo doblemente afectado y su bonhomía derivada, entre otras cualidades, de su peso; el Tío Mariano infundió en sus hijos la alegría que supone “simplemente” vivir, la dulce indolencia que suele acompañar al gordo, la Caridad cristiana, la obligación de comerse por Navidad una caja de cinco kilos de polvorones de Estepa y el gusto por bañarse durante el verano en una alberca con verdina, llena de tapaculos y ranos.
Ella, la Tía Manoli, disciplinada como una Ama de llaves parisina, y celosa de su principal pollada. Aunque nadie me ha desmentido que no pudiesen cambiarse a veces los roles.

El Tío Mariano y El Parque, como suele ocurrir siempre con los mejores, murieron jóvenes; ésto hizo que en ambos casos nacieran sus mitos, los cuales anidan y endulzan nuestros recuerdos. Todavía existe un medallero o un extraño e idealizado cuadro de honor en el pueblo, donde se registran aquellos que presentan evidencias sobre cómo El Gordo del Parque les disparó en una o más ocasiones con su escopeta de sal, al intentar éstos saltar las tapias de la finca; cuando todos sabemos..., que el pobre Tío Mariano toda la sal gorda que gastaba se la ponía a los huevos fritos que entre gran pecho y espalda se metía.

Mark Twain estuvo en El Parque..., si no, cómo se explica que numerosísimos episodios los encuadrara allí: Escenas de campo, niños conversando en un pajar, el zagal desaliñado con tirachinas adosado. La cueva de Joe El Indio tenía su entrada por la bocamina detrás de los transparentes, éso lo sabe todo el mundo… Y si por lo que fuese, el bueno de Mark no anduvo por allí, seguro que se crió en un lugar con su mismo encanto; eso sí, con un río algo más caudaloso que el Corbones...

El tan renombrado Ulises, retornó de su periplo por el basto mundo... al Parque; sí, sí, como suena: si no, por qué la conversación entre Odiseo y su querido y fiel porquero Eumeo tuvo lugar en todo lo alto de las cuevas con cochiqueras... ¡Sé que fue aquí y así!

Y por último, y esto sí que es más seguro... Ése de nombre tan largo y apellido tan corto, sí, sí, gabacho él… Eiffel, eso es, ¡hombre! Este señor estuvo en El Parque… ¿Os reís? ¡A ver, a ver!: no pudo nadie que no tuviese el ingenio y la pericia del francés, calzarle esa estructura metálica de columnas zancudas, como de cigarrón, a esa casa tan desnivelada como encantadora. ¡¡EE o no EE!!...

La Finquita “El Parque” nació llena de esperanzas en tiempos de mis abuelos maternos; la desarrollaron con toda su problemática mis queridos Tíos; y murió con la dignidad que da el cerrar puertas y persianas, cancelas y portones que se sabe cierto que ya no tienen más vistas y alegrías que mostrarnos, por parte de seis Hermanos entre ellos el Curiaqui, y a la de tres… Y la disfrutamos todos los que por allí pasamos. Algunos vivieron en un manso y recatado lago, otros vivisteis en un alegre, vigoroso, ruidoso y audaz arroyo.

¡Salud al Parque!

Por estos pagos, y entre ellos, me fundieron; por aquí y bajo estas circunstancias se fundaron los cimientos de lo que buenamente y a duras penas hoy me deja ser...


¡¡AH!!... Felizmente el Tío Mariano dio al mármol su célebre frase con posterioridad al nacimiento de Queca..., consiguiendo así tener media docena de Hijos con cabeza y gran corazón.-



                  ... Unos telediarios más tarde...







 ... Y unas cajas de polvorones, más unas docenitas de TORTASMANTECA, después...





... ;)   :)

sobre los textos
©  Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)




1 comentario:

  1. Maravilloso comentario. Yo de muy pequeña fui con mis padres allí. Todavía tengo grabadas en mi memoria algunas imágenes. Muchos besos

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