Primero
fue un tal Valero --despidiéndose de un “Indígena Africano” y
teatralizando un The End que ni el de “A Dios pongo por testigo”, con satinado y saturado contraluz aljarafeño..., ¡vamos!--; luego,
un tintinear en mis tímpanos, previo peaje en mis retinas, de LAS
LILAS; y lo postrero fue, como casi siempre, la imposición
estajanovista y casi dictatorial del bueno de Gianni Rodari: <<Las
amistades de los dieciseis años son las que dejan señales más
profundas en la vida. Pero esto, aquí, no interesa. Lo que interesa
es tomar nota de cómo una palabra mágica puede desvelar espacios de
nuestra memoria que yacían bajo el polvo del tiempo>>...
El
bar LAS LILAS fue, desde el premio con un Pepito --ríase usted de
todas las estrellas michelín del universo--, nada más terminar de
hincarse uno la misa de una en los Redentoristas, hasta la parada y
fonda en medio del barrio, con: <<¿ME puede usted hacer el
favor de darME un vaso de agua, por favor...? ¡Muchas gracias!>>.
En la misma acera, casi al lado, se encontraba el ultramarinos de Don
Federico Cortés. ¡Sí, sí!, Don Federico. Ese comerciante que te
despachaba cien gramos de york en perfecto estado de revista. No
recuerdo en toda mi corrida vida a otra persona despachándome
charcutería --que no fuese fina-- ataviada con chaleco abotonado,
elegante chaqueta y corbata, como hacía Don Federico Cortés. Su
señora no le iba a la zaga, sobre todo en amabilidad y compostura.
Todavía hoy hay simiente de ellos por el barrio: en Manuel Casana,
6, la casa de cristales y marcos LA BUHAIRA, de uno de sus hijos; no
sé si Pedro de nombre; templado también él. Seguimos en Manuel
Casana --por cierto, la que fue casa-carpintería de Manuel Casana
sigue en pie en Santo Domingo de la Calzada, 13; obra del arquitecto
Aurelio Gómez Millán--... Pero seguíamos en la calle Manuel Casana y
en la misma acera que la cristalería: la consulta médica del Doctor
Don Rafael Castro Artigas, compañero de milicias de mi padre y
nuestro médico de cabecera, y no por ese orden; sigue allí su labor
su hijo Rafael. Por fin en la esquina con Divino Redentor sigue
alumbrando ese cantillo la tienda de electricidad; creo que cuando se
extinga el sol convirtiéndose en una gigante roja --del Sevilla f.c.
of course-- la tienda de electricidad se apagará para siempre,
antes, no. Un saltito atrás en la calle, pues no sé cómo se me han
pasado las cuñas y las palmeras de chocolate de ELADIA... ¡Ay,
Eladia, Eladia y sus hijas, con sus flemas! --o sus sobrinas, no
recuerdo bien--; creo que en Palacio y Valdés, en una accesoria a
mitad de calle, seguro. ¡Dios Santo las cuñas de Eladia!... En un
brinco del chavalote que fui me coloco en el mostrador de EL
POLVILLO; todavía hoy trabaja allí una de las encargadas de toda la
vida, y cuando de cuando en cuando me dejo caer por el bendito pan de mi bendita madre, quedamos mirándonos... <<yo a ti te conozco de algo>>.
Y al ladito, también en Divino Redentor, “LO que le queda al DÍA”
--o Supersol-- del Cobreros... Enfrente, hoy, una de la un trillón
de fruterías en todas las ciudades del orbe; pero no traigo aquí la frutería, sino el taller de coches que en ese local hubo y al foso que siempre me asomaba...
¡¡Hola, Baby Acosta!!... Espinosa y Cárcel era ya una de las
fronteras con "empalizadas", con hermosas tapias en las Carmelitas y sobre todo en las Salesianas... Empalizadas, empalizadas...
¡Ah, claro! “El planeta de los simios” en el cine Goya; y toda
la saga de los “Harry”, ¿no, Clint?... ¡Unas patatitas fritas
de LA ESTRELLA al final, al principio, de la calle Goya? ¿Gustan
ustedes? No he llegado por gusto a la calle del de Fuendetodos, no;
ha sido merced a la sombra de las añosas acacias de Eduardo Dato;
africanas teníais que ser para aguantar sin rechistar las obras a
plazos de un infernal Metro... ¡Que en Florencia no hay Metro,
carajo! Y más arriba el cine Nervión --lo más parecido al
“Planelles” de mi querida Marchena natal--, en la Gran Plaza. En
este bello altozano de la Plaza del Capitán Cortés --donde podemos
otear, mano a guisa de visera, que el cuerpo central de la Giralda
nos llega por la cintura--, LA PONDEROSA, y siguiendo la senda del
medio pasaje de Lionel Carvallo... el vasto salón de juegos:
futbolines de a un duro, billar de muchachotes arremangados casi
hasta los hombros y “pin-pon” de una hora a mucho tirar. El
bar-cafetería-churrería-restaurante y los futbolines navegan hoy en
nuestra memoria; y son un Opencor y una cadena de carnicerías los
del cursi relevo generacional: ambos con horarios, precios y géneros
indescifrables. Marqués de Pickman, su embrujo y su duende: zoco de
Nervión, Mercado de Nervión, Fotomatón, perfumería Ana un 30% más
barata que la del Cortinglés, ¡compruébenlo! Sigue allí una
ferretería de toda la vida, no recuerdo su nombre y no lo voy a
buscar en el google... Hoy..., chinos, chinos y más chinos y
fruterías; y en la frontera del oriente, aún otean el horizonte del Tamarguillo
asfaltado la Óptica Luque y los eucaliptos, con más años que el Puente de San Bernardo... ¡¡Ay San Bernardo, ay San Benito!! Salto en el
espacio-tiempo: San Francisco Javier todavía no ha nacido; Luis de
Morales es sólo un paciente aprendiz pacense; y de la milla de
oro sólo tienen trescientos metros de un mal adoquinado y peor
alumbrado paraje de los alrededores o afueras de mi Sevilla... No hay ni fotos de entonces;
y sólo la palmera esquina con Eduardo Dato, Santiago Pagés y OLÉ
--el de la ortopedia Masu--,
y el que aquí tienen aporreando... recuerdan el paisaje. ¡Qué
lejos me quedáis Templete y calle Oriente!
Trece
añitos, catorce añitos, 15 años, 16 años: sábados de futbol
matinal en la explanada malamente asfaltada junto a la Preferencia
del Sánchez Pizjuán: 4 piedras, rodillas desolladas por docenas; furgones y
caballos de los “Grises” y gorrillas del A.N.I.C. los domingos
por la tarde... Domingos alternos quedando a las cuatro y media en la
puerta nº 15 con Manolito Lorente, Nono Roche, Juanma Lora, Julio
Cabrera, Julito Illanes, el Chirlo Cazorla..., los de Roque Olsen,
Cid Carriega, Miguel Muñoz, el bendito cateto de Coria... Más
fútbol, los sábados “detrás” de la película de la Primera, en
la liga de Portaceli del Padre Huelin. En realidad Nervión era todo
Padre Huelin y Carrasquilla y Portaceli y cine allí mismo los domingos a las cuatro
y Fiestas Rectorales y más fútbol dominical “detrás” de la misa de diez y media. Y Nervión era las niñas
de Óscar Carvallo --¡Ay! Anamari Fernández!, mira que irte con uno
de la Trinca...--. Y Nervión siempre fue: irle a mi madre por los
mandaos al Cobreros, al Polvillo, a mis amigas las churreras del
Suroeste y de la calle Padre Campelo. Y yo recompensado con el taco
enorme de ABC´s, vendiéndolo en el almacén de papel de Santo
Domingo de la Calzada; y salió ardiendo... Y Nervión se fue a 800
kms de mi vida pero a una millonésima de segundo del Milagro de la
Memoria y de volver a saborear, sólo con pensar en ellos, los
tocinos de cielo de la confitería de San Juan de Dios. Y mi infancia
es mi vida --¿o debe ser al revés?-- porque es ley que así sea y porque ya lo dejó escrito
aquél, el bueno de Rilke: <<No creáis que el destino sea otra
cosa que la plenitud de la infancia>>. ¿Verdad, Valero?...
- sobre los textos
© Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)Junio de 2015
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