Mira SIEMPRE el lado brillante de la vida...
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(narrado en 3ª persona... Es que me da corte.)
Corría la Navidad del
mil novecientos setenta y tantos --bastantes tantos--, creía recordar
Lalo. Durante una tarde tonta y medio perdida de aquellas
vacaciones, él y sus amigotes decidieron aparcar sus culos en la
sala de un cine..., de aquellas donde ponían --como un huevo-- una
película de título imposible de recordar, pues si no la anécdota
no sería entre otras cosas creíble. Lo único que esperaba el
grupito de imberbes era que fuese tan “buena” como la última que
degustaron, y de la que tan sólo recordaban la profunda expresión
de una de las protagonistas...: ¡¡¡Einch Peter, einch!!! La
película-documental fue alemana, la expresión sonaba
aproximadamente así, y la chavalería la había convertido en grito
de guerra… <<¡¡¡Einch Peter, einch!..., ¡Einch Peter, einch!!!>>.
El film al que ahora con tanta ilusión se dirigían lo habían visto
anunciado en una cartelera del centro; lo que los enervados zagales
no advirtieron era que la cartelera estaba partida, en aquella
práctica entonces tan habitual para aprovechar las salas al máximo
durante las vacaciones, y había sesiones por la mañana y por la
tarde... de dos películas diferentes...
Llegaron a la ventanilla de la taquilla y, camuflada la vergüenza tras el grito de guerra,
compraron sus entradas con mariposas en sus estómagos, incluidas,
pero sin palomitas. La película estaba recién empezada, todo el
personal acomodado, y en esto entró esa manada de seis o siete a
modo de berrea de venados en Cazorla. El último, tras la puerta
abatible con ojos de buey, se llevó el cortinazo de plomo
en la cara; y cuando aquél entraba, aún los primeros no habían
acomodado sus ojos a la oscuridad de la sala y de la escena en
pantalla. Habían aterrizado en la esquina de uno de los pasillos
laterales, y al comenzar a distinguir el cine a rebosar, les entró
un pasmo, una risa y una sensación de incredulidad de veintiocho de
diciembre impresionantes. No daban crédito; no podían haberse
multiplicado de forma exponencial los “salidos” en esta ciudad.
Sólo dos de ellos cayeron en ese instante en la cuenta de la
confusión, pero la prisa por esconderse en alguna butaca libre, el
cachondeo que se llevaba el resto al comprobar la desinhibición
milagrosa y general de la feligresía, y la casualidad de que todo el
cine andaba revuelto por la escena de la pantalla, todo esto junto y
conjugado, hizo que la confusión entre los adolescentes fuera
mayúscula. Pudo acomodarse todo el grupo junto, en una de las
primeras filas, y tanto los advertidos del error de cartelera, como
los muy confundidos por lo kafkiano de la situación no cejaban en la
risotada tonta e indomable. El resto de la sala acompañaba y no le
iba a la cola, y parecía que desternillándose se desmontarían a
cachos, con lo que en la pantalla sucedía a la luz de una gran
Estrella... Los seis o siete magníficos, integrados ya del
todo sus ojos a la penumbra mágica del cine, con sus cazadoras,
trencas y tabardos a sus faldas, no dejaban de mirarse unos a otros
cual grupo de confundidas lechuzas; de mirarse y de descojonarse. Los
avisados desde el principio, porque eran superados por la risa tonta
generada por el cúmulo de tan simpáticas casualidades, y los demás,
porque seguían sin poder explicarse nada; pues cómo, entre tanto
barullo, sorpresa y estupefacción, sobre todo entre éstos últimos,
podían digerir la adoración de los Reyes Magos al Niño Dios,
versionada por Los Monty Python en La vida de Brian.
- sobre los textos
© Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)
diciembre de 2014
LA VIDA DE BRIAN---------->>>
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