Amor se
escribe con H ¡ SÍ, con hache !
Aquel año
se sabía que era otoño mirando el almanaque, pero
sólo por eso. Los termómetros durante las noches no cejaban, y
forcejeaban con el: <<¡¡ Nunca por debajo de los 24ºC !!>>.
Los grillos --esos señores músicos siempre de impecable frac-- continuaban con sus contratos de temporada en vigor; y las chicharras
acordaron acordarse para el año siguiente de que no estridularían
ni una peonada más de noventa..., computadas a partir de san Luis
Gonzaga. Los jazmines y damas de noche estiraban de modo dulzón y embriagador el
estío, que con tenacidad se resistía a pasarle el testigo a su
hermano el otoño, más apacible y menos plúmbeo ya.
- ¿Te has fijado!... ¿Dónde se habrá metido el tan cacareado y templado otoño! --El escenario y la tramoya de fondo de esta conversación se daban en el corazón de un patio de primaria, en la capital del Turia, atestado de enanos cabezones y de maestros que no daban abasto.
- ¿Tú crees, nena, que si llamamos a Benidorm tendrán alguna habitación a precio razonable... para este finde?
- Yo creo que la temporada media comienza pasado este puente... Pero seguro que hay consideración... ¿Cuántos fines de semana de los desolados inviernos les hemos dado calor y ocupado sus estancias?... ¡¡¡ Dime!!!
- ¡Cierto! ¡Pierde cuidado! Yo llamaré a Mariví cuando salgamos a mediodía ; a ver si tenemos de nuevo la suerte de cara y la pillo de tardes en la recepción del hotel.
- ¡Ay Mariví, Mariví! Ella fue la primera que notó lo nuestro durante aquella escapada furtiva que hicimos hace ya... ni me acuerdo los años.
- ¡Pesadita que eres cuando te pones ñoña, Helena! ¿Quieres hacer el favor de no hacer manitas conmigo, aunque sea con disimulo, aquí en medio del patio y de todos?
Poseían
estas dos Personas vidas que circulaban por vías paralelas; y
consideraban que sólo tenían derecho a intercalarse y entremezclarse en recónditos
apeaderos. Lugares alejados de toda convención y explicación
alguna.
Una,
vivía con su madre; aquejada, ésta, de cierta mezcolanza de demencia
senil con apellido teutón..., pero en sus estadios más tempranos y
amables. De momento, la buena señora no pasaba de regar más de tres veces al día las flores de tela de los jarrones del
salón comedor. Y de deshilvanar durante las mañanas la costura que
con tanta dedicación y primor se había confeccionado durante la
tarde del día anterior.
La otra
persona que nos atañe, estaba felizmente pacíficamente divorciada desde hacía ya
casi una década --cuando sus hijos, en la actualidad con veintitantos los dos,
superaron una siempre complicada tardo adolescencia--. En este caso eran 3 en...
Una vez más
quiso la diosa Fortuna sonreírles durante cuarenta y tantas horas.
Condujo el
automóvil en esta ocasión por la AP7 quien ganó la mano de piedra
papel o tijera. Tijeras se alzó como vencedora una vez más...
Era como una amable convención, para sellar y lacrar el respeto hacia la
persona a la que menos le iba lo del volante por carretera. En el peaje,
en el tiempo de la recogida del ticket, las manos tenían ya alas.
Transmutadas por pares en manos nerviosas, presurosas y entresudadas,
que hurgaban y necesitaban plasmar en carne amada y vivísima las
ansias de tantísimo amor furtivo y aplacado.
Una vez
atravesada la luminosa y espejada recepción del hotel de Benidorm, en
el declinar de una espléndida y mediterránea media tarde de un muy
prorrogado verano, Mariví --la recepcionista-- alumbró su mejor cara
a la pareja amiga.
- ¡¡¡ Ay H-H !!! Mi pareja favorita...
En una
habitación altísima --que siempre siempre tocaba el Cielo-- y muy escogida, mecano de acero aluminio y cristal, con panorámicas a ese Mar que ha
visto siempre amarse sin ambages ni moralinas a cientos de
generaciones, esta pareja se deshizo de todo tipo de caretas.
Entonces, todo se trenzó: bocas que ofrecían furiosas bienvenidas a desesperados
alientos de vida plena, y que en sus impaciencias no hacían por
desenlazarse ni un instante; manos jubilosas, estímulos acicates y arietes
del gozo, hacedoras en un principio de trémulas caricias..., amasadoras a continuación de carnes sin vergüenzas y sin fronteras;
cuerpos delirantes y con metrónomo, que conocieron una vez más
horas eternas de flujos y reflujos.
Era justo,
justo, la encarnación de un amor, con la concesión que Ellas habían
querido y podido darle.
- Cuánto te amo, Helia... --besándole los ojos.
- Y yo a ti, Helena... ¡Y yo a ti, Helena! --devolviéndole la misma moneda.
F
I N
ENLACE DE INTERÉS:
sobre los textos
© Rafael Mariano Domínguez Fraile (ana casaenrama)
9 de octubre de 2014
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